Image: La cultura cenicienta

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Primera palabra

La cultura cenicienta

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

19 octubre, 2006 02:00

Luis María Anson

Si algo destaca a España en el mundo de hoy es su potencia cultural. Económicamente, tal vez ocupemos el noveno o décimo lugar entre las grandes naciones. Culturalmente, el tercero o el cuarto. Es esta una afirmación ponderada. Las culturas francesa, germana, escandinava, eslava, árabe, india , la negritud son admirables. Pero andan a la zaga de la sajona, la sínica o la iberoamericana. España, en cabeza de veintidós naciones de lengua castellana, con más de cuatrocientos millones de hispanohablantes a sus espaldas, mantiene un lugar de privilegio en el mundo cultural.

En los últimos cien años, el fogonazo de Picasso encendió el entero siglo XX con la espléndida añadidura de Miró, Gris, Dalí, Sorolla, Tapies, Tamayo, Siqueiros, Ribera, Mata o Guayasamín. Chillida se situó en lugar relevante en la escultura; Plácido Domingo o la Caballé, en el canto; Ramón y Cajal y Severo Ochoa, en la ciencia; Gaudí y Calatrava, en la arquitectura; Neruda, Lorca, Alberti, Aleixandre, Juan Ramón, Machado, Hierro, Miguel ángel Asturias, García Márquez, Vargas Llosa, Octavio Paz, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Gabriela Mistral, Julio Cortázar, Buero Vallejo, Valle Inclán, Cela o Delibes, en la literatura; Buñuel, Almodóvar, Berlanga, Bardem, Amenábar o Trueba en el cine. Y no están, entre estos nombre desperdigados, todos los que son. Nos falla en España hoy como siempre a lo largo de la historia cultural de Occidente, la música. Ni siquiera Falla, Rodrigo o Albéniz se encuentran en el circuito internacional.

Derribado con estrépito el francés, el idioma español, a pesar de algunos aldeanismos ridículos en Cataluña o las provincias vascongadas, se ha colocado destacadamente tras el inglés. La distancia resulta abismal porque la lengua de Shakespeare es en el siglo XXI lo que el latín en la Edad Media. Pero sin ayudas ni apoyos, salvo en los últimos años los politizados institutos Cervantes, el español es hoy primera lengua en veintidós naciones, segunda lengua en Brasil, Estados Unidos y otros países anglohablantes y tercera lengua, tras la nacional y el inglés, en numerosas naciones de todo el mundo desde Japón a Alemania. En las universidades de los cinco continentes los estudiantes eligen el castellano después del inglés. La pujanza iberoamericana y el esplendor español están en el origen del desplazamiento del idioma francés.

Y llega, claro, un Gobierno de izquierdas, con la boca llena de declaraciones culturales, un poco decrépitas y parásitas, la verdad, con permanentes aspavientos de progresismo intelectual, y deja el crecimiento presupuestario del ministerio de Cultura a la cola de los otros ministerios. Un 4,1 por ciento subirá en 2007 la asignación a la cultura frente al 17,1 por ciento a Asuntos Exteriores, el 22,4 por ciento a Fomento, el 15 por ciento a Industria o el 8,6 a Defensa. Me referí a este asunto en una carta a Cayetana y enseguida reaccionaron partidos y medios. Menos mal.

Ciertamente se arbitrarán presupuestos extraordinarios, si fuera necesario, para adquirir la colección Thyssen que es un renglón de tal importancia que debe ser abordado con regateos pero sin pusilanimidad. Es una aislada excepc ión. En todo caso, la triste realidad es que el Gobierno ha convertido a la Cultura en cenicienta presupuestaria contra la realidad de lo que España significa en el mundo en ese terreno tan abrupto y difícil de transitar.

Presupuestos son amores y no buenas razones. La política cultural española ha sido una catástrofe con Suárez, González y Aznar. Ninguno de los tres tuvo una idea clara de lo que necesitan las manifestaciones culturales para ser potenciadas. Se quedaron en la improvisación, la ligereza, la manipulación y el amiguismo. Ahora, y tras alguna operación magistral como el centenario del Quijote, el desprecio a la cultura se traduce en unos presupuestos cicateros y absurdos. Las cifras son tozudas y ahí están. La bofetada que este Gobierno de izquierdas ha descargado, con la mano abierta del presupuesto del Estado, en el rostro de nuestra Cultura, se ha oído en los confines del mundo de habla española, allí donde no se pone el sol.

Zigzag

Gerardo Vera, con una Julieta Serrano perfecta, ha instalado a Divinas palabras en el realismo mágico, servido por una escenografía sobrecogedora que resultaría sobresaliente incluso en Broadway o Londres. La sobreactuación de la mayor parte de los actores impide al espectador meterse en la escena y convierte a la obra de Valle en un espectáculo. He presenciado muchas representaciones de Divinas palabras en muy varias épocas. Estuve en el estreno de la versión Tamayo / Mistral. Tengo esa creación en la cabeza porque la sabiduría de Tamayo fue derrotada por la interpretación magistral de la actriz. Nadie ha mejorado la Mari Gaila de Nati Mistral. Salimos todos sobrecogidos del Bellas Artes, en aquella ocasión, ya tan lejana. Gyenes hizo, tal vez, la mejor fotografía de su vida. El balance de estas Divinas palabras en el Valle Inclán es, en todo caso, altamente positivo. A mí me llena de orgullo la calidad del teatro que enardece, hoy, la escena madrileña.