Muy harto de tantos salvadores de Talavera
Cumplido más de un mes de la última manifestación histórica de Talavera llegamos a la conclusión de que su mayor éxito es la satisfacción de algunos de sus principales organizadores por haberla celebrado. Una cumbre, tan ricamente y tan contentos. Todo lo demás ha sido en estos treinta y tantos días un manto de silencio que suena como una estruendosa patada de indiferencia en el prado talaverano o donde sea. Eso y el trabajo honrado y necesario de otra parte de los que sí montaron el 11 de noviembre con sana ilusión y con limpieza y con voluntad de desinteresada permanencia: hay que seguir en lucha, como siempre. Mi natural escepticismo talaveranista regresa una vez más en forma de bucle melancólico y confirma los temores: hoy como ayer seguimos siendo invisibles, igual que en los últimos cuarenta años. Gritamos pero nadie nos oye porque hemos perdido la capacidad de empezar primero por escucharnos a nosotros mismos y esforzarnos por saber lo que queremos y construirlo a partir de los cimientos de nuestra propia casa.
Hemos aprendido a ser felices en el victimismo y frecuentemente nos conformamos con ser los más tristes del lugar a cambio de montar alguna buena algarada cada tantos años y que, al menos en según qué casos, ese grito de protesta sea en sí mismo el objetivo y la propia solución. La meta del once de noviembre no debía ser el once, sino el doce, pero la felicidad ya era completa ese día para algunos extenuando hasta la hipérbole las cifras de participación y sintiéndonos en esa bonita comunión tan talaveranos y tan marginados y tan de la tierra que nos hacíamos fotos y nos abrazábamos con ilusión. Un buen amigo, al corregirle yo a la baja los cuarenta mil manifestantes que llegó a certificar con fe de notario, me regañó amargamente por mi insuficiente pasión talaverana y mi falta de compromiso, no ya con la ciudad, sino con la verdad misma de los hechos. Talavera y sus cuarenta mil habían provocado un fuerte dolor de estómago en no sé qué centro esencial de toma de decisiones y esa en sí misma era su victoria. Emblemático: qué tío.
Victoria pírrica, por otra parte, como venimos viendo. Talavera necesita más ciudadanos y menos salvadores. Más gente comprometida de verdad y menos fantasmones que miran su reflejo y se autobesan todo el día. Tanto salvapatria no puede ser bueno en tan pocos metros cuadrados. Estoy históricamente muy harto de los salvadores de Talavera. De pseudoactivistas profesionales, de liberados de la melancolía, de lidercitos de medio pelo y de agitadores de salón y rueda de prensa semanal. Muy harto de esta eterna procesión, de tanto forense y experto localista. Muy harto de los que lucen la chapa de Talavera y se colocan la banderita azul y blanca y han hecho de ese gesto insustancial una religión a la que se han entregado a jornada completa y no han dejado de darnos lecciones en los últimos veinte o treinta años, y aquí incluyo a toda la mediocridad política que haya que incluir desde los años ochenta a esta parte y con honrosas excepciones. Muy harto en fin de tantos listos arribistas que han encontrado en la decadencia de Talavera su zona de confort y se han hecho unos hombrecitos a costa de la pena.
Ya está bien. Elijamos mejor a quienes nos representan en las instituciones y en la calle. Pensemos bien lo que queremos y aprendamos cómo hacerlo. Miremos también dentro de nosotros mismos. Y subrayo el también. Seamos nuestro primer destino reivindicativo.