El nuevo pensamiento español
La filosofía española está hoy, sin duda, en su mejor momento histórico. Tal vez falten en ella, junto a tanto intérprete excelente, compositores resueltos. Esperemos que quienes hoy se disponen a recoger la antorcha hagan suyo ese reto
Este es, en cualquier caso, el marco fragmentado y altamente complejo en el que desarrolla su trabajo el nuevo pensamiento español. Que este desarrollo tenga lugar, en principio, acentuando en cierto modo la apariencia de fragmentación, en muy diversos "paradigmas" filosóficos concretos, es cosa obligada, dada la inserción de dicho pensamiento en el curso general de la filosofía contemporánea. A diferencia de lo ocurrido en otros países europeos y americanos, entre nosotros ninguno de esos paradigmas es ni ha sido nunca, con todo, monolíticamente dominante. Y es posible que a ello -aunque, ciertamente, no sólo a ello- se deban algunos de los rasgos más llamativos de la más reciente filosofía española: su indiferencia ante las convenciones rígidas, su disposición activa a servirse de todas las formas discursivas del filosofar, su versatilidad no exenta de rigor, su libertad, en fin, de gesto y de mirada. Porque las tradiciones abrigan, sin duda, pero pueden también coartar, sobre todo cuando se pretenden únicas. Constatación esta última que tal vez nos obligue a ir reconociendo ya que lo relativamente anárquico y tardío de nuestra incorporación a los grandes paradigmas filosóficos del siglo XX -del analítico en todas sus vertientes al fenomenológico, del filosófico-existencial al hermenéutico, del materialista crítico al posestructuralista- ha sido paradójicamente algo positivo. Y en sus resultados, anticipados, en cierto modo, de la actual situación general de desdibujamiento de fronteras y fosos filosóficos.
Los filósofos españoles que hoy comienzan a dejar oír su voz lo hacen, por otra parte, tras la presunta "crisis de los grandes metarrelatos" a cuya dilucidación crítica, en clave "posmoderna" o no, tanto esfuerzo analítico se ha dedicado en las dos últimas décadas. No son pocas, como es bien sabido, las figuras con las que históricamente se ha presentado el metarrelato legitimador de la Modernidad: el discurso ilustrado de la emancipación de la ignorancia y de la servidumbre por medio del conocimiento y del principio de igualdad ante la ley; el relato especulativo de la realización de la idea o del espíritu universal; el relato marxista de la emancipación de la explotación humana por la transformación revolucionaria de las relaciones capitalistas... pero también el discurso universal neo-ilustrado de la comunicación libre de dominio de las teorías del consenso dialógico de Apel o Habermas o el de la hermenéutica elevada a horizonte filosófico total de nuestra época.
Y así, incluso aquellos de entre los jóvenes filósofos españoles que en alguno de los registros de su trabajo enlazan con algún metarrelato -clásico o contemporáneo-, lo hacen, en sintonía con una época que a la aserción dogmática opone siempre la pregunta, lejos de toda ortodoxia, de toda constricción y de toda autocomplacencia. Que son, por cierto, los requisitos que deberá cumplir, en un próximo futuro, el pensamiento "fuerte" que se anuncia. Como lo hacen también de la mano, de una u otra manera, del viejo empeño de construir nexos de sentido. O lo que es igual, totalizaciones. Siempre finitas, siempre contingentes, siempre provisionales, pero siempre necesarias a la hora de pensar concretamente el mundo.
Considerada en su conjunto, la filosofía española está hoy, sin duda, en su mejor momento histórico. Tal vez falten en ella, junto a tanto intérprete excelente, compositores resueltos. Esperemos que quienes hoy se disponen a recoger la antorcha hagan suyo ese reto. Cada generación tiene, como los libros o las vidas, su destino. Y ¿qué mejor destino que un reto?