Primera palabra

Cuatro ejes para el Reina Sofía

por José Luis Brea

20 mayo, 2004 02:00

José Luis Brea

La política museística del Reina Sofía tendría que estar definida por estos cuatro ejes: contemporaneidad reflexiva, participación social, autonomía crítica y estímulo a la producción creadora

Bajo mi punto de vista, la política museística del Reina Sofía debería definirse con un perfil de extremo compromiso tanto con su tiempo como con la ciudadanía, a la que está obligado. Al mismo tiempo, debería atender a las propias exigencias de su objeto, el arte contemporáneo, consciente de toda la complejidad que él vive en el proceso de transformación de las sociedades contemporáneas, sin descuidar, por último, a la propia comunidad artística, y en particular a los creadores, a los que debe servir también de instrumento mediador para favorecer su desarrollo y proyección. La tensión y el mantenimiento de un compromiso firme con esos cuatro ejes nunca será tarea sencilla, pero lo que es seguro es que el descuido de cualquiera de ellos redundará en un renovado fracaso.

Conjugar los dos primeros objetivos no debería aparecérsenos complejo. De hecho, la evolución contemporánea de las instituciones museísticas les reclama, por encima de todo, constituirse en eficaces dispositivos de diálogo y reflexión pública sobre las evoluciones de la cultura contemporánea y su impacto en la misma definición del tejido social. Dicho de otra forma: no tendremos un buen museo mientras éste no logre constituirse en espejo candente de su contemporaneidad, mientras no acierte a registrar críticamente las formaciones del imaginario que la ciudadanía reconozca como propias. En mi opinión, si lo hace así tiene asegurada su razón de ser, y en ello su aceptación social. Creo que yerran quienes parten de considerar que la calidad reflexiva y el interés del público son asimétricos: todo lo contrario, antes de convertirse en audiencia, el ciudadano exige que la institución cultural asuma su dimensión simbólica. Calidad del trabajo crítico, apertura a la época y participación colectiva no pueden ir nunca separadas, y si lo hicieran es porque no serían tales, nunca porque la ciudadanía habría preferido listones más bajos.

El tercer eje es crucial: el arte tiene sus propias articulaciones complejas de regulación y legitimidad, y es preciso respetarle sus propias condiciones autónomas de valor, de verdad. No cabe sacrificar a los requerimientos e intereses de las industrias del espectáculo ninguna autoexigencia de rigor y consistencia analítica, sin duda imprescindible. El trabajo del museo se debe también a esa regla inmanente que es la propia del arte, y probablemente el eje de una colección bien construida, sobre los polos de una gran coherencia y articulación del conjunto, combinada con una asunción calculada de riesgo crítico, puede ser el mejor punto de apoyo para ordenar y consolidar esa producción de conocimiento, que es el propio del museo.

Por último, su rendimiento específico en cuanto a la comunidad artística. Nunca podremos hablar de un buen trabajo museístico si no vemos florecer a su alrededor una comunidad creadora potenciada. Ya sea de manera directa -a través de la retroalimentación que la estructura museal ha de saber crear con el tejido y la comunidad artística de su entorno- ya de manera indirecta, potenciando escenarios de reflexión colectiva y apoyando y colaborando con las instancias formativas e investigadoras, con las que ha de convivir en un diálogo fructífero. A través de él, el museo tiene que actuar como una herramienta potenciadora para la comunidad especializada, elevando los niveles de la partici- pación, reflexión y criticidad que garantizarán, por extensión, la propia mejora de la comunidad artística.

Resumiendo, una política definida por cuatro ejes -contemporaneidad reflexiva, participación social, autonomía crítica y estímulo a la producción creadora- y apoyada para lograrlo en el despliegue de instrumentos de participación, que junto al trabajo principal centrado en el desarrollo de la colección y la problematización crítica de la actualidad a través de las exposiciones temporales, sepa implementar también otras herramientas generadoras de reflexión: debates abiertos, talleres con los artistas y curadores, laboratorios de producción que ayuden a afrontar el gran desafío que la introducción de las nuevas tecnologías supone para las prácticas artísticas, así como a potenciar su crucial papel como productoras de conocimiento en una sociedad en que el trabajo inmaterial y la producción simbólica se constituyen en fundamentales generadores de riqueza (no solo económica sino también experiencial, moral, vivencial …).

Toda una batería de instrumentos que habrán de contribuir así a transformar el museo de escaparate o aburrido osario en centro dinámico y dinamizador de la reflexión, la práctica, la producción, el diálogo, el aprendizaje y la permanente apertura ontológica que es el arte. Carente de tales disposiciones, lo que queda del museo del 20 en el siglo 21 se parecería más al mausoleo recolector de los productos fetichizados de una industria claudicante que al vívido sismógrafo de los tiempos que debería ser, aquella mesa de operaciones a corazón abierto imaginada por Lautrémont en que el latido de una época y el sentido del paso de la humanidad por ella se encuentran y reconocen de modo quizás ya no tan fortuito, pero todavía vibrante e iluminador…