Diccionario digital
Durante tres siglos, lo habitual, para aclarar dudas, ha sido consultar el Diccionario de la Real Academia Española. La fórmula es hoy la misma pero las nuevas generaciones utilizan el ordenador, la tableta y, sobre todo, el teléfono móvil para saber cómo define el Diccionario normativo de la RAE la palabra que se consulta. Es ésta una realidad incuestionable. A lo largo de 300 años, el trabajo de los académicos, lingüistas y lexicógrafos ha sido ingente y admirable. Continúa siéndolo. Antes que nada, es necesario mantener el rigor en la ciencia del lenguaje. Las naciones hispanohablantes, que se hicieron independientes y que disponían de algunos de los expertos más prestigiosos en el idioma, como Bello o Cuervo, aceptaron la autoridad del Diccionario.
Hoy la más importante tarea que tienen los académicos es continuar mejorándolo con la sabiduría de los lexicógrafos de las 23 naciones que integran la Asociación de Academias de la Lengua Española. Fue Dámaso Alonso el académico que, frente a la política garrapata de algunos, comprendió que al tradicional “limpia, fija y da esplendor”, había que añadir como objetivo sustancial: “mantén la unidad del idioma”. En la Edad Media, el latín se deshuesó en las lenguas romances: castellano, francés, italiano, rumano, catalán, portugués, gallego… El riesgo del español en el siglo XX era su fragmentación en lenguas romances que no se entendieran entre ellas. Tanto Lázaro Carreter como García de la Concha, junto a otros, se esforzaron en mantener la unidad del idioma y hoy el Diccionario lo firman las 23 Academias agrupadas en la Asociación.
Transcurrió la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna y la Edad Contemporánea. Vivimos ya en la Edad Digital. No estoy muy seguro de cómo la RAE debe elaborar el Diccionario Digital. De lo que sí estoy seguro es de que es imprescindible hacerlo si no queremos convertir el esfuerzo de 300 años en una reliquia que casi nadie consulte. Manteniendo por supuesto el rigor científico del Diccionario y la busca de la savia escondida del idioma, corresponde a los académicos decidir si conviene o no, incluir imágenes en algunas palabras para que el consultante las entienda mejor. Tampoco estoy seguro de cómo se dará respuesta oral a los que se dirijan de viva voz al Diccionario en el móvil o el ordenador. Y tengo dudas sobre cuántas versiones digitales habrá que hacer cada año para incluir los nuevos términos que los académicos aprueben y sancionen. En un artículo publicado periódicamente en el ABC verdadero, Julio Casares anticipaba las palabras aprobadas por el pleno académico. Ahora se hace en la versión electrónica.
Está claro que la Academia debe estimular el trabajo de lingüistas y lexicógrafos para que el Diccionario mantenga ese nivel científico que lo distingue. A la vez, como explicó José María Álvarez Pallete en la conferencia magistral que pronunció en la casa de la RAE, habrá que articular el Diccionario exigido por la digitalización vertiginosa del mundo. Experto en inteligencia artificial, el presidente de Telefónica nos hizo comprender la necesidad de una digitalización profunda del Diccionario para que continúe siendo el faro del idioma, para que permanezca, como normativo, incluso para las decisiones jurídicas o administrativas.
La RAE se ha esforzado siempre por estar en vanguardia, incorporando las nuevas tecnologías. El DVD sobre Fonética y Fonología demuestra el esfuerzo académico para que los usuarios entiendan mejor lo que la Academia propone. En el prólogo a la última edición, la 23, se lee: “… cada vez es más consultada la versión electrónica que alberga la web de la Academia”. Y en esa versión se ofrecen “artículos enmendados, artículos nuevos y artículos suprimidos, avances que se han incorporado a lo largo de los últimos años, en una serie de sucesivas remesas parciales”. Y esos avances tienen “un carácter provisional, no definitivo”.
Como se lee en el prólogo de la 23 edición, se mantiene el esfuerzo para conservar “la esencial unidad de la lengua española”. Segundo idioma en el mundo con 570 millones de personas que lo hablan, el español centellea. Está en llamas la lengua en la que escribieron Cervantes y Borges. La sangre imborrable del idioma se desborda por las redes sociales. Y habrá que hacer un esfuerzo intenso hasta conseguir el Diccionario Digital que las nuevas generaciones exigen.