Image: Palacio del idioma

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Primera palabra

Palacio del idioma

Luis María Anson, de la Real Academia Española

25 octubre, 2007 02:00

Luis María Anson

En Madrid hay un Palacio de los Deportes, un Palacio de Congresos, un Palacio de la Música, un Palacio de la Prensa… una caravana, en fin, de palacios para los más diversos sectores de la vida nacional. No parece osado aspirar a que la ciudad disponga de un Palacio del Idioma o, más modestamente, un Casón de la Lengua.

El español es el segundo idioma internacional del mundo. Las lenguas mayoritarias en China e India son de andar por casa, apenas traspasan sus fronteras. Más de cuatrocientos millones de hispanohablantes en veintidós naciones sitúan a nuestro idioma sólo a la zaga del inglés, al que derrota, por cierto, en cuanto a número de personas como lengua nativa.

Además de esa realidad incuestionable, lo que se mueve en torno al idioma español, según los estudios muy documentados que me envió Rogelio Blanco y el trabajo de ángel Martín Municio, supone un 15% de nuestro PIB. Además de ser el gran tesoro cultural de España, resulta que el idioma castellano es también un suculento negocio.

Se da la circunstancia de que la única institución que conserva mando sobre las veintidós naciones que durante más de tres siglos estuvieron unidas a la nuestra es la Real Academia Española. Incluso en los años de las independencias en el siglo XIX, cuando en América florecían Andrés Bello o Cuervo, las decisiones que se plasmaban en el Diccionario eran obedecidas por todos. Ahora, gracias en parte a la fecunda labor de Fernando Lázaro Carreter, secundada por Víctor García de la Concha, el Diccionario es obra de la Real Academia Española y de todas las Academias hispánicas. Tras el DRAE se encuentra la representación literaria más solvente de las naciones en las que el español se acredita como lengua oficial. El Diccionario, gracias en buena parte al milagro de la informática, es hoy la obra colectiva de las Academias de veintidos naciones que trabajan codo con codo, debaten los vocablos y deciden en conjunto. Y todos, a un lado y al otro del océano, saben que el idioma no lo hacen los acedémicos sino el pueblo.

Parece lógico hacerse esta pregunta: ¿cómo es posible que no exista en Madrid una sede digna para las veintidós Academias de la Lengua? La Española disfruta de un magnífico edificio propio. Sería una decisión política de largo alcance que el Casón del Buen Retiro, edificio en obras, vecino de la Academia, se destinara a Palacio del Idioma, a Casa de la Lengua Española. Aparte auditorios, bibliotecas y salas de lectura para investigadores, quedarían instalados allí despachos y secretarías de todas y cada una de las Academias hispánicas, de manera que sus directores y académicos tuvieran un lugar de despacho, de reunión y trabajo en sus viajes a España. A nadie se le escapará el alcance de una medida de este tipo y lo que supondría como factor de integración para todos los países de lengua española, para los más de 400 millones de personas que en el mundo se expresan en el idioma de Cervantes. Junto al Palacio de Congresos o el Palacio de los Deportes la capital de España acogería en el Casón del Buen Retiro el Palacio del Idioma, convertido, junto a la Real Academia Española, en el centro neurálgico del castellano en el mundo.

Brindo la idea al nuevo iroministro de Cultura, César Antonio Molina, que tan hábilmente ha escabechado a Rosa Regàs y que con su reconocida mano izquierda podría pilotar con prisa la operación, entendiendo siempre que el Palacio del Idioma, el Casón de la Lengua, quedaría bajo el control completo de la Real Academia Española para evitar la politización de una operación como ésta que debe ser estrictamente cultural. No se trata de crear y financiar el Palacio del Idioma para que mangonee el ministro de Cultura de turno y para plagarlo de funcionarios innecesarios, de amiguetes y paniaguados. Se trata de hacer una operación seria de incalculable alcance cultural.

Marta álvarez es la sabiduría en la dirección teatral. Se ha situado en la vanguardia desde que llegó de su patria Argentina. No defrauda nunca. Sabe lidiar con mano izquierda la vanidad de los actores y las actrices y profundizar en los textos teatrales. Con dos tacones ha puesto en pie Sabor a miel de Shelagh Delaney en el teatro alternativo El Montacargas, una sala de cuarenta espectadores, que se ha convertido en templo teatral, al que acuden los cabales. Excelente escenografía de Carlos Pineda y eficaz interpretación de Beatriz Uría, Juan Rivera, Javier Olavarri y Ernesto Arango. Y Alicia Muñoz, una jovencísima actriz que va de menos a más y que tiene raza. Pasa la batería y tensiona el ambiente. Sobresaliente para ella. Ah, hace treinta y seis años vi interpretar Sabor a miel a la gran Ana Belén, cuando estaba empezando y cantaba versos todavía sin cicatrizar. Creo que fue en el teatro Beatriz, ya desaparecido, con dirección inolvidable de Miguel Narros. A pesar de semejante antecedente, no, no me ha defraudado el Sabor a miel de Marta álvarez.