Image: Educación para la ciudadanía

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Primera palabra

Educación para la ciudadanía

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

5 julio, 2007 02:00

Luis María Anson, de la Real Academia Española

La asignatura Educación para la Ciudadanía se resume así: intoxiquemos a los adolescentes en colegios y escuelas para que cuando cumplan dieciocho años voten al PSOE. Una maniobra de este tipo resulta insólita en una democracia pluralista como la española, aunque fue y es frecuente en los sistemas totalitarios. Los precedentes son numerosos. Estudié en el madrileño Colegio del Pilar. Los marianistas se opusieron, dentro de lo que en aquella época era posible, a la intoxicación falangista de la dictadura a través de una asignatura que se llamaba Formación del Espíritu Nacional. Nos dio clase un pintoresco muchacho de bigotillo perfilado y altiva camisa azul con correaje para que nos empapáramos de las consignas del régimen: "Por el imperio hacia Dios", "Somos camaradas", "Caminemos por rutas imperiales", "Nuestro espíritu es directo, ardiente y combativo", "De Isabel y Fernando, el espíritu imperial"... Me acuerdo de que debíamos escribirlo todo en un cuaderno de bandera roja y gualda que se abría con los puntos joseantonianos de la Falange Española Tradicionalista y de las Jons. La "asignatura", pura propaganda política, puntuaba.

A pesar de la disciplina férrea que en esa época dominaba las clases, los religiosos marianistas permitían el pitorreo generalizado con que recibíamos al profesor entusiasta y sus enseñanzas falangistas. Poco a poco aquel despropósito se fue extinguiendo. Ahora se quiere resucitar con la asignatura Educación para la Ciudadanía, que se presenta con alientos idílicos y que en poco tiempo quedará desenmascarada como una maniobra torticera de sembrar votos a favor del PSOE, amén el intento obsesivo de extirpar la enseñanza de la religión. He escrito muchas veces que una cosa es el catecismo y otra muy distinta el hecho de que las religiones forman parte de la cultura general. Para disfrutar de la escultura clásica griega, de los templos hindúes, de las catedrales góticas, de la poesía de Li Taipe, de Lope o de Quevedo, de la negritud y su cultura del ritmo, de tantas manifestaciones artísticas, es necesario tener una idea de las religiones cristiana, judía, islámica, hindú, budista, pagana y animista.

El Gobierno actual quiere educar a los adolescentes no para la ciudadanía sino para que voten al PSOE y se alineen contra la Iglesia. Y, claro, los obispos se han rebotado, instando a la resistencia por "todos los medios legítimos" porque "la gravedad de la situación no permite posturas pasivas ni acomodaticias". En este caso estoy de acuerdo con los obispos y no lo digo ahora. Los lectores de El Cultural pudieron leer en esta página mi artículo Cultura para la ciudadanía, publicado el pasado 7 de diciembre. Seis meses antes de la declaración de la Conferencia Episcopal, denuncié la tropelía que se preparaba contra la libertad de enseñanza y de conciencia.

La intromisión del Estado en parcelas educativas que corresponden a los padres no es de recibo. Y menos cuando apenas se disimula el intento de recolección futura de votos y la obsesión por hacer daño a la Iglesia Católica. En otras naciones de tradición democrática y de sectarismo ausente, una asignatura como ésta no sufre, al menos, de manipulación. En la España actual sería impensable que no se instrumente a través de profesores elegidos cuidadosamente, muchos de los cuales se convertirán en una especie de comisarios políticos. España tiene amarga experiencia de lo que eso significa en uno y otro sector del espectro político.

En defensa de la educación de los niños, en defensa de la cultura que de ella se deriva, habrá que hacer resistencia a esta imposición totalitaria de la Educación para la Ciudadanía, turbia maniobra ya desenmascarada, pero que se pretenderá llevar adelante, porque el sostenella y no enmendalla es fórmula cerril y habitual en ciertos sectores de la clase política.

El 30 de abril de 1959 publiqué en ABC un artículo en defensa del arte abstracto, considerado en esa época como una camelancia o una tomadura de pelo. Soporté ataques de los plumíferos oficiales de la dictadura porque dediqué palabras de aliento a los nuevos artistas independientes, a Feito, a Saura, a Zóbel, a Ferrant, a Oteiza, a Chillida, a Millares, a Canogar, a Rivera, a Chirino, al grupo El Paso. El tiempo ha ido imponiendo la belleza del abstracto que pasó de las salas de vanguardia a hoteles y edificios públicos y , más tarde, a las casa particulares. Hay arte abstracto bueno, regular y malo, claro. Pero nadie niega la belleza de un ismo que Kandinsky explicó en Punkt und line zu flache. Digo todo esto porque Fernando Botero y su inteligente mujer griega Sophia Bari me explicaron, durante una cena de grata conversación, el pitorreo con el que habían acogido cierta provocación de vanguardia en uno de los palacios más cotizados de Venecia. En una bella sala de gran tamaño, un artista de cuyo nombre no quiero acordarme, había colocado una mesita elemental para depositar sobre ella un paquete de cigarrillos de marca conocida. Esa era su contribución a la exposición del arte actual. La camelancia provocó la indignación de algunos y la risa de los Botero, de vuelta ya de todo. Los causantes de tropelías artísticas de este género son, en gran parte, determinados críticos que quieren ser reconocidos como el no va más del progresismo cultural y que están dispuestos a elogiar sin rubor la más descarada tomadura de pelo. Uno de los males de fondo que hieren a las artes plásticas contemporáneas es la literaturización. No pocos artistas pintan o esculpen según opinan algunos críticos dictadores.