Azaña en la Jara
Gracias al amigo y colaborador de este papel digital, Isabelo Herreros, la Asociación Manuel Azaña tiene su sede, su archivo y su biblioteca en Talavera. Para ello se han tenido que dar unas cuantas circunstancias favorables. Isabelo es de la tierra, vive en Pelahustán; Alcalá de Henares, la ciudad natal de don Manuel Azaña, no fue capaz de concretar un proyecto que convenciera a la Asociación, y por fin, el mercado inmobiliario en Talavera puso todo a favor para la adquisición de un local muy adecuado y a precio razonable en la calle de La Corredera del Cristo, en pleno casco histórico.
Uno, bromea siempre con Isabelo con aquello de que él es un azañista de izquierdas, mientras yo me considero más azañiano, que no azañólogo, ni azañista, de derechas. Sin ninguna duda el mejor Manuel Azaña es el diarista que escribe cada noche con los acontecimientos calientes o cuando aún se están produciendo, como es el caso de aquellas jornadas de la “sanjurjada” cuando escribe mientras resuenan los tiros en los alrededores del Ministerio de la Guerra en Cibeles. Nunca el escritor que siempre pretendió ser alcanzó un logro mayor, literariamente hablando, que aquellas páginas a los que se dio el equívoco título de “Memorias políticas y de Guerra”, un monumento a la diarística y al bien escribir.
El otro día en la inauguración de la sede, Eusebio Cedena recordó ese Manuel Azaña escritor y testigo de su tiempo, y el amigo Herreros trajo uno de esos textos sobre Cataluña que prodigó don Manuel y que parecía escrito anteayer. Primero como Jefe de Gobierno y luego como Presidente de la República sufriría a los nacionalistas, tal como hoy los sufrimos la mayoría de los españoles.
Con Talavera sobre todo con La Jara y Puente del Arzobispo, don Manuel mantuvo siempre una relación especial porque no en vano su carrera política comenzó por estas tierras en las filas del Partido Reformista de don Melquiades Álvarez en las campañas electorales de 1918 y 1923, cuando intentó ser diputado y se estrelló contra la red clientelar de César de la Mora, yerno de don Antonio Maura y padre de la célebre Constancia, y Francisco Leyún. En esta segunda campaña haría su aparición un personaje que se convertiría en su perseguidor en los meses de exilio en Francia, el embajador Félix de Lequerica.
Por los diarios desfilan gentes de la Jara que desde aquellos años se convertirían en seguidores de don Manuel como es el caso de Ildefonso Ávila de Torrico, Alberto Moreno de Valdeverdeja, la tía Cristeta de Los Navalmorales o Martí Jara, un catedrático de la Normal de Toledo, oriundo de Santander con propiedades en aquellas tierras. En Talavera, Fernández Sanguino, Felipe Ernesto Díaz Sánchez o Francisco Valdés Casas, y en Toledo, Luis de Hoyos, Félix Urabayen y Vegue Goldoni son nombres ligados a su figura.
La figura de Manuel Azaña estará siempre ligada a ese final del discurso del 18 de julio de 1938 en el Ayuntamiento de Barcelona: “…Paz, piedad, perdón” tan necesario siempre y más en alguien que se autodefinía ante todo como “un intelectual, un burgués, un liberal.” Muchas gracias amigo Isabelo por tu regalo a una ciudad que necesita muchos.