Paco Roca: "La religión es una forma ancestral de colocar a cada uno en su sitio"
El dibujante narra la historia de su familia materna, que es la de la España de la posguerra, en 'Regreso al Edén', construida con testimonios a partir de una foto antigua
4 diciembre, 2020 18:16Cuando quiso saber más sobre el pasado de su padre, ya era demasiado tarde. Paco Roca (Valencia, 1969) se dio cuenta de ello cuando, a raíz de su muerte, hizo La casa (2015), su obra más personal hasta ese momento. “Decidí que no me pasaría lo mismo con mi madre”, explica a El Cultural. De aquella determinación surge ahora Regreso al Edén (Astiberri), que salió a la venta este jueves, 3 de diciembre. En ella cuenta la historia de su familia materna, que podría ser la de tantas familias de aquella España gris de la posguerra. La vida de personajes corrientes, penurias cotidianas, hambre, un moralismo asfixiante, hombres que solo saben expresar sus sentimientos a golpes y mujeres condenadas a seguir una hoja de ruta preestablecida desde la cuna.
“Me di cuenta de que de mi padre solo tenía los recuerdos de nuestras vivencias en común, pero apenas sabía nada de su vida anterior. Es algo que nos pasa a todos. Nunca tiramos del hilo, no solemos preguntarles”, explica el dibujante. “Así que, mientras estaba trabajando en El tesoro del Cisne Negro, aproveché para hablar con mi madre y con el resto de los miembros de la familia de su generación, que rondan todos los 80 años. Es muy enriquecedor atesorar esa memoria y darles la oportunidad de contar sus vidas”.
El germen de este nuevo álbum de Roca es una fotografía, la única que su madre conserva con la familia casi al completo. “Casi” porque en la imagen hay ausencias que son recordatorios de episodios tristes y lazos rotos. A pesar de ello, Antonia, la protagonista, aprendió a venerar aquella fotografía convertida en reliquia, y a construir a partir de ella el recuerdo de un pasado feliz que nunca existió.
Pregunta. ¿Ha empleado alguna técnica narrativa o gráfica nueva en Regreso al Edén?
Respuesta. Sí. Hacer un cómic es un trabajo muy largo, así que intento buscar un reto para cada nueva historia, porque si empezara con la sensación de que voy a hacer otro cómic más me daría mucha pereza. En este caso el reto ha sido usar la voz de un narrador, algo que no había hecho nunca. En mis trabajos anteriores, la historia avanza con los diálogos y las acciones de los personajes. Incorporar un narrador me ha permitido mostrar los pensamientos de los personajes y en algunos momentos desvincular la parte gráfica del texto. Gracias a eso he podido darle más importancia al dibujo y usar recursos que nunca había utilizado.
P. Como en La casa, las escenas más significativas y emotivas son aquellas en las que no hay texto, como las que reflejan el paso del tiempo, las que captan un estado de ánimo o las que adquieren una fuerte carga simbólica mediante el uso de metáforas visuales.
R. El riesgo de las escenas emotivas es subrayar demasiado lo que está pasando. Que un padre se coma unos caracoles en silencio en la escalera de su casa no refleja por sí misma un drama, pero si has ido añadiendo detalles del hambre que pasa la familia, o de cómo la madre cuida más a su hijo que a sus nietos, esos caracoles producen un efecto dramático. El silencio de esas escenas hace que el lector se vea obligado a poner mucho más de su parte, a rellenar ese hueco con sus propias conjeturas. La lectura de un cómic es algo muy extraño, es muy diferente a una novela. ¿Cuánto dura una viñeta? Puede durar todo lo que tú quieras. En muchos casos, si hay texto, dura lo que tardes en leerlo. Pero si no hay texto puedes estar mucho tiempo mirándola, aportando tu propio ritmo a la historia.
