Segunda entrega de la trilogía de Theodor Kallifatides: cuando a Grecia llegó la libertad... y la guerra
Vuelve el humor tierno y negro del autor con 'El arado y la espada', novela en la que narra el comienzo de la Guerra Civil en el país tras la salida de los alemanes.
27 mayo, 2024 03:21La llamaban La Reina y era tan grande que dentro podían dormir dos adultos. La campana de Yalós, la aldea del Peloponeso que Theodor Kallifatides (Molaoi, Grecia, 1938), basándose en sus recuerdos de infancia, imaginó para su trilogía de novelas sobre los años cuarenta en Grecia, era el orgullo de sus habitantes. El herrero que la había forjado “con el mejor bronce” lloró de felicidad al terminarla. “Si a esta campana le sale una sola grieta –dijo– me cuelgo aquí mismo delante de todo el mundo”.
A la campana no le salió ni una grieta en 250 años y durante ese tiempo avisó puntualmente a los yalitas de misas, entierros y matrimonios. Un día, a principios de los cuarenta, durante la ocupación alemana, el campanero, que estaba sordo, la tocó para avisar a los partisanos de una emboscada planeada por los batallones de seguridad (bandas armadas griegas profascistas) y los ocupantes alemanes. Lo hizo sabiendo que lo ejecutarían por ello.
Al oír el ritmo extraño de las campanas, los partisanos se replegaron y subieron a La Manca, un monte en el que, como los maquis españoles, los rebeldes yalitas se habían instalado durante la ocupación nazi.
Acto seguido, los “batallonistas” subieron a la torre de la iglesia, inmovilizaron al campanero y después, según cuenta Kallifatides con su habitual humor negro y tierno, “le ataron las manos a las piernas por la espalda, de modo que parecía un regalo de Navidad”. Luego “colgaron el paquete de la cuerda de la campana mayor”.
El cuerpo del campanero, mecido por el viento, hizo de badajo viviente durante casi una semana, y las campanas siguieron sonando. A los seis días el sonido cambió. “Era más débil, sonaba desafinado”, escribe Kallifatides. A los yalitas les dieron permiso para subir a la torre: el campanero estaba muerto y la campana, después de 250 años, se había resquebrajado.
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La historia está en la segunda novela de la trilogía griega de Kallifatides, El arado y la espada (Galaxia Gutenberg), que nos sitúa en el umbral entre la Segunda Guerra Mundial y el estallido de la Guerra Civil griega. El escritor retoma el relato donde lo dejó en Campesinos y señores, la anterior entrega. Kallifatides publicó los tres libros de la trilogía, que este año se traducen por primera vez al español, entre 1974 y 1977.
Al final de la primera novela, centrada en los años de la ocupación, el narrador ya advertía de que la marcha de los alemanes no iba a traer la paz a Grecia. “La gente creía que los ingleses venían como libertadores. En realidad, eran la nueva fuerza de ocupación”, escribía. Lo que vino después fue una guerra civil sangrienta que ganó el bando anticomunista, apoyado por Estados Unidos y Reino Unido.
La mirada de Kallifatides está teñida de compasión hacia los niños, testigos impotentes del paso de la historia
Una vez más, la mirada de Kallifatides está teñida de compasión hacia los niños, testigos impotentes del paso de la Historia, que arrasa sus familias y el territorio de su infancia. “Los niños tenían que acostumbrarse a la arbitrariedad total”, dice. “Toda regla valía siempre y cuando también valiera su contraria. Ser niño en Yalós era como navegar en un barco sin timón por un mar completamente desconocido lleno de peligrosas corrientes”. En esta entrega, el jefe de los ocupantes alemanes, Josef el Perro, se lleva a cinco niños como rehenes al abandonar la aldea.
En esta segunda novela, menos coral que la anterior, gana protagonismo la familia de Minos, uno de los niños del pueblo y posible trasunto del autor. “Yo soy uno de esos niños”, había escrito Kallifatides en Campesinos y señores. Así resumía hasta qué punto las historias de sus personajes se basaban en su experiencia.
Kallifatides abandonó Grecia en 1964. Nunca había salido del país. La pobreza empujó al extranjero a muchos griegos de su generación y el escritor sitúa el origen de todos los males en aquella Guerra Civil que perdió la izquierda y ganaron los reaccionarios griegos.
Según el autor, las “nuevas ideas” nunca tuvieron opción de imponerse en la Grecia rural, que después de la ocupación alemana deseaba sobre todo recuperar sus tradiciones. A Yalós, dice, donde “era más importante el pasado que el presente”, llegó la libertad, pero no la revolución. “A los señores no les gustaba ver a los antiguos sirvientes como señores, y a los sirvientes no les gustaba ver a otros sirvientes como señores”, escribe el narrador. Y en otro lugar: “Para la mayoría de los yalitas la justicia era como Platón la describió una vez; cada hombre en su sitio y las mujeres en la cocina”.
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En el prólogo de la anterior novela, Kallifatides describía cómo se había dado cuenta de que tenía que escribir estos tres libros, los más personales de su obra. Tenía dieciocho años. “Ahora puedo volver la vista atrás sin amargura. He superado la tontería de sentirme orgulloso de ser griego, así como la tontería de avergonzarme de ser griego”, decía.
La trilogía se completa con la publicación en octubre de Una paz cruel, donde la narración se traslada a Atenas. Terminada la Guerra Civil, la familia de Minos sobrevive en la mísera capital y los recuerdos de infancia del autor dan paso a los de adolescencia.
De nuevo Kallifatides adelanta en El arado y la espada el escenario que describirá más tarde. “Atenas era una ciudad sumida en la hambruna y el miedo”, escribe. En Atenas terminará la trilogía. Y así, en palabras de su autor, lo que siempre quiso decir “sobre Grecia, los griegos, mi pueblo y su gente”.