Primera palabra

Pitol y su biógrafo improbable

31 mayo, 2000 02:00

Se ha escrito que se escribe para exorcizar a los demonios; Sergio Pitol lo hace también para tomarse con ellos una foto de generación que incluye a sus lectores y su Comentarista

Sergio Pito¡ es un autor ya cercado por la amenaza de la biografía. Imaginemos un modesto anticipo de biógrafo, por el momento detenido en el papel de comentarista, es decir aquel a quinientas cuartillas de distancia del tratado definitivo, pero ya en posesión de algunos datos sustanciales: el biografiable nació en 1933, es nativo de Córdoba, Veracruz. Se instala en la Ciudad de México en 1950, estudia leyes, decisión inevitable para alguien interesado en las humanidades, y se fascina con las mitologías puestas a su disposición por la capital. De allí extrae Pito¡ su sentido del espacio protagónico, de las excentricidades felices, del carácter conspirativo de cualquier situación "anómala", antídoto necesario en una sociedad regida por el culto al orden (falso) y las apariencias. Y la alegría inexpresable de esta etapa se cifra en observar el paso de unas cuantas figuras dislocadas, de locura semejante al paseo en un campo minado, que por su ausencia de fe en el Progreso devuelven el sentido de lo real.

Muy pronto, y aquí el Comentarista extravía la lista de viajes y largas residencias en el extranjero de don Sergio, Pito¡ se inicia en la práctica de los desplazamientos, la otra sustancia de su literatura. Viajar para Pito¡ es darle la oportunidad a su capacidad de pasmo y dicha. Algo resentido por su sedentarismo, el Comentarista revisa la bitácora viajera de Pito¡, 23 ó 24 años de enfrentarse a dificultades, envíos retrasados de pago de colaboraciones, traducciones incesantes. En sus cartas, se queja de la mala calefacción o del verano insoportable, y pide noticias sobre el paradero de la amiga maravillosa que bien puede ser una invención de la próxima novela, protegida por un alias. Y en un momento dado, entra al servicio: agregado cultural en Francia, Hungría, Polonia, URSS, y embajador de México en Checoslovaquia.

Durante dos décadas, Pitolopta de modo preponderante por el tono dramático, incluso trágico. La soledad es una táctica de esencialización, y desde la soledad Pitol recrea y se apropia de un paisaje europeo del destierro y la reelaboración de la nostalgia, o si se quiere del aclimatamiento de la memoria. Los lectores de Infierno de todo (1964), Los climas (1966), No hay lugar (1966), Nocturno de Bujara (1981), Juegos florales (1982), Vals de Mefisto y muy especialmente El tañido de una flauta (1972), saben a qué atenerse. Pito¡ vive entre atmósferas y personajes a fin de cuentas literarios. Y esta fe en que lo real es novelable y lo que no es novelable es irreal, desemboca en un método incesante de Pitol: los desenmascaramientos.

En su primera etapa, Pitol ejerce la contención y la desesperación. Produce relatos tensos, colmados de escenarios asfixiantes, del ir y venir entre las penumbras y el regocijo sensorial ante un cuadro o una sonata. Los personajes de Pito¡ eligen el secreto sobre la revelación, la respuesta estética sobre la violencia material. Si existe " la pesadilla serena", uno de sus ámbitos naturales es esta narrativa de Pitol. Y El tañido de una flauta, para mí el mejor libro de una etapa, es la evocación de la voluntad de desastre como creación alternativa.

Al Comentarista ya le urge ser más específico, así presienta que el biógrafo revisará sus impresiones y las sepultará indignamente en una nota a pie de página. Qué remedio. Es hora de festejar la trilogía carnavalesca, El desfile del amor (1984), Domar a la divina graza (1988) y La vida conyugal (1991), entronizaciones de la sátira y la conversión del misterio en disparate. El desfile del amor, mitad novela policiaca, mitad recreación fantástica de una época, es una suerte de conga donde el paso tan chévere de un asesinato es el punto de partida no para descubrir a los asesinos sino a los asesinables que en un departamento de un edificio falsamente gótico, juegan a ser criaturas de Evelyn Waugh. Lo trágico en El desfile sería la imposibilidad de abandonar lo patético, que tanto humaniza. Y la catarsis está a cargo de la ironía.

Pitol varía su horizonte temático sin modificar un punto de vista esencial: sin la presencia o el hálito de lo grotesco, la normalidad no tiene sentido. Domara la divina garza es la historia de un pobre diablo, Dante C. de la Estrella, pícaro y fariseo. En el largo monólogo que es el todo de Domar..., el lenguaje crispado, extenuante, torrencial, es el personaje más verdadero, que exalta el desencuentro y la coprofilia, ese refugio y esa atalaya diáfana de Dante C. de la Estrella. No tanto despliegue humorístico como escenario del grand guignol del lenguaje y de los caracteres, Domar... contiene la prolongada imprecación de un personaje contra la vida.

El más celebrado al instante de los libros de Pitol, El arte de la fuga, libro de ensayos, crónicas, relatos, diarios, memorias, se evade de las ataduras del sedentarismo y el nomadismo, y emprende la travesía donde las ideas son formas de vida y reminiscencias, las admiraciones son también presagios, y las amistades resultan el festejo común de la excentricidad. Viaje a través de lecturas, de ciudades, de películas, de cuadros y grabados, de recuerdos dolorosos, de hipnosis y de sueños, El arte de la fuga alía densidad cultural y vigor autobiográfico integrados en un paisaje, clásico, melancólico, irónico, animadísimo.

Gracias a su tratamiento del extravío dramático, hemos conocido una versión magnífica de los exilios internos; su descripción ácida de la inmensa galería de retratos de Dorian Gray que llamamos sociedad, nos ayuda a ejercer los poderes vindicativos de la risa. Se ha escrito que se escribe para exorcizar a los demonios; Sergio Pitol lo hace también para tomarse con ellos una foto de generación que incluye a sus lectores y su Comentarista.