P. Creo que muchos lectores pueden identificarse con lo que narra en Regreso al Edén. En casi todas las familias españolas hay dramas derivados de la guerra y la posguerra, historias de hambre y estraperlo, de violencia machista, de cosas que había que esconder porque contravenían la moralidad imperante…
R. Sin duda había también otras realidades. Personas que estarían luchando por sus ideales de forma clandestina, intelectuales que tendrían vidas diferentes, mujeres que consiguieron salir de esa situación de opresión masculina… Pero eran una minoría. La España de la época creo que se resume en mi familia: la mayoría de las mujeres eran analfabetas y no podían aspirar a ser nada más que lo que la sociedad tenía previsto para ellas. Mientras recogía testimonios para hacer este cómic, cuando les preguntaba a las mujeres de mi familia qué querían ser de mayores cuando eran pequeñas, les explotaba la cabeza. Que una mujer pudiese optar a algo que no fuera ser ama de casa y cuidar de la familia era impensable. Sus únicas incógnitas eran con quién se casarían y cuántos hijos tendrían. Ni siquiera pensaban en la opción de mantenerse solteras, eso para un hombre podía ser, pero para una mujer era un fracaso. Otras historias mías como Los surcos del azar o El invierno del dibujante hablan de cosas extraordinarias, pero La casa y Regreso al Edén hablan de esa otra gente que representa la normalidad. Su lucha es menos épica, más cotidiana, pero eso precisamente hace que el lector pueda identificarse más con los personajes.
P. La religión tiene un peso muy importante en la historia y eso tiene su reflejo incluso en el título. ¿Servía para mantener el statu quo, haciendo creer a la gente que su sufrimiento tenía un sentido y que serían recompensados en la otra vida?
R. En la religión había una explicación para todo. Para quienes no tenían ninguna cultura, en los sermones de la misa estaba todo lo que necesitaban comprender. El sufrimiento formaba parte de esa prueba divina, en este sentido la religión es una forma de colocar a cada uno en su sitio. Te ha tocado este lugar en esta vida, pero en el otro mundo las cosas serán diferentes. Solo así la gente es capaz de soportar las injusticias. Hablamos de una España en la que te podías encontrar dos extremos conviviendo en armonía: una España en la que había gente que se moría de hambre —he leído estudios que sugieren que cientos de miles de españoles murieron durante la posguerra por el hambre— y, al mismo tiempo, anuncios de champán y restaurantes caros en la prensa y en la calle. Esas cosas solo se aguantan con una gran represión, como la que hubo durante el franquismo, y con esa forma religiosa de la recompensa. Uno de los temas de Regreso al Edén es cómo se puede alterar el pasado para el fin que queramos. Como decía Orwell en 1984, quien controla el presente, controla el pasado y, así, también el futuro.
P. Regreso al Edén muestra la importancia que tenían las imágenes, su carácter físico y cómo se veneraban, como si fueran reliquias. Hoy hay una sobreabundancia de imágenes que ha hecho que pierdan su valor.
R. La fotografía digital y sobre todo las que hacemos con los móviles han perdido ese valor. Yo recuerdo perfectamente las fotos que había en mi casa, una decena, enmarcadas, que representaban momentos especiales o recordaban a personas que ya no estaban. Eran como mosquitos conservados en ámbar. Ahora la fotografía tiene un carácter inmediato. La hago, la subo, la comentan, y ya ha cumplido su propósito. Vivimos en una sociedad más cambiante, que mira sobre todo al presente, un poco al futuro inmediato y muy poco al pasado.
P. ¿A qué otras fuentes, además de la memoria familiar, ha acudido para reflejar la España de la posguerra?
R. Cuando cuentas algo, debes saber si es común o no, si se trata de la norma o de una excepción. En este caso, he recopilado otros testimonios aparte de los de mi familia, me he documentado leyendo libros de historia, ensayos sobre la posguerra, además del NO-DO. Siempre es muy interesante leer entre líneas de lo que se contaba en él, además es muy accesible desde la página de RTVE. Puedes estar leyendo un ensayo con datos internos del gobierno sobre las muertes provocadas por la hambruna en 1942 y en un NO-DO de ese mismo año ver un concurso de camareros corriendo por la Gran Vía evitando que se les caigan los vasos, como si esa fuera la noticia más importante del mes en toda España.
