Image: Mendoza y Savater

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Primera palabra

Mendoza y Savater

por Luis María Anson, de la Real Academia Española

17 abril, 2008 02:00

Luis María Anson, de la Real Academia Española

He disfrutado mucho con la conversación mantenida entre Eduardo Mendoza y Fernando Savater con el telón de fondo de El asombroso viaje de Pomponio Flato. Cuando brilla la penetración intelectual y el ingenio las diferencias ideológicas se difuminan.
-La literatura -afirma Mendoza- ha sido fundamentalmente de humor. Ahí están el Quijote y Voltaire y Diderot. Hay un momento, en el siglo XIX, en que las cosas se ponen muy serias con el realismo francés. En Inglaterra, Dickens, que es más divertido, lo redime un poco.

Y Dostoyevski en Rusia con La alquería de Stepanchicovo, que es, en mi opinión, una de las grandes novelas de humor de la Literatura universal.
-Lo que nosotros valoramos de las obras de Voltaire es muy gracioso -dice Savater- pero lo que él mismo consideraba como más valioso no tiene mucha gracia.

Mendoza cree que el humor se recupera con Joyce y, sobre todo, con Kafka. Pero no penetra el Premio Nobel. Ni Wodehouse ni Evely Waugh fueron galardonados por la Academia Sueca.
-El libro de humor de la Edad Media -afirma Mendoza- es La Leyenda áurea, que dice que en el momento en que nació el niño Jesús sonaron unas trompetas, se abrió el cielo, los ángeles cantaron y se murieron todos los maricones del mundo.

La Leyenda áurea es una compilación de leyendas hagiográficas sobre santos, reunidas por Santiago de la Vorágine, cien veces corregidas por los copistas y en las distintas ediciones y que los teólogos instalaron en la ficción y la imaginación.

La diatriba de Eduardo Mendoza y Fernando Savater contra la religión es muy inteligente, a veces sagaz, sobre todo teniendo en cuenta que resultaría gravemente calumnioso afirmar que ambos intelectuales tienen relevantes conocimientos de teología, ciencia que exige, según Garrigou-Lagrange, treinta años de estudio y un conocimiento perfecto del latín.
-Fuera del cristianismo -asegura Savater- no hay disputas teológicas porque no hay teología.
Y añade:
-Freud dice que las religiones son neurosis colectivas. Eso, desde un judío, es mucho más claro, porque el judaísmo tiene mucho más de neurosis.
-Por eso Freud -aclara Mendoza- descubre la neurosis, porque es judío. El judaísmo es una religión que forma obsesión. Si son tontos son obsesivos tontos, pero si son listos salen Einstein y Freud.

Einstein decía que detrás de cada puerta que abre la ciencia se encuentra uno con Dios. Severo Ochoa y Bertrand Russell, con los que tuve ocasión de hablar largamente, creían lo contrario. Después de conversar con Hawking en Oviedo me quedé con la duda de qué pensaba. A Russell le pedí artículos para ABC un día en el Dorchester londinense y me los envió. Era un ateo luminoso.
-La religión cristiana ha sido domesticada por el mundo civil -afirma Savater-.

El Islam todavía no. El pasaje de las caricaturas de Mahoma hiere de fondo el concepto mismo de la libertad de expresión y roza el totalitarismo. "El nazismo -afirma Savater- fue una locura pero aplicada por personas que habían leído a Hegel".
-Hay libros -dice Mendoza- como American Psycho y novelas en las que se descuartiza a la gente, pero no se dice que nadie se haya tirado un pedo.
-Hoy Quevedo escandalizaría más que el marqués de Sade -concluye Savater-.
Y Mendoza le recuerda lo que San Agustín escribe en La ciudad de Dios sobre la aerofagia.

Frente a la monotonía de los debates políticos, frente a los tertulianos indocumentados, frente a la vulgaridad y la cutrez que presiden la vida española, donde los comentarios deportivos son más inteligentes que los literarios, se agradece que, desde puntos de vista tan lejanos a los míos en muchos aspectos, un periódico nos regale, entre el humor y la perspicacia, con el diálogo que han mantenido Eduardo Mendoza y Fernando Savater en la revista cultural competidora de la que el lector tiene en las manos.

Zigzag

Sergio Macías Brevis ha escrito un espléndido prólogo a la nueva edición del diario íntimo de Carlos Mora Lynch, atropellado de forma deleznable por la censura franquista: En España con Federico García Lorca. Tras la muerte de Pepín Bello, sólo nos queda Paco Ayala como testigo de aquella época entreguerras en la que deslumbró la cultura española. Me han impresionado las cartas de Federico a Carlos Mora. "Parezco otro Federico", le escribe en junio de 1929, cuando, a bordo del Olimpic, navegaba hacia Nueva York. Cinco meses después, derrotado por la ciudad que rasca el cielo, feliz en su residencia de la Universidad de Columbia, le dice: "Ha vuelto a nacer aquel Federico de antes que tú no has conocido, pero que espero conocerás". Entre las barbas de Walt Whitman volaban ya las mariposas. Qué apasionante libro, en fin, sobre aquella época dorada capaz de recoger en una sola fotografía a Pedro Salinas, Sánchez Mejías, Jorge Guillén, Pepe Bergamín, Corpus Barga, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Federico…