La mejor cara de Pepe Bono
Tengo escritas algunas quintacolumnas contra Pepe Bono. Tal vez muchas. Siempre vi en su perfil el populismo que representa una de las peores caras de la política. Su gestión clientelar desde la Presidencia de Castilla-La Mancha resultaba agotadora y poco edificante desde el punto de vista democrático. Su carrera política, más allá de infinitos rumores y sospechas en los que nunca he entrado, me pareció siempre marcada por la prevalencia personal del sillón y la moqueta, independientemente de que su trabajo beneficiara o no a la gente, que debería ser siempre lo fundamental. Su ego gigantesco en ese sentido le dio prioridad a lo suyito. En su lado bueno hay que apuntarle a Bono algunas cosas importantes: construyó Castilla-La Mancha de la nada y creó una estructura básica de servicios públicos a partir de un modelo todavía vigente hoy en región, además de que generalmente fue un hombre de Estado de indudable respeto por la nación, la democracia y las leyes. Hay que reconocer a Pepe Bono un talento extraordinario para la política y una inteligencia que, si bien sobreactuada, populista y egocéntrica, siempre estuvo muy por encima de la media en el sector.
Ahora vuelve Bono a su mejor perfil y, con motivo del golpismo en Cataluña y las graves consecuencias posteriores, está brillando con luz propia y un discurso alto y claro que sería deseable con esa luminosidad en toda la clase política española, a derechas y sobre todo a izquierdas. Confieso que si fuera esta la cara completa y real de Bono, la única posible, yo sería un rendido admirador por su transparencia, su valentía y su relato impecablemente democrático y estrictamente necesario en esta hora de España. Detesto vivir con los ojos cerrados pero estamos asistiendo en estas últimas semanas a la mejor cara de Pepe Bono, en el fondo y en el forma, y en estos momentos este tipo de gestos y palabras a mí me vienen pareciendo imprescindibles y reconfortantes para la sociedad española. Una sólida columna sobre la que apoyarse en este tiempo confuso y energúmeno en el que imperan la inmoralidad, la falta de valores y la corrupción ética de la vida y de las cosas. Este es el Bono en el que, de jovencito y hace mucho, yo un día creí y alguna vez voté. Nadie es perfecto.
No quiero ser excesivo en los elogios. Bono es lo que es y, analizada globalmente su carrera, tampoco los merece en abundancia: sería una hipérbole injusta y desequilibrada respecto a la terrenal realidad del personaje. Ya están sus libros para eso, autonovelas de ficción, y el coro que siempre tuvo alrededor. Pero ahora mismo siento que necesito escuchar esta clase de discursos, a él y a otros que como él vienen diciendo cosas parecidas y tan alentadoras en estos momentos de frustración e inestabilidad política y emocional. A España le falta un relato de lo evidente y Bono lo está aportando con verdad y agua clara. Frente a la propaganda, el sectarismo y el aborrecible adoctrinamiento, frente a la infame falta de principios del separatismo y sus adláteres, hay que poner inteligencia y palabras bien dichas y pronunciadas, y Bono en estos días me está pareciendo un ejemplo. Ya sé que despertaremos cualquier mañana y ahí seguirá el dinosaurio, pero disfrutemos del sueño mientras sea posible, amén.