Primera palabra

El humanismo de Ortega

8 noviembre, 2000 01:00

El humanismo de Ortega se elabora desde la síntesis española en Europa y con la mirada puesta en Iberoamérica. Es, para decirlo con propiedad, un humanismo cervantino

E l humanismo de Ortega tiene sus raíces en la experiencia de la vida. Se ramifica a través de una obra dilatada en el tiempo y truncada en el espacio; anima sus "empresas" culturales, educativas y políticas llegando hasta el Instituto de Humanidades. No es una mera adaptación del humanismo clásico sino que configura un proyecto de futuro en nuestras actuales sociedades tecnológicas. Tiene un sentido afirmativo, pero no a través de la reivindicación de un territorio propio entre los saberes sino recogiendo las aportaciones de todos ellos. No se trata, pues, de un humanismo literario y hermeneútico al uso sino más bien de un humanismo vital, en el que vivir significa no renunciar a nada porque la vida es una suma y no una resta. Y ésta es la forma como la vida integra la muerte que nos va, en la suma de instantes, restando tiempo. El modo de existencia es una vida tensada hasta el límite de sí misma, tal como acuñó en ese pensamiento en imágenes que es su ex libris del Arquero, expresión aristotélica de la vida plena.

La singularidad del humanismo orteguiano se aprecia mejor si lo situamos en una tradición propia y lo comparamos con otras propuestas de su generación. Aparece como un humanismo latino que construye su identidad en la tradición clásica renacentista pero desde la síntesis española. Comparte la visión de la Filosofía como Filología, y ello constituye el nervio de los "principios de una nueva Filología" que confiara a Curtius; entiende la vida como amor a la palabra, sospechando que en esa definición del hombre como "animal racional" tomada de Aristóteles es preciso recuperar el logos, no como razón, sino desde nuestra perspectiva de seres que tienen y son tenidos por la palabra. De este modo, el humanismo expresa su verdadera relación con las letras, no sustituyendo las cosas por palabras, sino convirtiendo la vida en un género literario, los textos en tejidos vitales, es decir, en el modo como la vida se ve a sí misma a través de un ser humano en una época y lugar determinados. El pensamiento y el lenguaje tienen patria aunque no sean patrimonio de una nación. Por eso, el humanismo de Ortega se elabora desde la síntesis española en Europa y con la mirada puesta en Iberoamérica. Es, para decirlo con propiedad, un humanismo cervantino. Consiste en una fidelidad al presente y a las cosas, que se tratan de "salvar" (es decir, de llevar a la plenitud de su significado) mediante la acción cultural. Pero no concebida como una tarea heroica según el ejemplo de mitos seculares a revisar, sino desde la perspectiva de lo sublime cotidiano que nos concierne como ciudadanos. Lo que revela a juicio de Ortega nuestra modernidad en su género literario por excelencia que es la novela cervantina y también el texto pictórico velazqueño es que la antigua exigencia de belleza cede paso a la nueva de verdad. Las imágenes ya no son transparentes y devuelven la mirada mostrando que somos, nosotros y las cosas, seres inacabados y menesterosos que para vivir necesitan convivir. Una convivencia basada en la distinción de la distancia que es la tolerancia o en el respeto que es como Ortega define a la cultura. En definitiva, sólo se trata de ayudar a que los demás alcancen su propio ideal, el que (todos) puedan ser lo que ellos quieren ser y no lo que nos gustaría que fueran.

Esta propuesta de Ortega tiene unos matices generacionales bien diferenciados. Al sentimiento trágico de la vida y nihilismos epocales opone un sentido estético, afirmativo de la vida. Su humanismo es de signo distinto al debatido tanto en la Carta sobre el humanismo de Heidegger como en El existencialismo es un humanismo de Sartre. Si lo que se plantea en la polémica anterior (y vuelve a resurgir ahora desde la provocadora intervención de Sloterdijk) es que hay que tomar una opción, en Ortega encontramos una opción clara por el hombre frente al ser. Es cierto que el "ser es tiempo" pero porque él mismo está sujeto al tiempo, ya que se trata de un concepto histórico que el hombre griego elaboró para hacer habitable su mundo, y es posible que igual que surgió desaparezca.

La creencia orteguiana de que somos nuestro tiempo y debemos estar a su altura le lleva a abordar uno de los fenómenos más característicos de nuestro presente, como es el de la técnica. Ha sido la piedra de toque del humanismo tradicional. En el caso de Ortega su actitud no es de rechazo sino que apunta la posibilidad de un humanismo tecnológico. Pero eso implica construir una nueva identidad y dejar fluir viejas tradiciones. Frente al discurso platónico basado en la dignidad humana, Ortega recoge la otra corriente moderna, de fuerte presencia en España, y que ensaya el discurso sobre la llamada "indignidad humana". Para defender sus tesis de que sin la técnica el hombre no existiría ni habría existido nunca, elabora un "mito allende la técnica" según el cual el hombre ya no es en su origen un ser natural sino una anomalía, un monstruo, de la naturaleza comparado con los otros seres vivientes. La técnica es así una genuina posibilidad humana necesaria para poder estar y bien-estar en el mundo. Pero, dando un paso más, el discurso de Ortega no sólo es valioso para la técnica del siglo XX sino para las nuevas tecnologías del siglo XXI. Ya no se trata de transformar la realidad sino de crear nuevas realidades. Y es aquí donde el discurso humanista sobre el hombre como animal metafórico cobra su vigencia hoy en la "realidad virtual", ya que la metáfora para Ortega no es sólo una forma de conocer sino también de ser y de creación de nuevas realidades fundiendo otras, pero sin confundirlas. A partir de ahí se abren todos los interrogantes. A la conocida pregunta sobre "el puesto del hombre en el cosmos" se añade ahora esta: ¿Cuál es el lugar del hombre en nuestras sociedades tecnológicas? éste es el tema de nuestro tiempo.