Image: La pasión imperial de Pilar Eyre

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Primera palabra

La pasión imperial de Pilar Eyre

Por Luis María Anson, de la Real Academia EspañolaVer todos los artículos de la 'Primera palabra'

2 abril, 2010 02:00

Tengo una idea muy precisa de la belleza de Eugenia de Montijo. De su ávido atractivo. No necesito ni cuadros ni fotografías de época. Siendo yo jovencito tuve la suerte de conocer a las tres hermanas Teba. Eran la belleza de la mujer absoluta: Macarena, Reyes y, sobre todo, Sonia. Tuvieron a sus pies al entero Madrid de entonces.

He leído una docena de libros sobre Eugenia de Montijo, condesa de Teba, emperatriz de Francia. Estuve también en un extraño lugar por ella visitado: la explanada en Suráfrica donde los zulúes mataron, con la complacencia británica, a su hijo Napoleón IV, que se defendió como un simba.

Paseando un día por los salones de Liria, Jesús Aguirre puso en mis manos el costurero de la Emperatriz que falleció en el palacio de los Alba, dejando allí un bello Winterhalter y un Goya prodigioso: la marquesa de Lazán. Rubén Darío conoció a Eugenia de Montijo en Madrid y escribió sobre ella un untuoso poema. Para la Emperatriz, Liria era como su casa porque su hermana Paca se había casado con el anterior duque de Alba.

Y claro. Me he bebido el libro de Pilar Eyre: Pasión imperial. La autora ha metido a zarpazos el bisturí en el alma de Eugenia de Montijo para extraer a la mujer real, de los romances, las hojas de calendario y las edulcoraciones cortesanas. Eugenia tenía espíritu de gran puta. Era delicada y grosera, era ambiciosa y procaz, era avara y carismática, orgásmica y cachonda, quizá hasta al ramalazo lésbico. Convirtió a París en la Ciudad de la Luz, tal vez porque la hija del urbanista Haussmann distraía al Emperador, acostándose con él. Impulsó el Canal de Suez, quizá porque ella se enamoró hasta el tuétano de Lesseps. Extendió el imperio francés a México en una aventura imposible. Educó en el delirio al Príncipe Imperial. Su presuntuoso marido, Napoleón III, le duró sólo la noche de bodas. Con sus ojos de color violeta, Eugenia calentó a medio París. Era caprichosa y casi siempre inaccesible. “Sólo una de sus amigas, según Pilar Eyre, no follaba con su marido, el Emperador: Paulina Metternich”. La Emperatriz odiaba que llamaran a su compañera, “el chimpacé mejor vestido de París”.

Tras el desastre de Sedán, derrotado Napoleón III por los alemanes, Eugenia no se rindió. Como Regente del Imperio quiso mantener la Monarquía. Forcejeó como una pantera de Java para conservar el Trono. No consiguió su propósito. En enero de 1871 tomó el camino árido del exilio. Cincuenta años sobrevivió a la caída del Imperio, hasta 1920. Con ella, la Monarquía desaparecía para siempre de Francia a pesar de Chambord y de la gran obra intelectual de Charles Maurras.

Pilar Eyre refleja en esta biografía novelada la turbulencia vital de Eugenia de Montijo. Con una escritura sobria y eficaz se adentra por los paisajes todos del alma y del cuerpo de la Emperatriz. La trata sin piedad pero con respeto, con contundencia pero sin ira. Para la autora, Eugenia no fue sólo la Emperatriz de Francia, sino la reina del mundo. Ninguna mujer española ha tenido nunca tanto poder.

En su delicada operación, en fin, de despellejar a la imperial Montijo, en su esfuerzo por descarnar la verdad, Pilar Eyre demuestra un gran talento literario. No reconocerlo así, sería perder la objetividad.

ZIGZAG

A Gerard Mortier no le gusta que le llamen provocador. Tal vez tenga razón. La provocación concierne a Gregorio Marañón, que le contrató. Y ha sido un acierto. El Teatro Real necesitaba un revulsivo y Marañón ha hecho lo que debía hacer. Ojalá disponga de los presupuestos necesarios para que Mortier instale el gran coliseo madrileño en el lugar que le corresponde dentro del circuito de la ópera. La expectación en el mundo melómano es grande y el anuncio de que Gustavo Dudamel vendrá a dirigir ha entusiasmado. La programación proyectada por Mortier me parece inteligente y renovadora. Y un acierto que se haya envainado sus fobias personales y garantice al menos un Puccini anual.