Primera palabra

Sorpresas de Goya

por Alfonso E. Pérez Sánchez

8 mayo, 2003 02:00

Alfonso E. Pérez Sánchez

A la subasta, hoy en la sala Alcalá, de dos goyas desconocidos que deben pasar, a juicio de Alfonso Pérez Sánchez, al catálogo de obras incuestionables se suma estos días la polémica planteada por el catedrático Juan José Junquera en la revista "Descubrir el Arte", desde la que cuestiona la autoría de las Pinturas Negras. Pérez Sánchez prefiere de momento no terciar en esa polémica

La reciente aparición de dos magníficos cuadros de Goya, de cuya existencia no había la menor noticia, ha despertado una curiosidad y un interés notables. Con frecuencia este tipo de noticias se revelan absolutamente falsas, fruto del entusiasmo de los presuntos "descubridores", ayunos tantas veces de conocimientos, cuando no movidos por un interés escandaloso, en el que con frecuencia laten intereses económicos o de oportunidad política. No hace mucho la aparición de "un Goya como la copa de un pino", que no era sino un Maella bien conocido de antiguo, y olvidado por quienes tenían la obligación de conocerlo y conservarlo, armó un considerable revuelo.

Pero hay ocasiones en las que el descubrimiento es cierto y la aparición de obras nuevas, sometidas a determinados controles de quienes saben y pueden juzgar con conocimiento y sin pasión, enriquecen el saber y ayudan a perfilar con matices nuevos la personalidad de determinados maestros. La figura de Goya ha sido en los últimos años la más favorecida por estos hallazgos inesperados.

Uno de los casos más significativos es el del San Juan Niño, recientemente adquirido para el Prado gracias al pago de impuestos de Caja Madrid. Recogido en el inventario de Goya de 1812 y vendido en una subasta en París a fines del XIX, su aparición ha supuesto una importante aportación a nuestro conocimiento del Goya maduro que vuelve los ojos a la belleza romana que conoció en su juventud y a la evocación, en técnica y modelo, de lo que significaba Guido Reni para sus amigos ilustrados. Otra obra perdida y reencontrada fue el Apartado de Toros que, en 1995, compareció en venta en Londres. Se trataba de una pintura conocida de la que se había perdido la pista. Su reaparición permite completar la serie de escenas taurinas que pintó, convaleciente, en 1792-93.

Especial trascendencia tuvo en su momento la identificación del lienzo que Goya presentó al concurso de la Academia de Parma en 1761 con el pie forzado del tema: Anibal cruzando los Alpes. El cuadro fue identificado por Jesús Urrea entre los lienzos que ornaban la finca El Pito de Cudillero al constituirse la Fundación Selgas y abrirse al público como museo. Pero lo más curioso es que, desde entonces, han aparecido sucesivamente dos bocetos para esa composición que hubo de ser concienzudamente estudiada por Goya, pues suponía su primera presencia en un certamen de importancia. La publicación del lienzo grande y unos dibujos en el "Cuaderno Italiano" (otra novedad aparecida hace unos años y ya en el Prado) facilitaron la identificación de los bocetos hasta entonces anónimos. Una colección de Zaragoza y otra francesa se encontraron en posesión de dos obras singulares que suministran información excepcional sobre los modos de trabajar de un Goya de 27 años, ya dueño de un lenguaje de singular maestría.

Otro caso notable de reaparición de un lienzo cuya existencia era conocida, pero en paradero ignorado desde hace más de un siglo, es el retrato de Doña María Teresa de Vallabriga, la esposa del infante don Luis y madre de la condesa de Chinchón. Mencionado en un inventario y nunca fotografiado, apareció en una venta en Londres en 1992. Del personaje se conocían otros retratos -uno de perfil ha pasado al Prado- pero éste muestra, de busto y de frente, a la hermosa señora que conquistó -y dominó- al hermano de Carlos III. Son estas "reapariciones" por sorpresa, obras de las que ya se tenía noticia. Cabe esperar que algún día reaparezcan también obras que conocemos por antiguas fotografías y que desaparecieron sin dejar rastro. Por ejemplo las cuatro escenas bíblicas que, hacia los años veinte del siglo pasado, pertenecían a los Duques de Aveyro, o la sorprendente escena de Don Juan o el Convidado de Piedra que formó parte del conjunto de brujerías de la Alameda de Osuna, al que pertenecían también los lienzos del Museo Lázaro Galdiano y el Vuelo de brujas, hoy en el Prado. A otro cuadro de este conjunto, La cocina de brujas, se le perdió también el rastro hace más de medio siglo en una colección mexicana.

Pero si estas reapariciones podían ser esperadas y deseadas, más sorprendentes aún son aquellas que nos brindan obras desconocidas, que sólo la abrumadora evidencia de su calidad, su técnica y su estilo, permiten incorporarlas de inmediato al catálogo de obras indubitables. Tal es el caso de los lienzos ahora aparecidos: La Sagrada Familia y Tobías y el ángel. Puede preguntarse cómo es posible tal cosa con un artista que ha sido estudiado y reestudiado mil veces. No es difícil la respuesta. Poseemos documentación de los encargos oficiales, de los retratos de la nobleza y también de lo que guardaba el pintor en su taller a su muerte. Pero Goya hizo muchas obras "menores" para regalar a sus amigos, especialmente obras religiosas o de personal devoción de las que no queda constatación escrita, salvo en alguna carta privada cuya aparición sería tan sorprendente como la de la pintura misma. Una buena parte de las pinturas religiosas de Goya que conocemos son de pequeño tamaño y carecen de documentación. El propio artista en su correspondencia a Zapater se refiere a un lienzo de la Virgen que ha de pintarle.

Estos lienzos devotos se han mantenido en domicilios privados, olvidado su autor y transmitidos de padres a hijos, hasta que alguien posa su mirada en ellos y advierte, tras la capa de barnices y polvo, el singular destello de la mano del maestro. Entonces inician una nueva vida, no movida ya por la amistad o la devoción, sino por el poderoso caballero Don Dinero.