Cospedal, entre Mariano, Soraya, Cifuentes y la escalera
Antes de que la URSS acabase siendo la Rusia de Putin, Moscú estaba lleno de kremminólogos. Interpretar correctamente el puesto que un desconocido hombre del aparato del PCUS ocupaba en un entierro podía significar averiguar el cargo que le caería en la próxima reunión del Politburó. Casi nunca, ni los los más reputados especialistas, eran capaces de dar una en el clavo, y luego resultaba que el que llevaba la primera anda del féretro del muerto acaba congelándose en Siberia, por mucha vela que hubiera llevado en el entierro. Además, de vez en cuando a la apuesta segura le borraban simplemente de la foto y resultaba que había acabado su meteórica carrera política de conserje en una fábrica de tubos de hormigón para desagües. Para llegar a dominar los arcanos de la Santa Sede no basta con un máster de esos de todo a cien. Vaticanóloga con experiencia era la añorada y entrañable Paloma Gómez Borrero, y que uno recuerde ni una vez acertó en la elección del Papa, desde Montini a Bergoglio, pasando por Luciani, Woytila y Ratzinger. Con los marianólogos, que es la especialidad en la que desde hace ya dos legislaturas se afanan un par de docenas de periodistas repartidos entre la Carrera de San Jerónimo y la Moncloa, pasa un poco lo mismo. Además, don Mariano Rajoy Brey es gallego, que es algo que añade una dificultad a tener que aprender ruso o a saber interpretar el color de los birretes bajo el sol de Roma.
El otro día don Mariano destapó la caja de los adjetivos y envolvió a su secretaria general en uno de esos papeles de regalo en el que al final todo es papel y todos son cintas de colorines: “Magnífica secretaria general, estupenda ministra de Defensa, espléndida presidenta de Castilla-La Mancha y enorme valor para el Partido Popular en esta comunidad y en toda España... Aún no estamos en las candidaturas, pero ella sería sin duda la candidata ideal”.
La cosa vista así, sin más, y a ojo de humilde cubero que escucha al presidente de un partido, parece blanca y en botella; pero amigo lector, está por medio don Mariano y ni el más avezado de los marianólogos sería capaz de leer las entrañas del pájaro que acababa de desplumar, para honor, loor y pavor de su secretaria general. Y digo lo de pavor, porque la marianología dice en su capítulo III que cuando salen a relucir los adjetivos encadenados como si del Diccionario de Julio Casares se tratara hay que tentarse la ropa.
Por lo pronto, Dolores de Cospedal, magnífica, estupenda, espléndida y enorme, dicen que no lo ve. Y dicen que dicen que la mano de Soraya está detrás del pasapalabra encadenado del Mariano gallego en su estado más puro de gallego genuino y estupendo. De lo cual uno, como le pasa a mi señorito de este papel, Eusebio Cedena, no sabe si el máster en marianología que creía tener está homologado por la Complutense de toda la vida o es uno de esos másteres ful que las noventa y siete universidades españolas prestigian con su buen hacer y ejemplo. Lo único claro es que doña Dolores de Cospedal ha visto un gallego en una escalera.