Primera palabra

¡VIVAN LAS CAENAS!

10 mayo, 2000 02:00

Si una cuestión como fie y fié, riáis y riáis, guión guión queda al arbitrio individual, se está abriera paso a la legitimación de susieá y acabao. En la duda hay que preferir la incongruencia al desorden.

La flamante Ortografía de la Real Academia Española pudo haber sido la primera del siglo XXI y ha parado en la última del XIX. A veces, quizá para bien.

No es poco significativo que el primer párrafo del bendito breviario se conforme con dejar constancia, sin más, de que "el abecedario español quedó fijado, en 1803, en veintinueve letras". El ingenuo inferirá maquinalmente que así se determinó en 1803 (en el Diccionario de la casa, expliquémoslo) y que así es y seguirá siendo in aeternum, sin pasársele por la cabeza que solo figurada o abusivamente puede hablarse de un "abecedario español" (nuestra lengua se vale del alfabeto latino) y que para alcanzar los veintinueve ítem que la Ortografía enumera a continuación hay que contar como letras los grupos ch y ll, pero no (pongamos) rr, y además ordenar el conjunto como en el mentado párrafo y en los tiempos de marras, y no según el criterio que acto seguido se prescribe, con ch entre ce y ci, etc., etc.

Claro está, sin embargo, que los autores se guardan mucho de defender la existencia de un "abecedario español" de "veintinueve letras", y no pasan de mencionar el dato de que tal se afirmó bajo Carlos IV (amén de explotar las posibilidades anfibológicas de la frase quedó fijado). Todo son, pues, mentiras piadosas: la referencia al famoso 1803 sirve como cortina de humo para amagar y no dar que las cosas continúan igual que siempre, y por tanto no debe alarmarse ninguna academia centroamericana, ni siquiera si en adelante la alfabetización de ch y ll se doblega a las exigencias del imperialismo yankee. Estamos a principios del siglo XIX, pero, insisto, quizá, probablemente, para bien: salvar un cisma bien vale una risa (entre amigos).

La ortografía de las lenguas es terreno convencional por excelencia, y la Real Academia obra sabiamente aprovechando la bula que también disfrutan otras instituciones. El Tribunal Constitucional, por ejemplo, la tiene para prevaricar con oportunidad. No se trata de dictar sentencias acordes con el derecho, la razón o el sentimiento, sino de poner un límite a los litigios, una última instancia. Una ley no dice lo que diga, sino lo que el Tribunal dice que dice; no importa el contenido de una regla, sino que la Academia la establezca.

Justamente por ello no tiene demasiado sentido afearle las inconsecuencias que fácilmente se espigan en la Ortografía (y que a menudo no se podrían sanar sino a costa de otras equiparables), y sí es comprensible que se la tache más bien de manga ancha. Cabe debatir hasta la ronquera si es congruente decretar que en los monosílabos no hay hiatos, "aunque la pronunciación así parezca indicarlo, sino diptongos y triptongos", y por ende eximirlos o no de tilde. Pero la opción entre fie y fié, riais y riáis, guion y guión, no puede librarse al albur de que "quien escribe" perciba o no "nítidamente el hiato" y considere o no "bisílabas palabras como las mencionadas". Si una cuestión como esa queda al arbitrio individual, se está abriendo paso a la legitimación de susieá, estrella y acabao. En la duda, hay que preferir la incongruencia al desorden. Pasando de Carlos IV a Fernando VII, garrapatearemos en la tapia: "¡Vivan las caenas!"

Un cierto liberalismo no es el único pecado decimonónico de la Ortografía. El espíritu ochocentista sopla desde el mismísimo comienzo: "la escritura española representa la lengua hablada por medio de letras y otros signos gráficos". Tampoco diré que en absoluto, pero la escritura no es fundamentalmente una representación de "la lengua hablada" (de hecho, ninguna producción oral se deja duplicar en la escritura), sino un sistema autónomo, con entidad, medios y alcance
propios.

Con todo, tan tenazmente como el espectro de la oralidad, vaga por el epítome académico el fantasma del manuscrito. Uno creería que la forma normal de escribir es con pluma, tinta y salvadera no en la pantalla del ordenador y para llegar al impreso de un tipo o de otro. De ahí, por caso, que el capítulo sobre la puntuación malgaste varias páginas en la comillas, y no traiga ni un apartado sobre la cursiva (alguna ve aludida en nota a remolque del subrayado...).

Pero una buena Ortografía española debe ser hoy en gran medida una ortotipografía, un código donde todos los factores de la escritura se potencien mutuamente a beneficio de la eficacia, de la elegancia. En lugar de censurar en vano el logotipo de Ia Telefónica, por una vez acertado, ¿no sería mejor dedicar un capítulo cabal que sirviera de guía , a grafistas y otros descarriados? La atención a la nueva realidad de la escritura abrirá un día la Ortografía académica al siglo XXI.