Vivir de mentirijilla
El gran teatro del mundo que es la política vive días de gloria. España está en su momento de impostación mayor. Nadie dice lo que realmente piensa, la certeza de sus valores o la verdad de sus pensamientos: todos sobreactúan según sus intereses, mienten para salvar sus muebles o esconden sus verdaderas intenciones o ideas. Sobre el escenario magno de la cosa pública se agita la vida falsificada mientras la realidad circula oculta por las corrientes subterráneas del poder y sus alrededores. Se dice en público lo contrario de lo que se piensa en privado y se han cerrado todas las puertas para que se pueda hablar de verdad en los grandes foros de la democracia. El Congreso es el circo de los diálogos imposibles y nadie sube al atril para entenderse con nadie sino para escucharse a sí mismo y ganarse sus veintes segundos de gloria en el siguiente telediario. Las autonomías multiplican este principio hasta el infinito. El populismo ha contaminado a todos los partidos e instituciones, de modo que esta naturaleza propia de la política se viene estirando como si fuera normal hasta extremos en otro tiempo inmorales.
Vivir de mentirijilla. Esta es la gran verdad del ruedo nacional. Se juega con todo, se manosea todo, se desencaja todo. Lo importante es ganar terreno, darle toda la prioridad al partido y al líder como grandes objetivos y servir a la secta propia por encima de cualquier otra cosa. El arribismo es la moda, se ha olvidado lo único esencial. La demagogia, el populismo y la corrección política se han grabado a fuego en los frontispicios de las sedes de los partidos políticos y de ahí ya no se escapa nadie. El sentido original y auténtico de la actividad política, una de las más nobles y necesarias del mundo, se ha travestido de efervescencia y posturitas y casi nadie en activo se acuerda ya de la tarea fundamental de la vida pública y de los que viven en ella: la persona, el ciudadano, la gente, la sociedad, la convivencia, la buena vida en común. Aquí campan por sus dominios las ideologías frente a las ideas y los argumentarios en contra de los argumentos. Todo se banaliza y se toquetea de la peor manera.
Así las cosas, no hay en España política ni debate, diálogo ni voluntad de entendimiento, tan sólo reflejos de sus caricaturas. Ahora que tanta falta hacen grandes líderes de verdad sólo aparecen estatuas y lidercitos de diseño perfectamente preparados para la comedia y el beneficio propio. La opinión pública se teledirige y la gente se siente impactada por la demoscopia, las redes sociales y la telebasura. Se piensa y se actúa en clave de titular y ciento cuarenta caracteres o los que sean, de manera que los políticos han visto esta mina abierta y se han lanzado a extraer sus tesoros a manos llenas. España hoy no se escucha a sí misma, ni mira ni conoce su historia y a casi nadie parece importarle siquiera un poquito. Vivimos en la espuma, nublados por el humo, casi anestesiados. En el casi está la esperanza o es que tal vez simplemente me ha salido el día cabrón.