Primera palabra

El triple texto de Nietzsche

21 junio, 2000 02:00

Friedrich Nietzsche, 100 años de su muerte

Son tres estratos de un mismo proceso: el comienzo más o menos indeterminado, en las cartas; el
diálogo de Nietzsche consigo mismo, en los fragmentos póstumos; el resultado final, en las obras

Nietzsche (1844-1900) es el filósofo que desde hace casi ciento treinta años —su primer libro, El nacimiento de la tragedia, es de 1872— mantiene en vilo el pensamiento de Occidente. De él se ha dicho con toda razón que es una interrogación plantada al borde del camino que el hombre europeo ha venido recorriendo hasta ahora. Catedrático de lengua y literatura griegas en la Universidad de Basilea cuando contaba veintiséis años, diez años después abandonó la docencia; los diez años que le quedaban de vida lúcida los pasó errante en diversos lugares de Italia, Francia, Suiza y Alemania. Dejó una inmensa obra recopilada diligentemente por su única hermana Elisabeth. La edición de sus escritos póstumos y de su correspondencia ha suscitado enormes controversias durante setenta años. Actualmente se dispone de una edición ejemplar aún no acabada. Pero su obra es pluridimensional y requiere prestar atención a sus diversos estratos.

Todos, o casi todos, los textos preparados por un autor para su publicación y hechos editar, o no, por él constituyen el final (provisional) de un proceso y son, o un enmascaramiento, o un desenmascaramiento del propio autor, o bien un punto intermedio entre ambos extremos. El citado proceso es la genealogía del texto y encierra en gran parte su sentido.

Si también esa genealogía quedó fijada por escrito y tal fijación textual se ha conservado, su accesibilidad al lector, es decir, su publicación, otorga profundidad y vida a la obra.

En este sentido la situación de Nietzsche es privilegiada y representa un caso excepcional en la literatura filosófica. Nietzsche publicó un determinado número de textos, que son sus "obras". Pero además ocurre que se ha conservado la práctica totalidad de los apuntes preparatorios de las obras; es lo que hoy se denomina los "fragmentos póstumos". A ello se agrega que también se ha conservado una enorme masa de cartas que Nietzsche escribió, de cartas que le escribieron a él y de cartas que otros se intercambiaron sobre Nietzsche. Son tres estratos de un mismo proceso: el comienzo más o menos indeter- minado, en las cartas; el diálogo de Nietzsche consigo mismo, diálogo lleno de tensiones y de cambios de perspectiva, en los fragmentos póstumos; el resultado final, en las obras. Este resultado final es, unas veces, más preciso, pero, otras, más flojo que el estadio intermedio; el trabajo retórico le jugó ocasionalmente a Nietzsche malas pasadas y lo llevó a sacrificar en determinados casos la precisión intuitiva y los delicadísimos matices de un filosofar experimental como el suyo. No siempre el texto publicado es mejor que el apunte preparatorio.

Ha de decirse que la conservación de ese precioso material se debe casi exclusivamente a Elisabeth Fürster-Nietzsche, la hermana del filósofo; desde niña endiosó a su hermano y procuró guardar hasta el más insignificante papel escrito por él; y una vez que Nietzsche cayó enfermo y ella pudo dedicar tiempo y dinero a la recopilación de su legado, no regateó esfuerzos. Elisabeth Fürster-Nietzsche ha sido criticada, y con razón, por otros motivos, pero lo cierto es que sin ella se carecería de unos instrumentos que hoy se consideran indispensables para la interpretación y comprensión de "la obra" de Nietzsche.

Desde el principio se sintió la necesidad de hacer accesibles al público esas tres clases de escritos de Nietzsche, ese triple texto; y así, ya la propia hermana de Nietzsche publicó varios volúmenes de correspondencia, una buena parte de los fragmentos póstumos y, obviamente, la totalidad de las obras. Las naturales deficiencias, no tantas para la época y la situación concretas, de la labor editorial de Elisabeth Fürster-Nietzsche, se hallan hoy corregidas; en la editorial berlinesa Walter de Gruyter están ahora ejemplarmente editadas las cartas, los fragmentos póstumos y las obras de Nietzsche. Es lo que vulgarmente se llama la edición Colli-Montinari. Por cierto que Montinari, que se pasó la vida denostando a la pobre Elisabeth, se vio obligado a confesar ante un público experto, poco antes de su muerte, que su propia labor editorial era en realidad la "continuación" de lo hecho antes que él por Elisabeth Fürster-Nietzsche, por Schlechta, por la editorial Beck y por varios otros editores.

Cuan importante es la existencia, y el conocimiento, del triple texto de Nietzsche se muestra con toda claridad en las atormentadas relaciones del filósofo con Wagner. La fascinación, las reservas, los disgustos de su trato con el músico, todo eso se lo cuenta Nietzsche en sus cartas a algunos amigos íntimos, tan wagnerianos como él. Pese a ser comunicaciones privadas, contienen ya in nuce lo que luego explota, también de forma reservada, en los fragmentos póstumos. Sin el conocimiento de las cartas no sabríamos lo que de verdad pensaba Nietzsche de su trato personal con Wagner. Pero sin el conocimiento de los fragmentos póstumos se interpretan mal los textos publicados de Nietzsche sobre Wagner; es más, en algunos casos ni siquiera sospecharíamos que se refieren al músico.

Ya antes de su ruptura con Wagner, y en los primeros tiempos tras ella, Nietzsche es, en sus apuntes privados, mucho más crítico, incisivo, hostil a Wagner que en su obra publicada; o, al revés, en ésta se muestra mucho más moderado y timorato. Lo contrario ocurre en la época final, la de El caso Wagner y Nietzsche contra Wagner; aquí la obra publicada es mucho más acre, injusta, insultante con Wagner, mientras que en los fragmentos póstumos resuena una y otra vez la melancolía del recuerdo de pasados tiempos felices, la permanente fascinación sentida por Nietzsche frente a Wagner.

El triple texto de Nietzsche no significa que Nietzsche tenga tres caras diferentes, tal vez falsas las tres; significa el constante movimiento del pensamiento. Ese movimiento impide que al lector se le quede rígido un pensamiento expresado de manera aparentemente definitiva en una obra.