Francisco Rico y sus 'Anales cervantinos'
Sobre Paco Rico he escuchado feroces diatribas. Las críticas personales, que tanto disgustaban al inolvidado Luis Calvo, se multiplican al referirse al académico. Pero nadie le niega que es un sabio, conocedor profundo de Petrarca, maestro de la ecdótica, sagaz analista de los escritores de nuestro Siglo de Oro. Su cultura literaria es ciertamente inacabable. Además, existe un Quijote antes de la edición de Francisco Rico y otro después de que el gran filólogo volcara sobre él años de estudio fecundo. Así se recogió en su día en El Cultural.
He disfrutado con la lectura de sus Anales cervantinos. Rico ha agavillado con buen tino una serie de ensayos cortos que publicó en forma de artículos en el diario El País. Con una sorprendente descarga de ironía, el académico se refiere a los más varios aspectos de Miguel de Cervantes y su obra. El equipaje cultural de Francisco Rico amontona sagacidad, sabiduría y erudición en todos y cada uno de los anales cervantinos.
Califica el académico a Cervantes como “el español de la Historia”. Y tiene razón. Es el nombre más universal que ha producido la nación española por encima de Felipe II, de Diego Velázquez, del Gran Capitán, de Ignacio de Loyola, de Pablo Picasso...
“El manco sano, el famoso sordo, el escritor alegre, y, finalmente, el regocijo de las musas” del prólogo del Persiles y Sigismunda, conforme a las palabras de Carme Riera y de Rubio y Lluch, "es hoy también el que nos une a todos los españoles en un estrecho abrazo de amor y concordia que ojalá no se desate jamás”.
Discrepa Francisco Rico de Javier Marías, excava las tumbas de Miguel de Cervantes, se sonríe con la promesa de Maritornes, estudia a los lectores y a los detractores de la novela más universal, analiza a Cervantes en twitter, reflexiona sobre sus entremeses, considera al Quijote como la clave de la historia literaria y demuestra su sagacidad al escribir sobre el Persiles.
He tenido ocasión de prologar de forma extensa una edición aniversario de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, en la que el editor eliminó un texto clave cervantino, es decir, el propio prólogo del autor, donde con un pie en la frontera, a punto de cruzar la oscura penumbra del más allá, escribió para reflexión de todos: “El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”. Ayer me dieron la Extremaunción, dice Cervantes, y hoy escribo ésta, puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte. Estremece la lucidez del autor del Quijote a la hora de dejar este mundo.
No estoy muy seguro de que tenga razón Francisco Rico en el análisis del caso Avellaneda, si bien he leído con interés los estudios de Luis Gómez Canseco, que él en gran parte avala.
Paseando por las calles de Cascaes y descansando en los jardines de Estoril, allí donde Juan III vivió sus vastos años de servicio a España, tuve ocasión de conversar largamente con Martín de Riquer, Consejero Privado de Don Juan, académico de la Real Academia Española, Premio Príncipe de Asturias, autor de Los trovadores y cien obras y ensayos más.
El académico inolvidado abrumaba por sus saberes literarios. Apunté minuciosamente lo que me dijo acerca de sus últimas investigaciones sobre el Avellaneda y tal vez algún día me decida a transmitir lo que escuché entonces. Martín de Riquer no llegó a publicar esas últimas investigaciones en las que responsabilizaba a Lope de Vega de la miserable agresión al autor del Quijote y que hubieran completado su libro imprescindible Cervantes, Passamonte y Avellaneda.
No se arrepentirá, en fin, el lector que se adentre en estos Anales cervantinos, escritos por un experto impertinente, que son una delicia para el buen gusto literario.