Caballero Bonald, palabras nuevas
Con la ceniza temblándole en los labios, la cifra inicial de Dios escurrida en el alma, engendrado el fuego en la nieve cautelosa, el poeta detiene sus manos sobre la trémula solemnidad del desnudo de la amada y la erizada lujuria. Su piel tiene como un leve artificio de pétalos. Ciego camina el cuerpo idolatrado hacia los brazos que le esperan. El poeta solo quiere encontrar unos ojos pendientes de los suyos para descifrar en ellos la clave venturosa de la vida. Se escucha el ruidoso gemir de la madera, mientras ella, la que le amaba, dice que tiene los pechos rendidos de esperar al amado, que le duelen los ojos de estar siempre vacíos de su cuerpo, del tamaño caliente de su boca.
Es el feroz exterminio de los días. La carne vulnera su norma de hermosura hasta el límite del vértigo para instalarse en otra extirpe sexual de la cultura. Muerta de amor y de temor no viva, la amada tiene la boca abierta igual que un sexo y gime al compás del gozne oxidado de la puerta. Su vientre es, como en el verso de Octavio Paz, una plaza soleada y sus pechos dos iglesias donde oficia la sangre sus misterios paralelos. El desenredado mundo que encarna ella se le enciende en el alma azul y vegetal.
José Manuel Caballero Bonald, una de las más altas voces líricas del último medio siglo español, y no sé por qué coño no está en la Academia, ha publicado una reformada antología de poesía amatoria en Visor y una Summa Vitae, con certera selección y prólogo de Jenaro Talens en Galaxia Gutenberg. Son palabras nuevas, a veces deshabitadas, pero siempre nuevas porque pasan los años y la poesía de Caballero Bonald no se encanece. él sí. Y por eso en un poema altivo, al hablar de los suicidas, escribe un verso que produce estremecimiento: “...cuando desista finalmente de la impudicia de sobrevivirme”. Se agazapan en esas palabras las huellas fugitivas de Rabearivelo, el poeta malgache de la negritud y la nostalgia; de Vladimir Maiakovski, el ruso futurista del amor deshojado; de Alfonsina Storni, perdida entre las olas del mar océano.
Como el José Hierro del “después de tanto todo para nada”, Caballero Bonald escribe que nada es verdad y se refiere al voraz simulacro de la vida. Escucha el poeta la terrible espesura del grito en la mordaza, se recrea en los tercos mestizajes del azar, clama por la enloquecida libertad, invoca entre los escombros del sueño a Constantino Cavafis y siente el tibio vaho humedecido de la vida que se escapa porque no somos otra cosa ya que el tiempo que nos queda y es inútil el intento de rescatar el cuerpo de su devastación. Se desgranan sus versos, entre metáforas fracturadas, como los zarcillos de una enredadera.
Oye, a veces, el poeta los bramidos procedentes de Argónida, se le escapa Almaunía, la afamada lobezna, ciega de cal y de cuchillos, vigilia de espumas. Y se pasea del brazo de la mujer de Lot, buscándole salida al laberinto de la tristeza. Son ya las horas del desamor, donde habita el olvido, la sombra de la casa familiar de Camagüey, las tierras labrantías, las arenas sopladas por el viento, todo el bronco sabor de la existencia, tanto amor perdido, tanto amor perdido.... Es ya, como en el Atharva-Veda, el dios uno, el múltiple incendiado, y se impregna el alma con la necesidad de la incertidumbre. Y de la duda. Todo se va haciendo herrumbre silbadora, carne funeral. Caballero Bonald, de vuelta de todo, por encima del bien y del mal, se queda entornado. Con palabras de alcuza y delantal escribe: “Todo está dicho: todo está callado. Ya que no tu respuesta, eres tu espejo”. Porque tras esta arrasadora antología de poesía amatoria, el poeta solo es, abolidas las huellas delatoras, una palabra yacente dicha ante la muerte, mientras las campanas ahorcadas doblan al viento.
ZIGZAG
Joseph Ratzinger ha querido salir al paso de algunas interpretaciones literarias y audiovisuales que en los últimos años han tratado de deformar la imagen evangélica de Jesús de Nazaret. Y ha publicado un libro que firma como Papa, como Sumo Pontífice, como hacedor de puentes. Es un texto denso, profundo teológicamente, documentado de forma exhaustiva, un poco farragoso, demasiado científico y que no palpita. Me cuesta trabajo decirlo porque el solio pontificio impone mucho pero me gustó más Vida y misterio de Jesús de Nazaret, la gran obra de José Luis Martín Descalzo, el sacerdote-periodista que recorrió los caminos evangélicos de la palabra, del Verbo, que se hizo carne y habitó entre nosotros, con referencia a textos de Orígenes y San Agustín, de Santo Tomás y Francisco de Asís -tal vez el hombre que más se ha parecido a Jesús en toda la historia- de Teresa y San Juan de la Cruz, de Unamuno y Newman, de Guardini y Teilhard de Chardin. El gran Ernest Renan en su Vida de Jesús, presenta a Cristo como a un anarquista. Es un libro admirablemente escrito pero heterodoxo para el Vaticano. Así es que Pío IX llamó a Renan “blasfemo europeo” e incluyó su obra en el desaparecido “índice de libros prohibidos”. El Jesús de Nazaret de Ratzinger, aunque el Papa actual no sea un escritor como Martín Descalzo o Renan, me ha parecido, en todo caso, un libro importante y no sólo por la personalidad del autor. Contribuye seriamente al entendimiento de la figura clave en la historia del hombre.