"Lo que todo el mundo sabe pero nadie cuenta": José Luis García Martín
Definitivamente, José Luis García Martín está añadido a mis diaristas favoritos. 'Todo al día' es la cuarta entrega correspondiente a días de 1996 y 1997, y ya llevo por delante 'Fuego amigo', de los días 1999 y el 2000. Entre medias se me ha quedado 'Mentiras verdaderas', que recuperaré entre mis próximas lecturas, si todo va bien y no se dispara su precio en las librerías de viejo de Internet, como ha ocurrido, uno no sabe por qué, con 'Dominio público' (2003), que anda por encima de los 150 euros, o alguna otra entrega que no se encuentra a un precio razonable, que hasta ahora uno ha puesto en los ocho, diez euros.
La novedad, como bien podía esperarse de un profesor de Literatura, son las diez primeras páginas dedicadas, a la manera de Andrés Trapiello y sus primeros prólogos a su 'Salón de pasos perdidos', a su manera de entender el género del diario íntimo y que cualquiera puede leer como una contestación. Así, su crítica al uso de las iniciales: “Las iniciales sólo se justifican en un diario cuando cumplen una función estética: jugar con la complicidad del lector permitiéndole adivinar el nombre, por ejemplo, o convertir a la persona concreta a la que se alude en un arquetipo. En otro caso, no son más que tachones de la autocensura. O simples torpezas” (Página 11).
O cuando se refiere a los dos tiempos de la escritura de un diario, correspondientes al momento en que suceden los hechos y el momento en que se revisan para su publicación: “Cuando el diarista maquilla el pasado desde el conocimiento del futuro (atenúa, por ejemplo los elogios a un escritor antes amigo y ahora enemigo), nos da unas memorias disfrazadas de diario; comete una pequeña estafa intelectual que casi siempre va acompañada de un error estético” (Página 12).
Una preceptiva del diario que acota el género pero que sobre todo marca los gustos del escritor de diarios:
“Un diarista sólo puede fantasear si sus fantasías aparecen señaladas como tales. Las libertades que ciertos periodistas se toman con la realidad no le están permitidas al diarista. Si a un soneto le añadimos diez versos y le quitamos la rima, quizá se convierta en un poema mejor, pero deja de ser un soneto. Francisco Umbral nos cuenta en uno de sus libros que, en los años sesenta, visitó en Londres a Luis Cernuda: afirmaciones notoriamente falsas convierten el diario en que aparezcan en un falso diario” (Página 13).
“Hay escritores menores, pero no hay géneros menores: un buen diario vale más que cien novelas mediocres, y al revés” (Página 16).
“Detesto los diarios; es el género preferido por los chantajistas y los resentidos, me dice un amigo. ¿Por los chantajistas? Tú ves muchas películas; en cualquier caso los diarios de los chantajistas son de los que no se publican nunca: perderían su eficacia. ¿Por los resentidos? Es posible. Pero también por los que aman la verdad del día al día, el espesor del tiempo no falseado por la memoria” (Página 16-17).
Como en casi todos los anteriores, el autor se queja y duda de seguir publicando estos diarios, alguien con la misma sinceridad de la que hace gala, le recuerda su condición de diarista y los límites a los que al fin y al cabo también su sinceridad se va a ver sometida: “¡Qué hipócrita eres! –me dice mi habitual interlocutor salmantino-. Si de verdad no quisieras publicar tu diario, no lo publicarías y en paz. Nadie te obliga a ello. Tú mismo te creas la obligación porque te divierte contar cosas que todo el mundo sabe pero que nadie cuenta. Lo que no se te ocurrirá será contar algunas de las cosas que yo te he contado, esas sí que no las sabe nadie más que tú. Espero que no traiciones mi amistad” (Página 68).
Y, además de esa mezcla de chismes del mundillo literario y obsesiones personales varias que el escritor colecciona y que le han hecho célebre, de vez en cuando aparece algo como lo que la poesía nos recuerda:
“¿Escribo poemas? Cada vez más de tarde en tarde. La poesía, al menos la mía y la de los poetas que a mí más me interesan, habla de cosas de las que preferiría no hablar. Hace tiempo que he dejado de preocuparme el que pase meses y meses sin escribir un poema; ni siquiera me preocupa demasiado la posibilidad de no volver a escribirlos nunca más. A cierta edad uno no quiere ser poeta, se conforma con ser feliz. Y la poesía nos recuerda todo aquello que nos impide, que nos impedirá siempre, conseguirlo” (Página 193).
Y en la sección castellano-manchega, una carta que recibe de “uno de tantos Savonarolas como hoy en día se dedican a predicar contra la corrupción del medio literario”: "Me cabrea quedarme con el accésit del Rafael Morales (después de que me filtren que lo he ganado) y que se lleve el gato al agua Luis López Anglada (amiguete a la sazón del tal Morales y de Benito de Lucas)” (Página 173).
Para rematar, dos apuntes sobre él mismo que rematan el libro. El primero, propio: “Lo bueno de vivir solo es que no tienes que discutir con nadie; lo malo de vivir solo es que no tienes nadie con quien discutir”. Y el siguiente, ajeno: “Suena el teléfono. ¿Conoces lo que Joaquín Dicenta dijo de Luis de Bonafoux, uno de esos escritorzuelos que en su tiempo buscaron la fama enfrentándose a gente que valía mucho más que ellos? ¿No lo conoces? Pues te lo voy a leer: 'Se trata de una mala persona, un temperamento agresivo, hiriente, rencoroso, tan pronto al odio como refractario al perdón, e inabordable al olvido; no hay reputación que no ponga en el punto de sus crueles y despiadados chistes; burlándose de todo, no cree en nada, ni en el amor, ni en la amistad, ni en la honradez, ni en el talento'. Es exactamente lo que yo pienso de ti. Y no soy el único”. (Página 198)
José Luis García Martín. Todo al día. Ed. Llibros del pexe. 1997. 200 páginas. 9 €.