Primera palabra

Elogio del panóptico, Rafael Santos Torroella en la memoria

por Jaime Brihuega

25 septiembre, 2003 02:00

Jaime Brihuega

Poeta y artista, crítico de arte clarividente y apasionado, la figura de Santos Torroella, panóptica como una estrella de mar, nos enseña muchas cosas en estos tiempos en que la razón, la ética y la estética sucumben bajo las muecas de la sociedad del espectáculo

Hablar de Rafael Santos Torrella trasciende en mí los límites del homenaje. Tiene que ver con la amistad y está asociado tanto a su inmensa calidad humana como a claves de mi propia biografía. Evocarle, pues, remueve aguas profundas de la memoria. Pero tal remolino de recuerdos no pasaría de ser mero equipaje emotivo si detrás de todo ello no se encontrara el enorme peso específico de una figura que pertenece, por derecho propio, a la historia de nuestro devenir cultural. Una figura que, sin embargo, no está inscrita sólo en uno de sus apartados porque es pluridimensional.

Hace poco he escrito que Santos Torroella irradió su persona al igual que una estrella de mar mueve sus brazos; es decir, en direcciones múltiples que se anudaban siempre en una única y panóptica condición. Y esto es algo que desde el Renacimiento y, renovadamente desde la Edad de la Razón, define el talante del hombre lúcido frente a quien puede acabar siendo un autómata diestro (también define, como El Aleph de Borges, el conocimiento bajo la forma de una pasión). No en vano fue en el Renacimiento y en el Siglo de las Luces cuando los arquitectos crearon espacios panópticos ya no exclusivamente religiosos, desde cuyo centro, un sólo giro de la mirada servía para contemplar la totalidad del espacio de civilización que la construcción había engendrado.

Harían falta muchas páginas para desarrollar, en singular y en horizontal, todos los aspectos que configuran esa encrucijada intelectual y estética que sirvió de eje mayor a Santos Torroella. Pero lo que quiero poner aquí de relieve es el carácter de nudo gordiano de esa dimensión polifacética cuyos diversos flancos dialogan y se enriquecen continuamente entre sí, como si constituyeran una galería de elucidantes espejos.

Poeta y artista, su mano engendró formas para la mirada y en ese muro de la memoria contra el que rebotan los sonidos de las palabras. Significa esto que conoció en carne propia la savia agridulce que corre por dentro de la creación plástica y literaria, en virtud de la que el placer máximo de una vivencia se modela con frecuencia gracias a claroscuros de dolor. Activista del resurgir de las vanguardias en épocas difíciles, cuando la Dictadura fomentaba una amnesia que había logrado convertir en su mejor aliado, Santos Torroella impulsó iniciativas, fundó revistas, articuló grupos y contribuyó e emitir propuestas programáticas, manteniendo vivo el horizonte que, en los años 30, había logrado que nuestra cultura marchara al paso de la modernidad.

Crítico de arte clarividente y a la vez apasionado, contribuyó a que el acontecer estético se asentara en el imaginario colectivo razonada y a la vez emocionalmente desvelado. Amante conocedor del calor poético de palabras, formas y su trasfondo documental, pero también del aura mágica de sus identidades objetuales, coleccionó piezas singulares. Hoy sabemos que son vestigios destinados a intervenir en la interpretación de nuestro discurso cultural, iluminando siempre sus ángulos más oscuros. Historiador capaz de trazar rutas que luego todos hemos ido recorriendo porque eran las más directas para llegar al corazón de la memoria, lo hizo a través de una mirada singular. Cuando interpretaba el devenir histórico de la cultura lo hacía con una especial intuición para comprenderla y transmitirla en profundidad y extensión, precisamente porque él mismo había sido parte activa de su propio presente y conocía la historia desde dentro.

Su método era contundente. Abordaba la realidad cultural con una mirada retrospectiva larga y estructurante que venía regida por el apetito de síntesis. Pero también lo hacía con otra corta, capaz de aproximarse hasta una microscopía del hecho histórico donde la condición humana, la consciente y la que no lo es tanto, puede ser avistada con todas las grandezas y miserias de su entidad individual; única donde se reflejan y cobran forma eficiente los estereotipos de nuestra identidad genérica. Son muchos los legados de Santos Torroella. pero lo importante es que todos se entrelazan en una misma lógica de comprensión del mundo. Y ella es la única que sirve para forjar horizontes de libertad y de gozo. Para el individuo y para el género humano.

Y no es poco. En un tiempo en que se nos intentan imponer fundamentalismos de uno y otro signo, el de los poderosos y el de los miserables, mientras medio mundo se desangra para que el otro medio engorde... En un tiempo en el que los poderes fácticos que articulan el imaginario de la globalización intentan crear mitologías de bolsillo bajo las que se enmascaran las contradicciones de la realidad... En un tiempo en el que la razón, la imaginación, la ética y la estética son empujadas a sucumbir bajo las muecas de la sociedad del espectáculo... En ese tiempo, la figura de Rafael Santos Torroella, panóptica como una estrella de mar, nos enseña muchas cosas. Por ejemplo, nos muestra cómo revolvermos en todas las direcciones del espacio respondiendo a los estímulos más diversos. O cómo flotar en el mar de la inteligencia alentados por la energía de las emociones... En resumidas cuentas, nos enseña a preparar lúcidamente el solapamiento fértil de las generaciones, para que la historia no nos devore, como a sus hijos Saturno.