En Pelahustán, un bonito pueblo de la Sierra de San Vicente, el amigo Isabelo Herreros ha perpetrado uno de esos pactos contra natura que tan mal se ven desde las direcciones urbanitas de los partidos. Isabelo Herreros es uno de los dirigentes históricos que intentó en la Transición la resurrección de la Izquierda Republicana de don Manuel Azaña y hoy vive en Pelahustán, desde dónde dirige la asociación que lleva el nombre del que fuera el segundo y último presidente de la II República Española, con sede en la cercana Talavera. O sea, un hombre de izquierdas de toda la vida, que ahora en su pueblo ha impulsado una formación política para intervenir en la vida del municipio y que ha cometido el pecado, a ojos de los fundamentalistas, en este caso de izquierdas, de entregar la modesta alcaldía al joven aspirante del Partido Popular.
Afortunadamente “Pelahustán Existe”-así se llama la formación- no tiene ni Dirección Provincial, ni Regional, ni mucho menos nacional, porque si así fuera el buen republicano histórico que es Isabelo, ya andaría por la maroma de la reprobación y la expulsión, partidista que es como normalmente acaban estos casos, como puede comprobarse en un par de ejemplos en municipios de cualquiera de las provincias de la región, que se han permitido hacer aquello que les pedía el sentido común y el sentimiento de que en los pueblos, con las excepciones que siempre confirman la regla, lo que se hace es votar a las personas y no a los partidos.
Isabelo ha sufrido durante años en sus carnes el talante “dialogante” y “abierto” del alcalde de izquierdas de toda la vida y no ha tenido ningún complejo para ponerse de acuerdo con un joven cachorro de la derecha para hacer lo que considera mejor para su pueblo. Tan fácil como eso, aunque a veces tan difícil de ver desde la lejanía de las ciudades y las dinámicas políticas partidistas.
A Isabelo, su antisectarismo nunca le hubiera sido perdonado en uno de esos partidos tradicionales, ni en ningún otro que no funcionara como Pelahustán Existe. Hace días que estaría en la calle y formando el partido de sí mismo para seguir en el Ayuntamiento de su pueblo.
Pero es que Isabelo ha entendido que en los pueblos, “encestarse” y “encalabazarse” en el discurso de los blancos y los negros, los rojos y los azules, los buenos y los malos, tiene muy poco recorrido y no lleva a ninguna parte.
Isabelo Herreros, el hombre de Izquierda Republicana de toda la vida y que morirá como don Manuel Azaña, con su bandera tricolor encima, ha dictado una lección para los que viven en una gran ciudad y que sabe muy bien cualquiera de los que vivimos en un pueblo: aquí importan las personas y todos nos conocemos.