Capilla Sixtina

Canción de optimismo moderado

8 mayo, 2018 00:00

Saludemos a mayo y entonemos canciones de moderado optimismo, aunque no sepamos por qué. Tal vez sea porque nace un niño, o porque en ocasiones llueve y, en otras, sale o se pone el sol. Por qué vivimos. Hace cincuenta años, en un mayo como el de ahora, el mundo parecía al borde del hundimiento. En Francia, en protesta por una Universidad de mierda, Nanterre, los estudiantes tomaron las calles de París, montaron barricadas, organizaron la resistencia. La Bastilla caería. Se asemejaba a la revolución burguesa del siglo XVIII, sólo que sin cabezas nobles que cortar. En la jerga marxista-leninista sólo se necesitaba, para que la rebelión triunfara, que se sumara a la revuelta  el proletariado. Sí confluían en el proyecto obreros e intelectuales, el éxito sería incuestionable. Maoístas y anarquistas sostuvieron que el Partido Comunista Francés tuvo miedo de asaltar los cielos y frenó la ruptura. La Unión Soviética quedaba demasiado lejos para resistir las embestidas del capitalismo, superadas las sorpresas iniciales. En Checoeslovaquia comenzaba la Primavera de Praga. Unos meses más tarde, los tanques de la URSS copaban las calles de la ciudad. En Norteamérica, alumbraba una nueva izquierda. Defendía el fin de la invasión de Vietnam y el pacifismo. Precisamente en Vietnam, en la ofensiva del Thet, el mayor ejército del momento sufría la mayor derrota posible. El “Sistema”, se mirase como se mirase, no daba para más. Se produciría un gran desorden bajo el cielo y el estrépito de la ruptura sería semejante al que suponemos se produjo cuando la Atlántida fue tragada por el mar de un bocado. En realidad, era más lo que imaginábamos que lo que sucedía. El cataclismo no se produjo, los análisis quedaron en el aire, el malestar de la sociedad tomó otros rumbos y descubrimos que cuanto ocurre importante en el mundo lo hace sin ruido, sin enterarnos.

En 2018 se cumplen cincuenta años de otros acontecimientos. De la declaración universal de los derechos humanos, del asesinato de Luther King, de la Revolución Cultural China, de la crisis de la utopía en Cuba, de la matanza de Tlatelolco en Méjico, de los movimientos de San Francisco, del sueño improbable de la imaginación en el Poder.  Las rebeliones de primavera se difuminaron por la realidad obtusa del verano. El mayo francés se convirtió en una leyenda en la que estuvieron todos los  universitarios españoles. Es lo que algunos cuentan. Tal vez tenían razón. La humanidad siempre ha estado presente en los acontecimientos fantásticos. Estuvo en la caída de Troya; cuando las tribus bárbaras asolaron Roma; cuando Constantinopla pasó  a manos de los turcos. En cambio, no estuvo en la posguerra, de exilios interiores y exteriores, tras la cruenta Guerra Civil española. No estuvo en las deportaciones de judíos a los campos de exterminio, ni en las persecuciones en China, ni en las muertes en los Gulags. Como no participó del terrorismo de ETA que anuncia, con  descaro espeluznante, el final de un ciclo histórico, en lugar de años de violencia estéril. Organizaron un sufrimiento irracional e intentaron con el asesinato, la extorsión, el atraco y el horror que la democracia no triunfara en España. Al fin y al cabo, saltar por los aires o un tiro en la nuca a  algunos les parecía romántico y heroico. Como si el terror y las guerras fueran hexámetros de una epopeya clásica qué recitar en las noches de luna, amarilla, roja o diamantina. Por ese espíritu humano, tan contradictorio, alucinado y olvidadizo, practiquemos un optimismo moderado. Entonemos canciones que cuenten las crisis de los tiempos. Saludemos el mayo presente, porque mayo del 68 nunca estará tan cerca, tan lejos.