Una frontera en Madrid
Una de las trampas que nos deja la pandemia del coronavirus es pensar que el otro es el que nos infecta y nos trae los males. En el mundo rural de nuestra región que vive la desescalada se da mayoritariamente por hecho que en “cuanto abran Madrid” los rebrotes están asegurados. El “madrileño” se ha convertido en sospechoso porque también se da por hecho que nosotros, resguardados por las fronteras autonómicas, ahora mismo estamos a salvo. Ya se sabe que los contagios, como los piojos o los golpes con el coche, siempre te los dan a ti, pero tú nunca los pegas, y en esos mecanismos mentales tiene el nacionalismo uno de sus más profundos viveros.
Uno de los mayores triunfos del nacionalismo centrífugo, surgido en el curso del desarrollo del título VIII de la constitución del setenta y ocho, ha sido trasladar la propia dinámica de reivindicación y diferenciación a todo el territorio español. La nación española, el concepto de España, ha sucumbido ante la ideología nacionalista del terruño y el todo por diecisiete. Y me temo que esta crisis no ayudará en el sentido contrario, que no es ni más ni menos que el de un mundo abierto y sin fronteras. Los enemigos de la libertad claman contra la globalización y añaden a los grandes males la pandemia del 2020.
Una estadística del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agencia Urbana (uno de esos pomposos nombres con que se han bautizado uno de los veintitrés ministerios con que se justifica la “gobernanza” de Sánchez), acaba de sacar a la luz una estadística que puede ser muy ilustrativa de cómo los españoles pretendemos vivir en el territorio de España.
Cuando un castellano-manchego compra una segunda vivienda lo hace muy mayoritariamente en el propio territorio de la comunidad: setenta y cinco viviendas de cadaa cien. Luego el otro veinticinco por ciento se compra mayoritariamente en la Comunidad Valenciana y en Madrid.
Pero lo más significativo es la cifra de madrileños que compran una segunda residencia en alguna provincia de Castilla-La Mancha. Casi cinco mil madrileños adquirieron el año pasado su segunda residencia en nuestra comunidad sobre treinta mil compras totales y sólo superada por el tirón de las costas de Andalucía y la Comunidad Valenciana. Cualquiera ante esas cifras, hace solo unos meses estaría feliz de comprobar que mucha gente quiere vivir donde tú vives. Hoy se pone en duda. La frontera mental parece imponerse a aquella irradiación de bondad y solidaridad de los aplausos y los balcones musicales.
Mientras que la constitución no se modifique y se manden a la basura dos derechos fundamentales, como el derecho a la propiedad privada y el derecho de cualquier español a establecerse en cualquier parte del territorio nacional, lo único que puede pedirse a cualquier español es el cumplimiento de la ley. La madrileñofobia es el huevo de la serpiente.