Patrimonio cultural a patadas
En todas partes se cocieron habas en esto de la destrucción del patrimonio. Es un triste consuelo para gentes como las de Talavera que cuando se ponen a llorar sitúan en primer lugar de sus lloros la aniquilación que se llevó a cabo con buena parte de su patrimonio monumental. Ahora me entero por una noticia de La Tribuna de que hace ciento treinta y cuatro años un ayuntamiento de Toledo se llevó por delante el hospital de Santiago, una joya mudéjar del siglo XII de la que sólo queda la portada rematada por Santiago matamoros en un edificio de la Cuesta de las Armas. Triste consuelo. También los de la capital se quitaron de en medio uno de esos “estorbos que se oponían al progreso”, por el expeditivo método de volarlo mediante una explosión controlada. Corría el año de 1884 y no sé, si por entonces, como ocurrió en Talavera cuando decidieron apartar el estorbo de la Puerta de Cuartos o el Arco de San Pedro, presidía la corporación municipal uno de aquellos republicanos federales de los de Pi y Margall tan dados a allanar obstáculos al futuro.
Siempre se dice que en Toledo y Cuenca, las dos ciudades monumentales de nuestra región con permiso de Guadalajara, la conciencia del valor patrimonial vino dada por la llegada de los primeros guiris que cambiaron el tour italiano, algo que se consideraba el master fin de carrera para un gentleman que se preciara, por la vuelta a la España que George Borrow, Richard Ford, Washington Irving o Prosper Mérimée se habían encargado de difundir. Aquello para muchos fue, más que un viaje de estudios, una aventura extrema en la que el bandolero asaltacaminos cotizaba al alza. Ellos escribieron, pintaron o compusieron música y contribuyeron como nadie a mostrar al indígena el valor de lo que tenían delante de sus narices y nunca habían valorado. Había nacido el turista cultural y la conciencia de que si venían a Toledo era por algo que entonces llamaron tipismo.
El turismo es hoy el principal argumento de defensa del patrimonio. Las ciudades y los pueblos suspiran por mantener lo que tienen y agregar todo lo que pueden. Pero hay que tener la conciencia de que no siempre fue así y que la conservación del patrimonio muchas veces vino por vías insospechadas.
Un ejemplo de conservación involuntaria de patrimonio son las murallas del primer recinto que circunda el cuerpo de la villa de Talavera. Las torres albarranas, los restos de foso y de barbacana se salvaron de la destrucción y llegaron casi intactos a nuestros días gracias a una operación de privatización de un espacio que había perdido su sentido defensivo, llevado a cabo por unas cuantas corporaciones municipales durante el siglo XVI. Gracias a esa ocupación por comerciantes y maestros de oficios diversos a lo largo del recorrido de la muralla por Carnicerías, Plaza de la Villa, Corredera del Cristo, Charcón, San Clemente, han llegado hasta nosotros envueltas en una cápsula de tiempo que durante el último cuarto del siglo XX se ha ido desvelando y llega hasta nosotros. A veces, también en patrimonio, se escriben líneas derechas, con renglones torcidos… O lo que sea. Amén.