Mecánica del consenso
Hay momentos en los que se magnifican las palabras. Los significados, reales o atribuidos, lo resuelven todo. Una de esas palabras, engrandecida, primero, denigrada después, para volver a ser ensalzada en el presente, es la palabra “consenso”. En los años de la Transición el concepto “consenso” sirvió como palabra mágica. Derribó obstáculos, abrió puertas, superó siglos de historias aciagas y situó al país en una Europa, entonces progresiva, moderna y en expansión. España, por el esfuerzo del “consenso”, salía de sus aislamientos ensimismados en los que vivía desde siglos pasados. Y lo hacía, precisamente, cuando las transformaciones eran más veloces. El “consenso” de esa época fue una obra de ingeniería política, de orfebrería histórica. El logro de unos ciudadanos que sentían cercanos aún el aliento fétido de la guerra y los desastres de la posguerra.
Hace pocos años, coincidiendo con la aparición de populismos diversos, el “consenso” y la transición empezaron a ser cuestionados. Había sido una chapuza, una claudicación ante los herederos de la dictadura. El “consenso” había dificultado alcanzar los brillos de una democracia utópica. Entre esos logros se encontraban los territorios, convertidos en nación, que buscaban vivir con sus propios recursos, confederados o no, con los otros territorios que forman la Península Ibérica. Un invento que devolvería a la Península a los tiempos gozosos de la Edad Media. Cuando los reinos eran felices y conquistadores. En consecuencia, había que revisar los años del “consenso” desorientado. Ante el foco de las nuevas visiones, la transición había sido un fiasco y una derrota de la verdadera izquierda. En ese debate estábamos, aunque se iba atenuando en la medida que el populismo de izquierdas perdía fuerza, cuando se ha producido un cambio de gobierno, mediante moción de censura que de momento promete aunque se ignora cómo terminará. El nuevo gobierno, presidido por el Sr. Sánchez, no dispone de una mayoría suficiente, por lo que tendrá que buscar afanosamente el “consenso” entre los que apoyaron la moción de censura y los que no. ¿Lo conseguirá para todos su proyectos? ¿No lo conseguirá y nos adentraremos en un escenario de bloqueo? En Podemos ya anuncian un otoño caliente. El ensayo se ha producido con un asunto menor: la elección de un consejo provisional para la televisión pública. Como se ha podido comprobar, el “consenso” será más complicado de lo que es posible imaginar.
El “consenso” se construye cuando los protagonistas quieren coincidir en un mismo proyecto. En ese caso, la mayoría de los actores ceden parte de sus planteamientos para conseguir un resultado diferente. ¿Sucederá con los proyectos trascendentes para la sociedad? No parece. El mayor movimiento duro, durísimo, procederá del PP, una vez superada su situación actual. Aún así ya se nos anuncia -tal vez no se mantenga– una de las líneas de ataque: contra Europa. PP y Cs, es decir, la derecha, han pedido al gobierno que se posicione contra uno de los elementos básicos de la Unión Europea: Shengen, la libre circulación de las personas. ¿Va tomar la deriva antieuropea la derecha española, siguiendo el modelo de Italia? La derecha no va a ceder lo más mínimo para demostrar el fracaso de Sánchez. La cuestión es: ¿Qué harán el resto de partidos? ¿Apoyarán un gobierno de Sánchez antes que afrontar unas elecciones generales? En un Parlamento tan atomizado cada voto costará sudor y esfuerzos. Un calvario, según Iglesias. Cuando uno no quiera votar, no votará, se hagan las cesiones que se hagan. O se pedirá la luna. ¿Podrá Sánchez conseguir la luna para obtener un “consenso” como el de la transición? Por ahora, todo son expectativas.