Primera palabra

El arte del paraíso

por José Antonio Marina

5 septiembre, 2002 02:00

José Antonio Marina

Tal vez aún me dure el influjo de los serenos castaños, pero creo que la cultura europea necesita un poco de ventilación, abrirse a aires limpios y abiertos y dejar de hacer el elogio de la esterilidad. Recomiendo a los intelectuales que salgan al jardín

Paraíso" procede de una antiquísima palabra persa que significaba "jardín". En efecto, cuando los hombres han intentado imaginar la morada perfecta para domiciliar sus sueños, han pensado siempre en un jardín. La Biblia nos dice que Dios fue el primer jardinero y lo explica de forma sugerente. Después de haber creado la naturaleza, el sol, la luna, las estrellas, las plantas y sus simientes, el firmamento y el mar, después de haber creado por fin al hombre, "plantó el Señor Dios un jardín de Edén, al oriente, y allí colocó al hombre que había formado". ¿De dónde viene ese simbolismo tan insistente? Creo que el secreto del jardín, lo que explica la fascinación que ha ejercido sobre los hombres desde tiempos inmemoriales, va más allá de su belleza y amenidad. Implica una teoría sobre la realidad. La felicidad y la sabiduría, dice, está en seguir la naturaleza pero sin dejarse dominar por ella. Si la naturaleza es demasiado imponente, nos esclaviza. Si somos demasiado tiránicos con ella, la destruimos. La solución consiste en educarla, en cultivarla, en darla una cultura, en humanizarla.

Acabo de regresar de Cambridge, donde, entre otras cosas, he visitado alguno de sus grandes jardines. Por ejemplo, Audsley End, obra de Capability Brown. Ver un jardín es obra de gran sabiduría. Hay dos haikus de Basho, el delicioso poeta japonés del XVII, que conviene tener en la mente mientras se pasea. Ambos están despojados de todo sentimentalismo. Tienen la escueta objetividad de un dedo que señala. La belleza está fuera del poema, pero dentro de la mirada. El primero, nos hace imaginar que Basho, de camino, se fija en algo pequeñísimo y escribe: "Cuando miro con cuidado, ¡veo florecer la nazuna junto al seto!". La nazuna es una plantita silvestre, insignificante, que ante la mirada de Basho adquiere la grandiosidad de una epifanía cotidiana, de un pequeño milagro. El otro haiku me lo aplico como espectador y como jardinero: "El asunto del pino apréndelo del pino, y el del bambú del bambú". Estos poemas han sido comentados por los filósofos japoneses modernos -Suzuki y Nishitani, por ejemplo- con la misma unción con que Heidegger comentaba a los presocráticos.

Antes de marchar a Inglaterra había escrito el prólogo para un librito de Horacio Walpole, titulado Historia del gusto moderno en jardinería, que va a ser publicado en castellano. La jardinería, como todas las demás artes, ha cambiado de estilo, ha sufrido modas, revoluciones, manierismos, períodos de auge y de decadencia. Cada cultura ha inventado su peculiar estilo. Las culturas confucianas han espiritualizado el jardín. En chino, la palabra con que se lo designa significa "sabiduría". En japón, el jardín se convierte a la disciplina zen. Son los monjes y los maestros del té quienes los construyen, y se van haciendo cada vez más simbólicos. El jardín francés es un jardín frío, de setos recortados, hecho para la contemplación o el paseo cortesano, con mucho "subir y bajar escalinatas", como comenta Walpole, a quien la jardinería francesa le ponía de los nervios, como a mí. Los jardines árabes son caseros. Son patios. Cármenes. Rincones con macetas. Un poético intento de reconstruir los oasis de la memoria.

Todos estos jardines han estado vallados. La etimología de la palabra "jardín" lo confirma. Deriva de la raíz indoeuropea gher-, que significa "cercado". Son hortus conclusus, pertenecen a la intimidad de las casas. Pero los ingleses, dispuestos siempre a apartarse del común de los mortales, decidieron hacer el jardín abierto, el landscape garden. Capability Brown, Bridgeman, y Kent derribaron las vallas. Y esto hace vibrar de orgullo patrio a Walpole: "Hemos descubierto el punto perfecto. Hemos dado el mejor modelo de jardinería al mundo. El arte de suavizar la dureza natural y de copiar sin embargo la gracia de la naturaleza."

Los jardines retratan los sistemas políticos donde nacen. El jardinero francés que recorta implacable los setos es símbolo del estado totalitario, que lo mismo mete en cintura al ciudadano que al boj. También los monstruosos bonsais, esa cruel jibarización de los nobles árboles, tenía que nacer bajo un régimen dictatorial. En cambio, el jardín inglés es liberal, abierto, ilustrado. Es, como la democracia, una naturalidad diseñada y vivible, el punto donde naturaleza y arte se encuentran.

Mientras paseaba por los parques, creaciones culturales vivas y deslumbrantes, una parte de la cultura europea, de libros y cafés, me resultaba lejana y casi enfermiza. De sotanillo y humo. Baudelaire desdeña el mundo vegetal y afirma: "el agua en libertad me es insoportable". La prefería, sin duda, embotellada. Y Sartre, ante un gigantesco árbol, experimenta una sensación de náusea y aquella experiencia poderosa le parece excesiva y superflua. Tal vez aún me dure el influjo de los serenos castaños y los brillantes céspedes, pero creo que la cultura europea necesita un poco de ventilación, abrirse a aires limpios y abiertos, dejar de hacer el elogio de la esterilidad y entonar la gran canción de la fecundidad. Recomiendo a los intelectuales que salgan al jardín. Y que crean en el paraíso.