El bipartito de Page
El bipartito de Castilla-La Mancha nació para romperse. Es su gran horizonte. El matrimonio de conveniencia, y con doloroso hastío de los novios, formado por Page y García Molina, PSOE y Podemos, llevaba ya el día de su boda civil impreso el divorcio en el corazón y en los formularios. No puede durar más que lo estrictamente necesario, salvo que un milagro laico cambie el sentido de los intereses comunes y la legislatura se agote por la vía de alargar artificialmente la función. Poco más de un año y medio hasta mayo de 2019 y ya veremos lo que da de sí esta coalición nacida del socorro mutuo y las estrategias de salón, y no del sentimiento y el cariño. La antipatía es mutua y con raíces, con publicidad y hemeroteca, y eso no tiene pinta de cambiar, aunque nunca es descartable un giro de la suerte y que la vida empiece a fluir en su máxima expresión. Por ahora, no lo creo.
Page y su entorno sueñan con la mayoría absoluta que nunca tuvieron y que les hubiera hecho hombres libres, pero han sucumbido a la evidencia de la resignación y disimulan como pueden poniéndose a silbar en los Consejos de Gobierno. Se ha colado un intruso en Palacio. Al presidente de la Junta le hubiera hecho feliz, llegado a estas alturas, tomar el mando de verdad y no gastar la prosa con indeseadas compañías, si bien los sacrificios del poder son caprichosos y tienen estas desventuras. Se aguanta uno los picores y prosigue entre azaroso y dolorido su camino, hasta que dure. García Molina, por su parte, guarda las formas con menos compostura y va dejando garbancitos en el sendero para que todo el mundo sepa que Page no es su presidente y que el Gobierno no es su sitio, y para que nadie pierda las pistas del producto original que vino a vender: contrapoder y letanía podemita que hoy en día suena a monólogo del club de la comedia y mercadillo de los miércoles. El vicepresidente de la Junta quiere estar sin parecerlo, ser y no ser a la vez, y pisar moqueta pareciendo zapatazos en la calle y en los charcos, pero ese difícil equilibrio no puede durar eternamente. Pareciera estar pidiendo perdón todos los días.
Así las cosas y los estados de ánimo, Page y García Molina están condenados a aguantarse y no entenderse, sentarse juntitos en los salones del poder pero sin quererse demasiado ni hacerse arrumacos. Estar y no estar al mismo tiempo: van por la senda de la mano pero ni un minuto más de lo que mande la necesidad, que ya veremos hasta cuándo, cómo y dónde se prolonga y en qué benditas condiciones. Ni Page ni García Molina , presidente y vicepresidente, querrán llegar a las próximas elecciones autonómicas sin haber consumado su ruptura, evidenciando a plena luz del sol lo que desde el minuto uno de su casamiento ya se encargan una y otra parte, por activa y por pasiva, de dejar muy claro al respetable: que el mundo de la política ficción también vive entre nosotros. Y así.