Primera palabra

Oasis con encinas

por Carlos Marquerie

22 enero, 2004 01:00

Carlos Marquerie

Si ni siquiera podemos ver en nuestro teatros con normalidad a Valle-Inclán o García Lorca, ¿cómo podremos ver la creación escénica actual europea o incluso la nacional? Madrid es un desierto y su teatro, más. El tejido madrileño está roto y no existe comunicación entre sus elementos

Madrid es una gran urbe: número de habitantes, extensión, vehículos y fuentes se han multiplicado. Es una ciudad culturalmente tendente al conservacionismo- conservadurismo y es un desierto en todo lo referente a la creación y a una idea de cultura viva, matizaré: el gran problema de Madrid estriba no tanto en la capacidad de sus creadores y sí en la racanería de sus gestores político-culturales. Desierto, a pesar de la proliferación de fuentes, con algunos pequeños oasis que por desgracia sufren el acoso de la carencia de presupuestos e infraestructuras necesarios para su desarrollo. Siempre podremos refugiarnos en el Prado con Velázquez y Goya o en nuestras casas con el castellano de San Juan de la Cruz, Cervantes o Quevedo… qué remedio. Pero la cultura viva, y el teatro en particular, es punto y aparte o punto y vacío, cuando debería ser un humedal propicio para el encuentro y el intercambio de ideas, donde invernaran experiencias vivas y dinamizadoras, ojo, ya casi en estado de extinción. Pero si ni siquiera podemos ver en nuestros teatros con normalidad a Valle-Inclán o Lorca ¿cómo podremos ver la creación escénica actual europea o incluso la nacional?

Insisto: Madrid es un desierto y su teatro, más. El tejido teatral madrileño está roto y no existe comunicación entre sus elementos: el teatro comercial cabalga arrogante sobre sus musicales, los teatros nacionales se enrocan en absurdos conceptos de recuperación de dramaturgias olvidadas, con un lavado de cara de medio pelo y otro poco de diseño, y el teatro de creación asume su destierro en el gueto del mal llamado teatro alternativo. Todo esto amalgamado con una inmensa producción de títulos de serie B, destinados a rellenar programaciones y circuitos, creados para cubrir el expediente de políticas con vocación de vacío y promover la cultura del ocio-consumo. El teatro alternativo es una extraña mezcla, un cajón de sastre donde entra todo aquello de difícil clasificación, vale, en el desierto hay oasis y espejismos: teatro que por contenido, estética y sistema de producción plantea una alternativa y otro que es alternativo como única salida. Con esto no quiero culpabilizar ni a artistas ni a organizaciones, la carencia de estructuras donde ciudadanos y artistas puedan desarrollar con coherencia y libertad sus aficiones o profesión es un problema político.

Siempre he tenido la ilusión de otro Madrid pero no de un Madrid de diseño, pulcro y correcto, más bien un Madrid que hubiera desarrollado el potencial cultural que posee. Una ciudad con la ventaja de tener una identidad difusa por su veloz crecimiento desde los años 50, ciudad de acogida, ayer de inmigración nacional y hoy extranjera, ciudad desarraigada, ciudad encrucijada de caminos y pensamientos. Madrid se debería merecer otro presente. Ante estas características que a priori podrían considerarse aspectos negativos, si pensamos en esa ciudad bella, histórica, equilibrada y con el orgullo de su cultura enraizado en sus ciudadanos. Qué lejos de nuestro Madrid. Todo lo contrario, y ahí su posibilidad de sacudirse tradiciones y generar una identidad abierta y actual. Pero esta cultura viva no surge, ni puede surgir sin un deseo político y, desgraciadamente, aparte de la conservación del patrimonio, el resto se deja en manos del mercado. Sólo quedan los intersticios, las curvas del camino que permiten albergar esos pequeños oasis. Salas alternativas (no todas y no siempre), La Casa Encendida a pesar de sus limitaciones de espacio en lo referente a las artes escénicas, Los Lunes de la Fábrica, un ejemplo de actividad-guerrilla al no basar su estrategia en un local y buscar su identidad en el contenido, el nuevo proyecto de La Casa de América y Escena Contemporánea, festival que en su cuarta edición abre un nuevo periodo bajo la dirección de Mateo Feijoo, con un programa en el que se atisban novedades, artistas jóvenes y una mayor presencia de performances, instalaciones y acciones que siempre suponen una renovación, aunque continúen algunos de sus problemas estructurales como la mezcla de un festival que escucha la creación actual con Madrid Escena, una feria que como tal depende del mercado y sus intereses siempre discutibles.

El teatro y la danza y sobre todo Madrid necesita de estos pocos oasis; fueron fuertes en los primeros años 70 con el teatro independiente y en los 90 cuando se generó, en torno al Teatro Pradillo, un movimiento donde cuajaron una generación de artistas que hoy en su madurez parecen olvidados de la cartelera madrileña mientras están presentes por toda Europa (agradezcamos a Escena Contemporánea que nos presente las ultimas creaciones de Elena Córdoba, Olga Mesa y Mónica Valenciano). Las condiciones están en la ciudad, en su idiosincrasia, potenciémoslas: más dinero, mejores estructuras y mucho diálogo, pero no nos equivoquemos, no necesitamos Oasis con palmeras como Barcelona o con grandes jardines como París. Por favor Oasis sin fuentes, cuajados de colores tierras y pardos: Oasis con encinas. Y si no, dinamitemos las fuentes y plantemos más encinas, que ya crecerán.