Arquitecturas lógicas que cambian ciudades. ¿El arte para qué?
Al césar lo que es del césar. Agustín Conde impulsó una obra que ha tenido una repercusión fundamental en la vida de los habitantes de Toledo; José Manuel Molina se encargó de llevarla a buen término. Hay un antes y un después en la movilidad de los toledanos y de los miles de turistas que visitan Toledo, tras las escaleras mecánicas del Paseo de Recaredo. “Una pieza que cambió la ciudad”, algo que recordaban con justo orgullo los autores del proyecto en la entrega del Premio Nacional de Arquitectura 2016 a toda su obra, los arquitectos José Antonio Martínez Lapeña y Elías Torre Tur.
Y es que las escaleras mecánicas de Recaredo han sido un ejemplo vivo que se muestra en todo el mundo y que ha servido para impulsar proyectos parecidos en muchas ciudades con los problemas de accesibilidad que tiene Toledo. En ella misma fue la constatación de una obra lógica que mejoraba la vida de sus habitantes y que ratificaba que el camino elegido era el correcto.
Y es que demasiadas veces en aquella España milagrosa del comienzo del siglo, cuando parecía que el crecimiento no tenía fin, más de un alcalde y de un presidente de comunidad se vio deslumbrado por lo que algunos han llamado el síndrome Gugenheim, o lo que es lo mismo, la creencia de que con proyectar un edificio o una obra singular, como fue el feliz caso del museo bilbaíno, se podía transformar la dinámica de toda una ciudad. Por ahí andan unos cuantos puentes cargados de retórica arquitectónica que no llevan a ninguna parte y edificios que no sirven para contener nada más que el vacío de sí mismos. Era una arquitectura pensada como esa ropa de diseño en la que no importa donde se ponga la bragueta a un pantalón, siempre que ese pantalón levante una exclamación ante el público en una pasarela. Lo de menos es el principio básico de funcionalidad con la que abrieron la modernidad los padres de la arquitectura del siglo XX.
Las escaleras de Recaredo, como las de Safont y las del Palacio de Congresos que han vennido después, ante todo son arquitectura que mejora la vida de los habitantes y que se integra en una ciudad histórica con el decoro, el respeto y la calidad que debe tener cualquier obra que se incorpore al poso histórico de ella.
La “pieza arquitectónica” que se incorporó a Toledo, ligada a los ayuntamientos de Conde y Molina y a la sensibilidad y la sabiduría artística de Martínez Lapeña y Torre Tur es un ejemplo a nivel mundial del que los toledanos, además de disfrutar cada día, deben sentirse muy orgullosos. Cada vez que subo por ellas y miro hacia dentro o hacia fuera me siento mejor. No sé porqué. Quizá sea porque gozo de una obra que me explica con la elocuencia de los hechos para qué sirve el arte.