Sería lamentable que con Vicente Aleixandre se hiciera política partidista. La memoria histórica debe situarle donde siempre estuvo y no manipular su vida y su obra. Convendría que la casa de Velintonia recuperara su condición profunda de templo de la poesía con insólitos altares en los que se consagraba el verso.
Vicente Aleixandre estuvo contra Franco, siempre a favor de la libertad y en contra de la dictadura, pero no fue víctima del franquismo. Los falangistas le respetaron y no le molestaron. La dictadura aceptó la posición del poeta que se consideraba instalado en un exilio interior en su casa de Velintonia. Salía de ella solo para asistir todas las semanas a los plenos de la Real Academia Española. En verano huía del calor en su chalecito de la sierra en Miraflores.
En alguna rara ocasión se escapaba para asistir a encuentros literarios. Carlos Bousoño le llevó en dos ocasiones a la tertulia de Francisco Nieva. A ella asistíamos, además del autor de La carroza de plomo candente, Carlos Bousoño, Claudio Rodríguez y yo. Nos reuníamos los viernes en mi despacho del ABC verdadero, más tarde en la Agencia Efe y vuelta después al periódico. Cada semana Paco Nieva invitaba a un escritor destacado. En las dos ocasiones en que asistió Vicente Aleixandre, la tertulia se transformó en un torneo de juegos poéticos en la cumbre.
Bousoño recitaba fragmentos de Espadas como labios. Claudio Rodríguez, el inolvidado, sensible, asombroso. Claudio Rodríguez, prematuramente desaparecido, leía versos de Historia del corazón. Nieva recitaba con aliento indeclinable los Poemas de la consumación y yo, que nunca he escrito un verso, enamorado siempre de la poesía, leía Poemas de la destrucción o el amor. Aleixandre sentía predilección por Unidad en ella. Y recitaba con estudiada cadencia: "Cuerpo feliz que fluye entre mis manos, rostro amado donde contemplo el mundo, donde graciosos pájaros se copian fugitivos, volando a la región donde nada se olvida".
Premio Nobel de Literatura, Vicente Aleixandre era lo contrario a la presunción que enardeció a Cela. Su sencillez me asombraba y también las ideas con que defendía la poesía de calidad frente a ciertas veleidades de vanguardia. La casa de Aleixandre era efectivamente la catedral de la poesía. El poeta oficiaba allí en el altar de las letras. ¿Duda…?, se preguntaba Aleixandre. "Quien duda existe. Sólo morir es ciencia. El dolor de vivir se funde en la experiencia de morir cada día". Estremece leer ahora al poeta de la consumación porque "… allí entre hierros veremos la mentira final. La ya no vida".
La dictadura aceptó la posición del poeta que se consideraba instalado en un exilio interior en su casa de Velintonia
Rubén Darío está detrás de los primeros versos de Vicente Aleixandre. También lo encontramos en el Pablo Neruda liminar. El autor de Sombra del paraíso se impregna también de Antonio Machado, de Joan Maragall, de Juan Ramón Jiménez. Perteneció Aleixandre a la generación del 27, pero nunca se sintió cómodo con que le clasificaran. Siempre fue un hombre libre que luchó contras las incomprensiones y contra la tuberculosis. Ortega y Gasset, la primera inteligencia del siglo XX español, le acogió, igual que a Federico García Lorca y a Rafael Alberti, en la Revista de Occidente.
Mantuvo el poeta diversos lances amorosos y se negó a desplazarse a Estocolmo para recoger el Premio Nobel, enviando a su amigo Justo Jorge Padrón que se esforzó por mantenerle en el prestigio y la seriedad. Lector de Verlaine, de Rimbaud, de Breton, de Hölderlin, Aleixandre no perdió nunca ni su independencia ni su pasión por hacer la poesía que le gustaba. El bando republicano, en fin, le detuvo durante la guerra civil y destruyó Velintonia. Aleixandre salvó la vida gracias a Pablo Neruda. En su casa de Isla Negra en Chile, el autor de La canción desesperada me explicó minuciosamente lo que ocurrió.
A Vicente Aleixandre, en fin, le hubiera horrorizado que le politizaran. A los que éramos sus amigos, también. Velintonia debe ser la casa de la poesía, lejos de abstractas ideologías excluyentes o de memorias históricas partidistas.