“Yo que siempre trabajo y me desvelo por parecer que tengo de poeta la gracia que no quiso darme el cielo”. Esta afirmación del escritor grande, sincero, sin presunción, que leí cuando rondaba yo los veinte años, así como la lectura deslavazada de sus poemas me condujeron a un error que he mantenido durante siete largas décadas. A pesar del juicio favorable de Cernuda, siempre pensé que Cervantes no era un poeta notable.
José Manuel Lucía Megías, el primer cervantista actual, con su libro Poesía (Sial Contrapunto) me ha hecho rectificar. Cervantes carece del temblor lírico de San Juan de la Cruz, de la calidad de las rimas sacras de Lope, del pensamiento profundo del polvo enamorado de Quevedo. Pero el cielo le dio la gracia de ser un poeta notable. José Manuel Lucía ha agavillado, entre los treinta mil versos escritos por Cervantes, una muestra que ha alterado el convencimiento hostil mantenido por mí durante setenta años.
El Caballero del Verde Gabán le dice a Don Quijote: “La Poesía, señor hidalgo, a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad, y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios”.
Pablo Neruda se inspiró sin duda, cuando escribió su 'Canción desesperada', en el poema de Grisóstomo antes de suicidarse
La poesía verdadera, según Cervantes en Viaje del Parnaso, en “el monte discurrió y abrazó a todos, hermosa sobremodo y placentera”. La pastora Galatea cantaba estos versos: “Afuera el fuego, el lazo, el yelo y la flecha de Amor, que abrasa, aprieta, enfría y hiere; que tal llama mi alma no la quiere ni queda de tal ñudo satisfecha”.
Otra pastora, Teolinda, se lamenta, “ya la esperanza es perdida, y un solo bien me consuela; que el tiempo que pasa y vuela llevará presto la vida”. Y, adelantándose a Marcela, Gelasia se enlaza con la libertad: “Del campo son y han sido mis amores, rosas son y jazmines mis cadenas; libre nací, y en la libertad me fundo”.
[Celia Freijeiro. La pastora Marcela en el nuevo Teatro Cervantes en Madrid]
Pablo Neruda se inspiró sin duda, cuando escribió su Canción desesperada, en el poema de Grisóstomo antes de suicidarse desde “lo hondo de mi amargo pecho”, por el rechazo de la pastora Marcela, al considerar inevitable su propia muerte porque vive “celoso, ausente, desdeñado y cierto de las sospechas que me tienen muerto”. Y termina: “Canción desesperada, no te quejes cuando mi triste compañía dejes”.
Esta idea de Grisóstomo es idéntica a la de Lotario en El curioso impertinente, que prefiere verse “a tus pies, oh bella ingrata, muerto antes que de ado-rarte arrepentido”. En un romance espléndido, Altisidora le dice a Don Quijote: que siente al contemplarlo cómo se le abraza el alma. “Oh, qué de cofias te diera, qué de escarpines de plata, qué de calzas de damasco, qué de herreruelos de Holanda”.
[Juan Gil, el almirante de la mar océana en sus cartas y sus textos]
En 1588, Cervantes, el soldado, escribió sobre la catástrofe de la Armada Invencible porque “la sangre de pechos atrevidos humedecieron la contraria tierra”. Diez años después escribiría en Sevilla su más célebre, tal vez su mejor soneto, ante el túmulo del Rey Felipe II.
Flojean los versos de Don Quijote a Dulcinea, con acierto, sin embargo, los atribuidos a los académicos de Argamasilla: “Esta que veis de rostro amondongado, alta de pecho y además brioso, es Dulcinea, reina del Toboso…”. Brilla luego la poesía de Cervantes en el Romance de los celos. En el que canta Don Luis a Clara, Alberti encontró recuerdo: “Marinero soy de amor…”.
[Michael Reid, la España de la incertidumbre de un historiador británico]
Elogia, en fin, Cervantes a los poetas de su época y se complace con Góngora, “a quien temo agraviar en mis cortas alabanzas”. En el prólogo de La Dragontea escribe un soneto de elogio a Lope de Vega, antes de que el Fénix le desdeñara y agrediera desde la envidia por el esplendor del Quijote.
Extraordinario libro, en fin, este de José Manuel Lucía Megías en el que condensa lo mejor de la poesía de Cervantes. Es una lástima que no lo haya cerrado con la carta que el genio, antes de morir, escribió a Lemos. Hoy se la consideraría un poema de verso libre: “Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran señor, esta te escribo. Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo esta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y con todo esto se me va la vida sobre el deseo que tengo de vivir”.