Hostias negras
Al poeta senegalés no le gustaba perderse por las ramas frondosas que confunden. Buscaba siempre las raíces. Ni era ni se sentía primitivo. Pero sí elemental. Era pueblo y solo pueblo
4 diciembre, 2020 18:43Mantuve largas conversaciones literarias con Léopold Sédar Senghor en Río de Janeiro, en Madrid y en Dakar. Hace cuarenta años, sin que nadie me lo pidiera, hice algunas gestiones en determinados sectores suecos porque me parecía de justicia literaria que el autor de Hosties noires fuese el primer Premio Nobel de raza negra, el hombre que junto a Aimé Césaire puso en marcha el movimiento literario de la negritud y el concepto profundo de su significación.
Había una condición lógica. Léopold Sédar Senghor, para ser Premio Nobel de Literatura, debería renunciar a la presidencia de Senegal. Solo ha habido el caso de un político que estando en el poder haya ganado el Premio Nobel de Literatura, pero ese político era la primera cabeza del siglo XX europeo, Winston Churchill, con una excepcional obra periodística a sus espaldas, sobre todo como corresponsal de guerra en Cuba, Sudáfrica y la India, y autor de unas Memorias apabullantes. Senghor me explicó de forma razonadora y convincente que no podía renunciar a la obligación contraída con el pueblo senegalés y, por lo tanto, que no renunciaría a la presidencia de la República. Hace cuarenta años su pensamiento había iluminado ya la relación entre la negritud y la arabidad.
Aunque nunca se expresó con claridad, Senghor, que perdió la presidencia a los pocos meses, creía, y me parece que
le gustaba poco, que el primer escritor de raza negra que ganaría el Nobel sería Wole Soyinka. Las Islas Canarias españolas y europeas se debaten acosadas por una migración galopante con origen en muchas ocasiones en las costas senegalesas. Estoy a favor de los emigrantes negroafricanos y avergonzado por la página más lamentable de la historia del Occidente europeo: la cacería de esclavos para trasladarlos a las colonias americanas. Coincido con Léopold Sédar Senghor en la condena de las atrocidades europeas y por supuesto también en su idea de que la poesía y la música se
funden en busca de una belleza popular y armónica. “La poesía–escribe el autor de Hosties noires– llega a su completa expresión cuando se convierte en canto: en palabra y en música simultáneamente. Ya es tiempo de detener la decadencia poética del mundo moderno. La poesía debe reencontrar sus orígenes, debe llegar a los tiempos en que fue cantada y bailada. Como en Grecia, en Israel y, sobre todo, en el Egipto de los faraones. Y como todavía hoy en el África negra.”
Al poeta senegalés no le gustaba perderse por las ramas frondosas que confunden. Buscaba siempre las raíces. Ni era ni se sentía primitivo. Pero sí elemental. Era pueblo y solo pueblo. “Soy el cargador de raíces”, afirma Aimé Césaire, el compañero de Senghor, en su Corps perdu, al que Pablo Picasso puso ilustraciones erizantes. El gran poeta martiniqués escribirá siempre con “palabras de fresca sangre, palabras que son agua viva, y fiebre, y lava e incendios en la selva y llamas de la carne…”
Cantaba Senghor en Hosties noires y en varios de sus profundos libros de ébano, a Chaka; y a la mujer desnuda, mujer pura, en sus versos más definitivos y rotundos. Católico convencido, discípulo de Teilhard de Chardin, Senghor oponía a las hostias blancas del cristianismo europeo las hostias negras de la negritud.
Alguna vez he recordado que, tras muchos años de investigación y estudio, comprendí el sentido de la negritud, casi de golpe, una noche de luna llena en un poblado bantú, en plena selva, mientras contemplaba el rito de la fecundidad, una danza ancestral y rítmica, que nunca olvidaré. La virgen más joven de la tribu, esbelta como una liana verde, danzaba al ritmo de tam tam. Era un frenesí de fruta fresca. Parecía la llama de una hoguera. Tenía los ojos como ascuas y la luna se le derramaba a puñados por su piel de leche negra.