Las “performances” son más viejas y más básicas que un citroën dos caballos. Se inventaron con dos objetivos básicos: provocar y alcanzar la notoriedad y la fama que no se es capaz de conseguir de otra manera. Un grupo de presuntos actores se ponen en pelotas en plena calle y tratan de que la gente que pase los mire y se escandalice, pero como ya casi nadie se escandaliza por nada se le añade al espectáculo un toque de burla religiosa. Un ingrediente que casi siempre asegura el que alguien entre al trapo, aunque solo sea para pedir respeto o señalar el mal gusto y la vulgaridad de la presunta función.
El otro día en Cuenca un grupo, por lo que se ve en las fotos mayoritariamente compuesto por presuntas actrices, se dedicó a enseñar el culo delante de unas cuantas iglesias de la ciudad presididas por otra presunta actriz ataviada de virgen, y allí acabó todo pese a sus ímprobos esfuerzos por provocar una convulsión en la ciudad o que alguien, herido en sus sentimientos, se rasgara la vestiduras, se escandalizara y llamara a la ciudadanía a una rebelión o a una nueva cruzada contra los infieles… Nada, no pasó nada. El obispado, con buen criterio, no entró al trapo y simplemente llamó la atención “por la falta de respeto a lugares emblemáticos de Cuenca” y se limitó también a señalar el “mal gusto y la vulgaridad del espectáculo”. Una llamada de atención sobre la educación de los participantes y un juicio estético. Nada de anatemas ni condenas al infierno. Nada…
Y es que el teatro de protesta callejero hay que hacerlo en aquellos lugares en los que a buen seguro una actuación encontrará un ambiente, un público y unas autoridades religiosas dispuestos a la participación que se pretende. En el mundo occidental, en el que hace muchos años los Estados se separaron de las iglesias y se impuso una sociedad laica, nadie va a reaccionar más allá de lo que la sociedad conquense se ha manifestado en estos días.
Está claro que si este grupo de presunto teatro quiere redimir a alguien de la fuerza y la esclavitud de la religión, del patriarcado y de la teocracia que aplasta a una sociedad se ha equivocado de lugar. Aquí en Cuenca, afortunadamente, como en tantos países occidentales, esas presuntas cadenas contra las que luchan están superadas. El mérito es irse a cualquiera de esos países confesionales en los que se confunde religión y política y enseñar el culo.
Allí harán una buena obra, que uno, defensor de la libertad de expresión, aplaudiría con todas mis ganas. Aquí, en Cuenca, enseñar el culo no tiene mérito. Esos cojones en Despeñaperros, que le dijo Caracol el del Bulto a la locomotora, cuando le soltó un chorro de vapor en Atocha.