Ernesto Ekaizer y los indecentes
Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'
8 junio, 2012 02:00He leído una veintena de libros sobre el dictador fascista Augusto Pinochet. El mejor, a cien codos de distancia, es el de Ernesto Ekaizer, Yo, Augusto. Robustecidas por un arsenal de datos, las mil páginas del libro en cuestión desmenuzan de forma muy objetiva la figura del personaje, desde los éxitos de su formación militar hasta las atrocidades de los largos años de su dictadura, los fulgores de la sangre derramada y los secretos de la mordaza con que selló la boca de muchos intelectuales chilenos. “Al margen de diferencias ideológicas y de palabras ofidias -escribí entonces- tengo un concepto muy alto de la calidad intelectual de Ekaizer y de su capacidad para escudriñar la verdad”.
He leído ahora Indecentes, el último e inquietante libro del autor de Yo, Augusto. Ekaizer se pasea sobre la última geografía económica y política de España para denunciar los errores de Zapatero y Elena Salgado, de Rubalcaba y Mariano Rajoy. Nada escapa al bisturí del periodista que interpreta sagazmente la actualidad y alerta sobre el futuro. Personalmente discrepo de algunas de las afirmaciones vertidas en Indecentes pero me parece innegable el grave acento de verdad que preside sus páginas. “Esta crisis -escribe- es, en cierto modo, un atraco perfecto. Porque las consecuencias de la misma la están pagando los que menos tienen, los trabajadores asalariados y las clases medias. La factura son 5'5 millones de parados, la reducción de los salarios y el desmantelamiento del Estado de Bienestar”.
Se refiere Ekaizer, entre cien cuestiones de interés encendido, a un almuerzo con Richard Koo, economista jefe del departamento de investigación del banco de inversión japonés Nomura. “La impresión que me he llevado de mi viaje a España -afirma el experto nipón- es que la mayor parte de las gentes ignoran el hecho de que se encuentran afectadas por un virus muy inusual llamado recesión de balance”. Esta enfermedad la padeció Estados Unidos durante la recesión de los años 30 del siglo pasado y también el Japón de los 90. Ekaizer desmenuza en qué consiste la recesión de balance aportando ideas muy originales y profundas. “El Gobierno de Mariano Rajoy -escribe- está embarcado en este viaje de tan devastadoras como prolongadas consecuencias, hacia la refundación germana del euro”.
Estamos ante un libro de lectura imprescindible para entender lo que ocurre en el mundo occidental en general y en España en particular, donde las opiniones son discutibles y los hechos incontrovertibles. No estaría de más que el gurú de Mariano Rajoy, el eterno Pedro Arriola, hombre muy seguro en sus errores, recomendara al presidente del Gobierno que no leyera Indecentes. Rajoy debería hacer lo contrario para acertar y aprendería mucho, sin duda.
ZIGZAG
Durante el pasado año 2011 asistieron al teatro en Barcelona 2.816.283 espectadores, un 8% más que en 2010, con una recaudación superior al menos en un 5%. En plena crisis económica, zarandeados los restaurantes, los bares, las librerías, las salas de cine y los más diversos establecimientos dedicados al esparcimiento y al ocio, resulta que el teatro no decrece sino que se instala en unas cifras de subida realmente alentadoras. La vigencia del hecho teatral asombra y no solo en Barcelona. En Madrid, una de las cinco grandes capitales del teatro, junto a Nueva York, Londres, París y Buenos Aires, las cifras resultan especialmente reconfortantes. A los teatros madrileños asistieron en el año 2011, 1.000.000 de personas más que a los estadios de los cuatro equipos de Primera División, Real Madrid, Altético de Madrid, Getafe y Rayo Vallecano. Los canales
nacionales de televisión dedican al fútbol tres o cuatro minutos
en cada telediario. Al teatro, un minuto al mes. A pesar de esa tristísima realidad nadie puede oscurecer el milagro cultural que, a
lo largo de los siglos, ha demostrado ser el teatro. Nada ha podido derrotarle. Ni Gutenberg ni el cine ni la televisión ni internet. Como en tiempos de Esquilo o Aristófanes, la realidad de los
actores y actrices vivos sobre el escenario transmitiendo sentimientos y pasiones, resulta invencible.