Romualdo Izquierdo es un profesional del periodismo, siempre escoltado por el éxito, tanto en España como en América. Ensayista sagaz, su último libro, Los Falcó, es una reflexión profunda sobre la evolución de la aristocracia española en este periodo histórico de democracia y libertad.
Desde siempre he rechazado el chisme y me he negado a acudir a ciertos programas de radio y de televisión en los que un grupo de tertulianos del corazón se dedican al cotilleo, cuando no a la insidia y a la maledicencia. Me espanta ese mundo hosco y lenguaraz dedicado a despellejar sobre todo a la café society, al medio pelo español y a los famosetes audiovisuales. No falta casi nunca la opinión desinformada y agreste, el prepotente presentador o el tertuliano chanflón.
Así es que empecé a leer Los Falcó con cierta aprensión. Me equivoqué. Es un libro serio, históricamente riguroso, que se esfuerza por alcanzar la objetividad, huyendo de los lugares comunes y del chismorreo. Romualdo Izquierdo demuestra en Los Falcó rigor informativo, equilibrio en el elogio y una escritura clara y bien construida.
Fernando Falcó fue compañero colegial, solo en Madrid, del entonces Príncipe de Asturias. Su padre, el duque de Montellano, estuvo siempre al lado de Don Juan y se distinguió por su señorío y su saber hacer. Tuvo, por cierto, una hija maravillosa, Rocío, inteligente, solidaria, sencilla, constructiva que falleció en un estúpido accidente.
Entre sus hermanos, no quiero hacer comparaciones, pero Fernando destacó siempre por su popularidad, su capacidad razonadora, su espíritu emprendedor. Ocupó sin proponérselo portadas destacadas en la Prensa del corazón y le acompañó el permanente sentido del humor. Carlos brincó a la popularidad del brazo de una mujer, Isabel Preysler, que destacó por su elegancia en la vida social madrileña. Por su elegancia y porque es buena gente y los que la rodean la adoran.
Romualdo Izquierdo desmenuza a los compañeros de Don Juanito y Fernando Falcó durante el año colegial de Las Jarillas; explica la estancia de Don Juan Carlos en el palacio Montellano cuando se preparaba para su ingreso en la Academia militar; habla de Marta Chávarri y de las piruetas de Boyer; se refiere a las ambiciones de Mario Conde y al papel de la duquesa de Alba, a la que elogia con justicia; explica ciertos problemas financieros en la Casa del Rey durante la época de Fernández Campo y cuenta pasajes relacionados con Alicia Koplowitz y su hermana Esther con documentación contrastada, incluido el robo de varios cuadros.
Relata sin acritud historias delicadas de Don Juan Carlos y su entorno. Confunde a veces la Casa Real con la Casa del Rey. Se equivoca al afirmar que Felipe V reinó de 1700 a 1724 y no es así: reinó de 1700 a 1746, si bien en enero de 1724 abdicó en Luis I, que falleció en agosto. Habla del fútbol de la época, incluso de Ben Barek, al que Di Stefano consideraba como el mejor jugador que había visto. Relata cómo el Rey borboneó a Fernández Campo, despidiéndole en un almuerzo en Lucio. Radiografía a Ymelda M. Arteaga, a Fátima de la Cierva y a Jeannine Girod. Elogia la capacidad de gestión de Falcó y su certera dirección del RACE.
Repasa la impresionante colección de cuadros de Alicia Koplowitz: Goya, Picasso, Foujita, Brueghel, Zurbarán, Van Gogh, Gauguin, Gris, Tàpies, Barceló, Bacon, Warhol, Rothko, Sorolla y Kandinsky, entre otros. Cuenta la boda de Cayetana con su tercer marido, Alfonso Díez, hombre serio y equilibrado. Elogia al padre de sus seis hijos, el inolvidado Luis Martínez de Irujo, siempre fiel a Don Juan y a Doña Victoria. Personajes como Rodrigo Rato, Spottorno y Dolores Cospedal desfilan también por la pluma de Izquierdo.
Relata, en fin, la última boda de Carlos Falcó con Esther Doña y las muertes de los dos hermanos, separadas por escasos meses. Y, entre las cien anécdotas objetivamente documentadas, el autor reflexiona sobre la pérdida de influencia de la aristocracia en la nueva Monarquía y su relieve cada vez más escaso en la vida nacional. Llama a Carlos y Fernando Falcó, los últimos aristócratas, lo que resulta discutible porque todavía alientan en la sociedad española no pocos nombres de relieve fieles al lema clásico: “nobleza obliga”.