Primera palabra

Benito Rabal evoca a su padre

5 septiembre, 2001 02:00

"Estaba sacando a mi hija pequeña de la cuna, la tenía en mis brazos... y sonó el teléfono. Era mi hermana Teresa. Dijo: ‘Papa ha muerto’. Mi primera reacción fue de absoluta incredulidad. Había estado con él cuatro días antes y estaba en perfecto estado, bromeando como siempre. Lo primero que pensé es que la voz al otro lado del teléfono no era la de Teresa, que alguien me quería gastar una broma. Nadie esperaba su muerte y menos que nadie, yo.

Aunque siempre hemos estado muy unidos, desde hacía dos años vivíamos muy cerca y nos veíamos casi a diario. A veces no actuábamos como padre e hijo, sino más bien como compañeros de ‘oficio’, como a él le gustaba decir. Era una relación muy curiosa por la que siempre pudimos tratarnos con mucho respeto, y por supuesto, con mucho amor. Pero, sin duda, la mejor enseñanza que he recibido de él, tanto en el terreno personal como en el profesional,es la humildad. Desde que yo apenas era un niño, no dejó de transmitirme ese sentimiento en lo que decía y en lo que hacía, veinticuatro horas al día. Trataba a todo el mundo con muchísimo respeto, fuera quien fuera, un minero de Aguilas o un catedrático, y eso sólo es posible desde una convicción sublime y apabullante de humildad ante la vida. ‘No creas nunca que lo sabes todo, siempre hay algo que aprender’, me decía siempre. Hasta hace cuatro días.

También recuerdo sus bromas. Gastábamos muchas cuando trabajábamos juntos, pero en realidad bromeaba con cualquier director. Era un eterno bromista, pero muy ingenuo. En algunas proyecciones de sus películas, había directores que sabían de esa ingenuidad de mi padre, y al acabar el visionado le decían: ‘¡Oye, que tenemos que repetir un plano!’ Había que ver cómo se le ponía la cara blanca, como si fuera la primera película que hacía. Porque mi padre nunca perdió la pasión ni el respeto por su trabajo, ni a los compañeros, absolutamente a todos. Después del rodaje de Goya en Burdeos, en una reunión con todo el equipo, leyó uno de esos poemas que tanto le gustaba escribir, en forma de coplas, dedicando un verso a cada uno de los integrantes del equipo. Era increíble, siempre estaba pensando en los demás. Creo que su máxima era algo parecido a esto: si los que te rodean y te quieren son felices, tú también serás feliz.

Ahora, íbamos a rodar El furgón. Lo cierto es que está escrito para mi padre, que encarna a un delincuente. Se trata de la historia de unos delincuentes de naturaleza bondadosa. Buena gente que, para ganarse la vida, no tienen más remedio que delinquir, quizá porque la vida no les ha enseñado a hacer otra cosa. Son fugitivos que huyen en un furgón, en el que tendrán un accidente... el furgón vuelca... y huyen a la costa pero las cosas se van complicando. Es una comedia de personajes, y uno de ellos está exclusivamente escrito para que lo interpretara mi padre, el de un carterista manco ya jubilado que ha pasado varios años en la cárcel.

El rodaje, en un principio, iba a comenzar en septiembre, pero debido a que mi padre tenía que terminar una película en México, lo retrasamos a enero del próximo año. Ahora, sin él... No sé si va a continuar el proyecto adelante. El productor Félix Rodríguez me dice que es lo mejor que podemos hacer en su memoria, terminar esta película y dedicársela. Yo todavía no sé si tendré el valor de dirigirla. Está tan llena de guiños a su personalidad, a su forma de comportarse en la vida, hay tantas cosas genuinamente suyas en el personaje... Sobre todo, la bondad que transmite y ese instinto de luchador nato, que nunca se rinde y exprime su vida hasta el final, que de momento no puedo imaginarme a otro actor en su pellejo. Porque veía su trabajo como un escaparate para hacer buena a la gente. Como Galeano, no actuaba para ser mejor, sino para hacernos mejores a todos.

No tenía miedo a nada. Quizá sólo a perder la humildad, y se sorprendía continuamente de que le dieran premios y homenajes en cualquier parte del mundo. El momento que más disfruté fue cuando le dieron el Doctorado Honoris Causa, no por el título en sí, sino porque sólo pudo ir un año a la escuela. Y ahí estaba, recibiendo un título universitario superior. Mis abuelos eran analfabetos, molinera ella, minero él. De ahí esa motivación, tan fuerte, para hacer llegar la cultura a todos sin exclusión, porque estaba sumamente convencido del poder de la cultura en las sociedades, tan necesario para la vida como el pan. Ahora me acuerdo de cómo subía las escaleras en la Universidad, a punto de recibir el título. Yo no podía contener mis lágrimas. Mi abuelo le solía decir: ‘¡Ay, Paco, qué pena me da, que me voy a morir sin ver a mi nieto con libros debajo del brazo!’

Es cierto que uno siempre admira a su padre, pero en mi caso se suman la veneración por su obra y la que siento por su labor de padre, que para mí están a la misma altura. Para siempre".