1 de noviembre del año 2083. Llueve insistentemente y hace frío. Con motivo del quinto centenario de la fundación del hoy Teatro Español, el director Gustavo Aza Pérez-Puig ha decidido el estreno de una nueva versión del Tenorio de Zorrilla.
La expectación es grande, las innovaciones deslumbrantes, la escenografía asombra. Preside el acto en el palco real, Su Majestad la Reina Leonor I, a la que acompaña su distinguido esposo y la ministra de Cultura Leticia Dolera, que unas horas antes entregó el Premio Nacional a la Tauromaquia a Julián Romero, nieto del que fue inolvidable torero El Juli.
Asiste el todo Madrid de la vida intelectual, incluidos académicos, catedráticos, periodistas y grupos de vanguardia. Destaca la presencia de la presidenta de honor de la Sociedad Cervantina, la anciana actriz Celia Freijeiro, acompañada de Marta Larralde, tan admirada por sus interpretaciones cinematográficas.
Encarna a Don Juan un actor de mediana edad que interpreta a la perfección su exigente personaje, pleno de veladuras y matices, de registros altaneros y ternuras enamoradas. Sus debates con Luis Mejía están resueltos a la perfección. Pasan la batería.
El comendador de Calatrava, Gonzalo de Ulloa, robustece el acierto interpretativo sobre el escenario. Doña Inés es una actriz joven y bellísima, de piel dorada y ojos absortos. Dice el verso como los ángeles. Ciutti, el criado invariable, subraya el acierto de Zorrilla en la creación psicológica de los personajes, pero no supera al complejo Gastón.
Dentro de 50 años no se podrá distinguir al robot del ser humano. Por eso se hace necesario abrir ya el debate sobre los derechos de unos y de otros
La hostería del Laurel acoge la tensión de la comedia dramática y su propietario Buttarelli lo impregna todo. Brígida, la doncella de Doña Inés en el convento, constituye un acierto más del director que se ha esmerado en atender minuciosamente la descarga histórica de una obra que muchos espectadores saben de memoria.
Pascual y Lucía, sirvientes de la familia Pantoja, la tornera de las Calatravas, el capitán Centella, los alguaciles y hasta Don Gonzalo, el convidado de piedra, cierran el prodigio de esta comedia que se desarrolla sobre el escenario del Teatro Español sin un fallo, sin turbados jardines ni alteraciones del manuscrito original. Todo ha sido exacto.
Al día siguiente, 2 de noviembre de 2083, Luis María Balmaseda Anson, crítico teatral y nieto de un destacado periodista, publica en el diario ABC una reseña haciendo justicia al éxito de la representación que el público puesto en pie acogió con una ovación inacabable.
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No quiero dejar de señalar que todos y cada uno de los actores y actrices de esa futura representación son robots humanoides derivados de la IAG, la Inteligencia Artificial General. Como ha explicado Omar Hatamleh en su libro Esta vez es diferente. Cuando la inteligencia artificial trasciende a la humanidad (Deusto) dentro de cincuenta años no se podrá distinguir en sus actuaciones al robot del ser humano.
Mark O'Connell, por su parte, en su soberbio ensayo Cómo ser una máquina (Capitán Swing), se ha adentrado con paso humilde en la época nueva que estamos ya viviendo y que sólo los pusilánimes pueden desechar. Por eso se hace necesario abrir ya el debate sobre los derechos de unos y de otros sobre las consecuencias laborales, económicas, también intelectuales, que se plantearán en la sociedad.