¿Hay que actualizar a los clásicos?
¿Hay que evitarles a los jóvenes el esfuerzo de trasladarse 400 años atrás? Ayuda a entrar en las obras clásicas huir del bombacho, sí. Pero cuidado con facilitar todo tanto que luego los jóvenes autores no pasan de las 250 páginas
“Si queremos acercarnos a la gente joven, sus referentes no pueden ser señoras y señores con espada y vestidos con bombachos”. Se lo cuenta David Selvas a Joan Colás (Crónica Global) a propósito de su montaje de Romeo y Julieta. Su compañía, La Brutal, “siempre destaca, porque usamos referentes cercanos”. En el montaje, explica, “hay música de Billie Eilish, trap… que es lo que escuchan nuestros protagonistas”. E insiste: “Si queremos hablar de jóvenes que se rebelan contra sus progenitores, que se sienten incomprendidos, lo que hemos de hacer es ponérselo fácil”.
De la misma opinión es la nueva directora de la Compañía Nacional de Teatro de México, la actriz Aurora Cano, quien en una entrevista con El País asegura que “a veces no se ha tomado mucho en cuenta que se está hablando a un espectador del siglo XXI”. Y subraya que “no puedes montar a Shakespeare, a Molière o a Lope de Vega como si no hubieran pasado 400 años, 300 en el caso de Molière”.
“Me parece estupendo que acabemos con todo”. Félix de Azúa
A propósito de la retirada de Rigoberta Bandini, tras una fulgurante carrera de apenas un año, Alberto Olmos (The Objective) llega a la conclusión de que la resistencia puede ser el secreto de “la gloria en el arte”. “Los jóvenes autores –escribe– suelen quejarse (yo lo hice, no me escondo) de la perdurabilidad en lo más alto de la pirámide literaria de un puñado de nombres que ya estaban ahí arriba hace 30 años. Sin embargo, lo cierto es que Javier Marías o Antonio Muñoz Molina se siguen sentando a una mesa varias horas al día con sus casi 70 años y escriben novelas de 700 páginas. Casi ningún joven hoy escribe una novela de más de 250; casi ningún autor español menor de 50 años es capaz, de hecho, de escribir una novela de 700 páginas”.
A propósito del trabajo, otro tipo de trabajo, eso sí, Manuel Guedán publica una novela que “hurga en las miserias del mundo laboral”. En respuesta a Carmen López Álvarez (Coolt), asegura contundente: “el trabajo no dignifica en absoluto, sino que es una cárcel”.
No todo va a ser trabajo. Carlos Mármol le dice a Silvia Moreno (El Mundo) que escribir es tan gozoso como “escuchar buena música o subir en una montaña rusa”. El escritor está entusiasmado con Bukowski, del que acaba de publicar una biografía literaria, quien decía que sí, que “para crear hacen falta dedicación y voluntad, pero es necesario talento. Sin el talento, la escritura no funciona”. Y apostilla Mármol: “Me parece una idea luminosa en un mundo donde la gente cree que contar sus frustraciones es suficiente para hacer arte”.
A quien no se puede negar talento es a Miquel Barceló. Pero el arte exige sacrificios. “Estoy en crisis casi toda mi vida –confiesa en Harper’s Bazaar–, es algo muy recurrente, una pequeña menstruación para mí. La crisis es mi forma de ver la vida. Todos intentamos sacar la cabeza de vez en cuando, por ello, bucear se parece mucho a pintar (...). Hago inmersiones y saco la cabeza fuera, para ver cómo se respira…”.
“La crisis es mi forma de ver la vida”. Miquel Barceló
Quien acaba de respirar es Socorro Venegas (La Voz de Galicia), que edita el diario que escribió, tras la muerte de su marido. “Cuando lo escribí no sentí consuelo. Sólo ahora, al verlo en perspectiva, veo que escribirlo fue importante. Ahora me leo y me escucho, escucho a una mujer de hace 20 años contarme en quién se estaba convirtiendo”.
P. S. Félix de Azúa reflexiona sobre el futuro con Sergio del Molino (Ethic). “El mundo clásico se ha terminado. (...) El mundo que dejamos atrás se va a quedar atrás, mientras que el nuevo no sabemos en qué va a consistir. Y lo digo muy a favor. (...) Es más, me parece estupendo que acabemos con todo. (...) Mi vida es el conjunto de las cosas que se han acabado. A veces la gente se espanta: “¡Azúa, qué pesimista!” No, al revés, soy optimista. Se acabó el mosaico, que para los romanos era muy superior a la escultura, a la pintura, a la arquitectura. Se acabaron los tapices, se acabó el balé con tutú, se acabó la poesía. Está bien que se acaben las cosas; siempre podemos empezar otras nuevas…, aunque es verdad que ahora está la cosa paradita”.