Los pilares de Artola y Sánchez Ron
Mi admiración por Miguel Artola viene de lejos. Los orígenes de la España contemporánea es un libro imprescindible para entender la esencia de nuestra nación, hoy. Estamos ante uno de los historiadores con más ancho prestigio en la comunidad intelectual española. En los más diversos círculos se le considera persona moderada y objetiva. La ecuanimidad le caracteriza, incluso, en el trato personal. Es un hombre sin aspavientos. A él y a mí nos unió el Premio Príncipe de Asturias el mismo año, aquel lejano e inquieto 1991.
José Manuel Sánchez Ron es un gran científico y un enamorado de la ciencia. Tiene la capacidad de acercar sus conocimientos a los que carecemos de formación especializada en ese campo. Sus estudios sobre Einstein electrizan. Tuvo Sánchez Ron una época dorada cuando escribía en El Cultural. Inevitables veleidades le llevaron a ciertos terrenos periodísticos bastante plúmbeos pero ha sabido conservar la lozanía intelectual, el sentido de la divulgación científica y un conocimiento de la realidad que le condujo a colaborar con el genio del lápiz, Antonio Mingote, en algún libro insuperable. A su inspiración personal le debe el dibujante la decisión del Rey para ennoblecerle. Era una cuestión de justicia. Mingote fue siempre un grande de España.
Miguel Artola y José Manuel Sánchez Ron han armonizado sus especialidades -la Historia política y la Historia de la ciencia- en un libro singular que aborda el entramado más hondo del entendimiento científico en el transcurso histórico. Los pilares de la ciencia destaca antes que nada por su originalidad. También por la habilidad para acercar las materias más complicadas al lector medio. No es necesario ser un científico profesional para calibrar el alcance de este libro. Entre cien teorías brillantes resplandece el análisis de Lorentz, el electrón y la velocidad de la luz, arrodillados los autores ante el altar de la relatividad y su sumo sacerdote, Albert Einstein. La mecánica, la química y la electrodinámica cuánticas desfilan también por los puntos de la pluma de Artola y Sánchez Ron que resumen sagazmente la historia del universo y se detienen en las moléculas de la vida, en los ácidos nucleicos y en el proyecto del genoma humano.
A Arturo Pérez Reverte, que cada día escribe mejor, que cada año publica novelas más cuajadas o interesantes, le ha salido un competidor imbatible en la atracción que los libros de ciencia tienen para el lector inteligente. Artola y Sánchez Ron han rendido un servicio de primer orden a esa cuarta pata sobre la que, junto a la literatura, las artes plásticas y la música, se sustenta hoy la mesa en la que se sirve el festín de la cultura profunda. Frente a las pedanterías de algunos y las fragosidades de otros, los autores de este libro han derrochado rigor científico en un relato histórico que se caracteriza por la sencillez y la fácil comprensión.
ZIGZAG
Por encima del bien y del mal, Mario Vargas Llosa sabe elogiar las vanguardias de calidad y desmontar las tomaduras de pelo tan frecuentes en el arte comercializado de nuestro tiempo. El juicio que le merecen algunos destacados críticos actuales no puede ser más certero. La pedantería y la ignorancia caracterizan a muchos, dispuestos siempre a comulgar con ruedas de molino y a embadurnar de empaque y trascendencia a pintores y escultores sin talento pero protegidos por los circuitos políticos o comerciales y por la estupidez de determinada crítica. Vargas Llosa ha publicado un artículo sin desperdicio sobre Damien Hirst. Descarga el autor de La fiesta del chivo toda su ironía sobre la obra de un “artista” que es toda ella pura camelancia. Aún más, cree que el embauco reside sobre todo en la comisaria de su exposición en Londres, la prepotente Ann Gallagher, y en la media docena de comentaristas que ensucian el catálogo con sus inciensos y perfumes desbocados. Bien por Vargas Llosa. Es el escritor en español más influyente del mundo y ha demostrado, una vez más, su independencia y la libertad de su pensamiento para satisfacción de los lectores.