Gregorio Prieto y la fotografía
Cualquiera que pase por Roma hasta el 9 de junio puede acercarse al Gianicolo y allí en la Real Academia de España puede contemplar una exposición de fotografías que tienen como protagonista al valdepeñero Gregorio Prieto (1897-1992). Cualquier mínimo conocedor de la ciudad sabe que, aunque sólo sea por contemplar el templete de Bramante dentro de uno de los patios de lo que fue convento franciscano con el nombre de San Pietro in Montorio, merece la pena. Desde 1873 allí está la sede de la Real Academia de España en Roma, una de las pocas cosas que podemos agradecer a la I República Española y al que fuera su breve presidente don Nicolás Salmerón.
Por la Real Academía de España han pasado desde entonces cientos de artistas, escritores e intelectuales españoles de unas cuantas generaciones becados mediante una estancia en una ciudad que se consideraba imprescindible para la formación de cualquiera. Ya se sabe que el “tour” europeo, pero principalmente italiano, lo inventaron los ingleses como el postgrado que cualquier universitario o persona que se considerase culta debía realizar al menos una vez en la vida. El pintor Gregorio Prieto estuvo becado entre los años 1928 y 1933, coincidiendo allí con unos cuantos de la generación del veintisiete y en la última etapa, ya en periodo republicano con la persona que ejerció como director, que no era otro que Don Ramón María del Valle Inclán y Montenegro. ¡Casi nadie al aparato!
Allí también se hicieron la mayoría de las fotografías de esta exposición que la Fundación Gregorio Prieto de Valdepeñas ya organizó hace unos años en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid y que tienen a Gregorio Prieto, no como fotógrafo, sino como modelo del fotógrafo Eduardo Chicharro Briones en una serie de poses a lo largo de la ciudad eterna en las que continuamente se mezcla la admiración por lo clásico con las vanguardias artísticas del momento. Otras de las fotografías expuestas fueron tomadas ya en el exilio, siguiendo los mismos patrones a los que se añaden collages, y las nuevas tendencias entre las que empieza a despuntar lo que acabaría en el pop-art, relizadas digo, por el escultor hispano inglés Fabio Barracloug.
En todas las fotografías Gregorio Prieto aparece semidesnudo rodeado de estatuas grecolatinas, como es el caso de la que sirve como cartel de la exposición, vestido de marinero en algún rincón clásico de Roma o en un retrato de primer plano con la cara y las comisuras de los labios invadidos por esas moscas que pululan por los cuadros de Salvador Dalí y que se jactaba de atraer con sus bigotes untados de miel para acabar atrapadas por su boca.
Nunca es mal momento para recordar a uno de los grandes artistas de la tierra, y mucho más cuando el enfoque de una exposición como la de Roma aporta a su biografía aspectos que enriquecen una trayectoria vital tan plena de arte como la del gran Gregorio Prieto. En la web de la propia fundación puede el lector interesado obtener una información más completa.