Image: El reloj de la Historia

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Primera palabra

El reloj de la Historia

Luis María Anson, de la Real Academia Española

23 noviembre, 2006 01:00

Luis María Anson

Giambatista Vico en su gran obra Principios de la ciencia nueva planteó en 1730 el estudio de la Historia desde la perspectiva filosófica. Fue un erizante hallazgo intelectual. El ser Historia, el ente Historia, estudiado por sus causas primeras. Se relegaban así los hechos y las fechas a los especialistas, a los historiadores. Los filósofos emprendían la aventura de analizar desde la profundidad la realidad histórica.

Oswald Spengler en su obra La Decadencia de Occidente elevó a las cumbres la filosofía de la Historia, indagando en el desarrollo de las civilizaciones y sus modelos cíclicos reconocibles, como anticipo de lo que el siglo XX iba a suponer para la Europa de los imperios. Lo mismo hizo el a veces olvidado Huizinga, sobre todo en El otoño de la Edad Media. Pero el himalaya de la filosofía de la Historia es Arnold J. Toynbee, el hombre de la vasta cultura, el sosiego en la palabra, la objetividad en la mente, la sagacidad en el análisis. Un estudio de la Historia figura destacado entre los grandes libros de la pasada centuria. En sus generosos manantiales beben todavía ávidamente centenares de discípulos del máximo filósofo de la Historia, que dio réplica a Spengler para edificar uno de los más completos y complejos monumentos de la inteligencia humana.

En España, escarceó en la ciencia nueva Donoso Cortés y, en cierta manera, Menéndez Pelayo. Pero fue Ortega y Gasset, intelectual cimero del siglo XX español, quien dedicó páginas imborrables a la filosofía de la Historia, aparte de incorporar al conocimiento de nuestra intelectualidad la obra ingente de Spengler, traducida por Morente, y a la que el autor de La rebelión de las masas prologó con fulgor.

Trazo estos apuntes, a modo de borrador, para enmarcar en ellos el excepcional esfuerzo realizado por Francisco Rodríguez Adrados en El reloj de la Historia. En cerca de un millar de páginas, el sabio filólogo y lexicógrafo analiza ávidamente la Historia Universal en su conjunto, en un ambicioso ejercicio de filosofía e interpretación.

Cree el profesor Adrados que la cultura greco-occidental ha penetrado todas las culturas, vertebrando, por cierto, el ser castellano en contra de lo que pensaba Américo Castro. Considera Adrados insuficientes las diferentes concepciones de la Historia y señala errores en Jaspers, Toynbee y, sobre todo, en Spengler. Descarga el autor de El reloj de la Historia la munición grecolatina para respaldar sus tesis ciertamente sugerentes. Los orígenes de la Literatura en el devenir histórico están penetrados lúcidamente. La fiesta, la danza unida al canto y al verso, los relatos cosmogónicos, los temas épicos nos conducirán al Gilgamés o al Etana. También al Manas de la Kirguicia y a Homero.

Traza el profesor Adrados el mapa de las principales culturas con un vasto conocimiento de lo que escribe. Me ha interesado especialmente el capítulo sobre la escena, no lejos de la Idea del Teatro de Ortega y de manera especial el estudio que dedica a Platón y Aristóteles, goznes sobre los que gira la huella de Grecia en la continuidad de la Historia. Se adentra y adensa, finalmente, el libro en la significación de la Cristiandad frente al desafió islámico y judío para extenderse en la interpretación del mundo contemporáneo, con un cierto desconocimiento de lo que aportan las culturas sínica, nipona e hindú. Adrados, introductor, por cierto, de Chomsky en España, cierra su estudio filosófico de la Historia, desgarrando la deshumanización que padece la cultura hoy, con sutiles alusiones a la globalización, su realidad y sus peligros. Son páginas profundas y aleccionadoras, bien lejos de El fin de la Historia de Fukuyama.

Un libro magistral, un libro monumental y extraordinario, un libro agresivamente independiente, que viene a cerrar una vida rendida al estudio y a la sabiduría. Adrados ha dotado además a su obra de una escritura transparente y eficaz. En esta época de tanto best seller, tanta ligereza, no poca frivolidad, asombra que todavía haya intelectuales capaces de escribir así,con los puntos de la pluma al compás del reloj de la Historia.

Zigzag

Y ahí está otra vez Nuria Espert. Play Strindberg no es la mejor obra de Dörrenmatt. Además es un poco decadente, se ha quedado algo anticuada, roza en ocasiones el tópico, casi siempre la caricatura ."Es sabido que todo matrimonio, aún saliendo bien, es una catástrofe". Sobre esa idea edifica Dörrenmat la agria convivencia en soledad de una pareja esperpéntica. La dirección me pareció mediocre. Georges Lavaudant se dejó su fama y su sabiduría en casa para despachar el Play Strinberg español de forma roma y sin relieve. Pero ahí estaba Nuria Espert, ahí José Luis Gómez. También, Lluis Humar. Perfecta de gesto, de sonrisa, de ira y desolación, de vacilaciones, de insinuaciones, de vocalización, Nuria Espert hizo la noche del estreno una interpretación memorable. Gómez resistió el jaque de la dama. Estuvo magnífico. José Luis Sampedro me comentó al día siguiente en la Academia la emoción que vivió durante dos horas en La Abadía. Emoción acentuada para mí que hace 47 años, el 17 de mayo de 1959, publiqué en el gran ABC de Luis Calvo un recuadro titulado Todavía Gigi, para elogiar a una jovencísima actriz recental, Nuria Espert, que se presentaba en el teatro interpretando la obra de Colette, y que era bella como un poema de Rilke y tenía en la cintura la languidez de la caña verde.