Primera palabra

Manet, una nueva pintura

por Geneviéve Lacambre

9 octubre, 2003 02:00

Entre influencias española y japonesa -las dos confesadas explícitamente en el Retrato de Emile Zola- Manet encontró los caminos de la modernidad, tan querida por Baudelaire. Prácticamente no hay artista que haya cuestionado tanto la pintura de los demás

Antes de ser considerado en el siglo XX el padre de la pintura moderna, a Manet se le acusó durante mucho tiempo de no saber pintar. Con ocasión de la exposición póstuma de 1884 en la Escuela de Bellas Artes, Louis Esnault escribía: "Manet, después de su muerte, igual que en vida, no ha sido más que un fracasado". Es cierto que en la introducción a su catálogo, Emile Zola respondía por anticipado a los que se asustaban del naturalismo: "La fórmula de Manet es muy ingenua: sencillamente, se ha situado frente a la naturaleza, y como único ideal, se ha esforzado por reproducirla en su verdad y su fuerza... Sólo le ha guiado una regla, la ley de los valores, la forma en que un objeto se comporta ante la luz... A partir de entonces aparecieron esos tonos precisos, de una intensidad singular...; a partir de entonces las figuras se simplificaron, sólo las trató como grandes masas". Desde luego, tuvo que reconocer que Manet -que, por otra parte, estaba muy sorprendido- suscitó durante mucho tiempo la incomprensión de la multitud, y a menudo la del jurado del Salón. Su carrera, amplia y aparentemente rápida, pasaba a ojos de sus contemporáneos por negligencia, y sus cuadros por simples bocetos. El testimonio de sus modelos, a quienes retenía en innumerables sesiones de pose, muestra hasta qué punto debía trabajar para encontrar el tono exacto.

Lo que desconcertaba a sus contemporáneos era el aparente abandono del tema: rechaza el elemento narrativo de la escena de género. Entre los personajes que reúne en un mismo lienzo no existe ninguna pequeña historia, como en el Balcón. Y cuando trata, por convicción política, la Ejecución de Maximiliano, esta inmersión en la pintura histórica es también una respuesta a Goya.

Porque Manet es todo lo contrario a un autodidacta poco hábil. Siguió las enseñanzas de Thomas Couture, un artista que ponía en duda la validez de la enseñanza académica y que dirigía su mirada hacia los maestros del color. Visitó los museos y multiplicó las copias de los venecianos o los españoles. Imbuido de su estilo, se lanzó a las grandes composiciones que quiso dar a conocer al público. Suscitó el escándalo, pero no se dejó abatir.

Siguiendo el ejemplo de Courbet y temiendo un nuevo rechazo del jurado, organizó una exposición de todas sus obras al margen de la exposición universal de 1867. En los "Motivos de una exposición particular" que sirven de introducción al catálogo editado para esta ocasión, se encuentra esta confesión: "El efecto de la sinceridad es dar a las obras un carácter que hace que se parezcan a una protesta, mientras que el artista sólo ha pretendido reflejar su impresión". Y esto ocurría siete años antes de la exposición de Claude Monet, que en 1874 dio origen a la palabra "impresionismo".

Aunque muy escasos, los apoyos no faltaban. Y eran de gran calidad... A partir de 1861, cuando expuso su Guitarrista, atrajo la atención de algunos jóvenes artistas, un grupo que se había formado en los años del Segundo Imperio, como muestra el Atelier des Batignolles que Fantin-Latour pintó en 1870.

Obtuvo también, con el transcurso de los años, el apoyo de los mayores genios de su tiempo: Baudelaire, Zola, Mallarmé. Ellos le ayudaron a afrontar una "vida de luchas incesantes". En 1882 confió a su amigo Antonin Proust: "Este enfrentamiento me hace mucho daño... Lo he sufrido cruelmente, pero me ha fortalecido". Y aunque era sincero en la declaración de principios de 1867, "Manet no ha pretendido derrocar una antigua pintura y tampoco crear una nueva", hay que señalar que supo sacar un partido admirable del universo visual que le rodeaba, rechazando el acabado del academicismo, descubriendo el aire que circula en torno a las figuras tan vivas de Velázquez y la sinceridad de los tonos de las estampas japonesas que invadían entonces los talleres.

Entre influencias española y japonesa -las dos confesadas explícitamente en el Retrato de Emile Zola- Manet encontró los caminos de la modernidad, tan querida por Baudelaire. Prácticamente no hay artista que haya cuestionado tanto la pintura de los demás -con "su mirada de vidente" por retomar la expresión de Mallarmé- tanto la del pasado como, después de 1870, la de sus jóvenes amigos, adeptos de una pintura clara.

Poniendo así la profesión de pintor en primer plano, Manet se convertía en el cantor de la "pintura pura". La palabra la utilizó, en 1932, Edmond Jaloux en un artículo de la revista Formes, "Lo trágico de Manet". Entonces señaló: "El gran descubrimiento del arte moderno es poner la representación de todo el mundo exterior al servicio de esta sensualidad de la visión, mientras que hasta Manet, ésta tenía como fin realzar, servir a un aspecto organizado de las cosas".

El arte de finales del siglo XX quizá haya seguido otros caminos. Marcel Duchamp pasó por allí. Pero Manet fue el iniciador de una "nueva pintura".