Image: Isabel Imperator

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Primera palabra

Isabel Imperator

10 septiembre, 2010 02:00

Hace ya mucho tiempo que rendí mis banderas ante la fortaleza literaria de Ana María Matute. Es una novelista profunda, inundada a ráfagas por los vientos del surrealismo mágico. Vive apartada de casi todo porque “la felicidad se parece al silencio”. Aranmanoth le tiembla entre las manos y ella lo convierte en una Fedra medieval y ávida. Es la hora del temblor. Una golondrina cae misteriosamente del cielo, una larga y oscura gota de sangre mana de sus alas.

A Carmen Martín Gaite había que mirarla, según Octavio Paz, árbol adentro. Tenía el cuerpo de cirio pascual, la frente ojival, las manos entristecidas y una desolada expresión en la boca. Carmina supo escaparse con Ritmo lento del realismo social, de sus tórpidas angosturas. En From ficton to metafiction, Welles desmenuza a la escritora española, que se debatía entre el ser y la nada, junto a las alambradas de Sartre. También Brown estudia certeramente a Carmen Martín Gaite en Secrets from the back room.

Hace ya muchos años que saludé a Espido Freire y su Donde siempre es domingo con un “novelista habemus” que el tiempo ha confirmado. Entre los melocotones helados y la inteligencia en vilo la escritora ha fabulado un mundo que oscila desde el hombre de la esquina rosada de Borges a los versos de Kavafis. Espido sabe que no hallará “otra tierra ni otro mar”, que la ciudad irá siempre con ella, mientras el polvo de arena cae impasible sobre el reloj de la vida.

En la obra de Lucía Etxebarria alienta de pronto Shakespeare porque el sueño es una imagen de la muerte y, bajo las cascadas de la ceniza, se escuchan los versos de John Donne y sus campanas que doblan por todos nosotros. Fuera del amor no existe nada para Lucía, sólo el aliento del silencio. Vivimos en la triste estación de los sudarios y los féretros. La escritora quiere ser vestal, puta sagrada, para criar verdín y musgo sobre la piel de mármol del amado inmóvil, “que vértigo provoca como provoca vértigo su boca”, según el verso de Carmen Jodra. Lucía Etxebarría tiene el don de la ebriedad literaria. Me sorprende y me molesta que algunos críticos nieguen a la novelista la calidad que desborda su obra.

Soledad Puértolas es la capacidad para la evocación y, tal vez, para la melancolía. Es la vocación literaria mantenida, la inteligencia para entender a los otros, la sagacidad permanente, la modernidad sin aspavientos. Ha conquistado el reconocimiento general y la Academia la ha acogido con satisfacción, como algún día consagrará a María Dueñas, autora de esa novela liminar y triunfadora El tiempo entre costuras.

Isabel San Sebastián, desenmascaró a Arzallus en El árbol y las nueces. Más tarde, supo escapar del ensayo político para adentrarse en la literatura de ficción. He pincelado a Matute, Martín Gaite, Puértolas, Espido y Etxebarria porque el nivel literario de Isabel San Sebastián ha crecido como el manantial incesante que alimenta el río caudal. Son ya muchos los aciertos de la joven novelista. En La visigoda ofrecía muestras inequívocas de su calidad literaria y de su imaginación fabuladora. “Un calor de palmeras en mis sienes y mi boca tiene el clima del desierto”.

Tal vez porque, al decir del poeta amigo, “su corazón es una fruta con sabor de olas y racimos en la boca”, Isabel San Sebastián granó en su novela Astur. Es una bella historia de amor que la escritora ha situado en el siglo VIII, cuando, desde los peñascales de Asturias, la España cristiana se enfrentaba a la España musulmana. Isabel San Sebastián ha recreado certeramente una época perdida que encuadra los amores insólitos de Huma, la extraña mujer estremecida, e Ickila, el godo de corazón ardiente y valor de potro desbocado.

Ahora, con Imperator, la novelista recrea los albores del siglo XIII en la corte de Aragón y Sicilia y dibuja un atractivo personaje femenino: Braira de Fanjau, joven cátara que se refugia en Zaragoza para eludir el exterminio de su pueblo. Yo saludo desde esta Primera Palabra a Imperator, a la espera de que la crítica especializada la instale en el lugar que le corresponde. Me parece de justicia anticipar que el vigor literario de Isabel San Sebastián ha colocado ya a la novelista en lugar destacado de la narrativa actual.