Lecturas de verano
Pocas personas he conocido a lo largo de mi dilatada vida intelectual tan lúcidas, tan cultas, tan ecuánimes y liberales como Emilio García Gómez. El filósofo Ortega y Gasset le tenía en la más alta estima y para Federico García Lorca fue maestro y amigo. Cuando publicó su Ben Quzman mantuve largas conversaciones con él. Después de tres y hasta cuatro horas de escucharle, la levedad del tiempo se hacía realidad. Emilio García Gómez es un amigo al que echo de menos porque su ausencia me hace daño. Acabo de leer la edición facsímil de sus Poemas arábigoandaluces. Son una tormenta de belleza literaria, nubes poéticas cargadas de agua, “armadas con los sables dorados del relámpago”, según Abenxoháid de Córdoba.
No leí en su día La sinagoga vacía de Gabriel Albiac. ¡Qué error! Se trata de un libro clave. Le he dedicado un fin de semana. No se puede entender cabalmente la peripecia judía sin leer a Gabriel Albiac. En solo medio millar de páginas, desde el 666, número de la bestia, hasta la crítica de la inmortalidad del alma, el autor recorre los caminos hebreos y las huellas fugitivas de su presencia cultural y política en el mundo. Es un libro de pensamiento profundo y grave acento de verdad.
José María Zavala ha publicado en los últimos años medida docena de obras sobre la reciente historia española en las que destaca el análisis sagaz y el rigor histórico. Regatear al autor la calidad de sus obras sería alinearse con la actitud mezquina de algunos historiadores sin éxito. Ahora Zavala se adentra en la ficción con una novela titulada El secreto del rey, centrada en un acontecimiento que viví de cerca. La realidad de lo que ocurrió poco tiene que ver con lo que narra Zavala pero es que esta vez se trata de una novela, de un relato de ficción en el que la imaginación desborda a los hechos. Estamos, en todo caso, ante un relato de excelente escritura y de un interés que no decae.
La ciencia histórica exige cada vez más la monografía. Miguel Platón ha desmenuzado en El primer día de la guerra, lo ocurrido en Melilla cuando estalló la guerra incivil española. El autor ha acumulado un arsenal de datos y, aparte de incursiones más o menos acertadas por la II República, relata de forma pormenorizada lo que ocurrió en Melilla, el viernes 17, el sábado 18 y el domingo 19 de julio de 1936. Una monografía, en fin, de primer orden que nos coloca ante la realidad histórica de lo que aconteció en la ciudad, al iniciarse la guerra fratricida provocada en parte sustancial por el desastre de la II República.
El relato novelado de las hazañas en el Caribe de Blas de Lezo permite al lector hacerse idea de lo que significó este aventurero español, este héroe de extraordinario valor que, tuerto, manco y cojo, se mantuvo al servicio de la Corona y protagonizó en el sitio de Cartagena de Indias en 1741 una epopeya de extraordinaria envergadura histórica. J. Pérez-Foncea ha acertado en el tema de su novela El héroe del Caribe, que sugestiona desde el principio al lector.
Voy a terminar el relato fugaz de mis lecturas de verano como empecé: con poesía. He prologado algún libro de Juan Van-Halen, que es poeta de sostenido aliento lírico. No pertenece a ninguno de los circuitos que tratan de imponer su dictadura poética en la república de las letras. A pesar de eso se mantiene presente, a base de calidad, en la vida literaria española. Bajo otro tiempo, editado por Chus Visor, es un libro excelente en el que se escucha la voz poética de Van-Halen entre los recuerdos, los olvidos, los insomnios y los sueños de su vida. Poemas robados a la experiencia, el poeta traslada al lector a su mundo, dilatado ya, en el que vuelca su sensibilidad poética.
ZIGZAG
Sigo a Mariano Roldán desde su Adonais en 1960. Asamblea de máscaras, libro posterior, me pareció excepcional. Última flor de su alargado otoño, este nuevo poemario, Claridad de lo oscuro, se encarama en la cumbre de la poesía del autor. Desde su vejez, Roldán escribe versos profundos de hermosa musicalidad. “Alma quemada entre las flores”, el poeta, “brasa eres ya”, escribe sobre el amor y la muerte situándose por encima del bien y del mal. Hay algo de penúltima despedida en este libro porque "la vida nunca pasa en vano ni es la muerte señal de acabamiento". Y tras citar a Bécquer - "…de que pasé por el mundo ¿quién se acordará?"- justifica su público adiós definitivo.