P. Su éxito en España y Europa es incontestable desde Arrugas, pero últimamente le premian mucho también en Estados Unidos. Recibió el Premio Inkpot por toda su trayectoria en la Comic-Con de San Diego y este año la edición estadounidense de La Casa (Frantagraphics) ha ganado un Eisner, que son los Óscar del cómic. ¿Se ve en el mejor momento de su carrera?
R. Sí, o por lo menos lo estaba, porque La Casa tiene ya cinco años, pero cada país va a un ritmo diferente en la publicación de obras extranjeras. Este tipo de premios te hacen ve que tu obra funciona también fuera de ese público al que en principio te diriges. Las historias que hago son bastante localistas, algo que en el mundo del cómic parecía que no era habitual. Normalmente cuando quieres hacer una obra para un público internacional tienes que ceñirte a unos géneros y ambientes ya consolidados dentro de ese imaginario colectivo. Esto con la novela no pasa. Estamos acostumbrados a leer novelas ubicadas en Estambul escritas por autores turcos, o historias que transcurren en un pueblo perdido de Estados Unidos y no pasa nada.
P. ¿Qué suelen destacar de sus obras en el extranjero? ¿Qué les sorprende?
R. Todos los países son capaces de ver el atractivo de lo exótico. El manga, por ejemplo, tiene seguidores en todo el mundo a pesar de que habla de cosas que son muy difíciles de entender si no conoces el contexto. Los cómics pueden ser universales más allá de os escenarios o las épocas en los que los sitúes. Aun así, cada mercado es especial. En Francia están muy habituados a estas historias del franquismo, porque tenemos mucha historia en común, hay muchos descendientes de españoles y de hecho diría que hay más republicanos allí que aquí. En Estados Unidos choca nuestra mentalidad mediterránea. Por ejemplo, no entienden el sentimiento de culpa por dejar a un anciano en una residencia, un tema que trataba en Arrugas. Aquel es un país tan grande que lo normal es irse a estudiar muy lejos y que haya una mayor desvinculación con la familia. Y en Japón solo interesan mis historias que tienen a personas mayores como protagonistas, solo me han publicado Arrugas y La casa, por algún motivo otros cómics históricos como Los surcos del azar no le interesan a mi editor japonés.
P. Usted pasa muchas horas al día encerrado dibujando. ¿El confinamiento y la “nueva normalidad” le han cambiado mucho la vida o no?
R. Es triste que la vida de un dibujante de cómic cambie poco con pandemia o sin ella. Lo que sí echo de menos es viajar, en los últimos 15 años, desde que publiqué Arrugas, rara era la semana que no tuviera una charla o un viaje. He estado siempre muy en contacto con los lectores, y de repente ha habido medio año en el que no he tenido nada de eso. Trabajas más tranquilo, tienes más tiempo para la familia, pero pierdes el sentido de lo que estás haciendo. Es como trabajar en una cadena de montaje sin saber muy bien para qué. En ese sentido sí que he vivido cierto momento de bajón y crisis existencial en cuanto a mi trabajo.
P. ¿Cómo va la serie que está rodando Amenábar inspirada en El tesoro del Cisne Negro?
R. Por lo que me cuentan va bien. Empezaron a rodar en cuanto se reanudaron los rodajes tras el confinamiento, aunque las restricciones en los viajes lo ha dificultado todo. La parte que transcurre en EE. UU. y Canadá la han dejado para más adelante. Parece ser que terminarán de rodar en primavera y la idea es que presenten la serie en octubre de 2021.
P. Otros dos trabajos suyos parece que tendrán versión audiovisual.
R. Hay proyectos, sí, otra cosa es que salgan adelante. El director valenciano Álex Montoya compró los derechos de La casa y ya está trabajando en el guion, y Daniel Monzón compró los derechos de Los surcos del azar.
P. Siempre que hablamos tiene un montón de proyectos en cola. ¿En qué anda ahora?
R. Ahora tengo un proyecto muy diferente a todo lo que he hecho hasta ahora, pero no puedo hablar de ello todavía. Es un proyecto que viene de fuera y un cambio de registro que me apetecía.