Puede ser un día tranquilo en el Caribe, de un mes cualquiera, de un año cualquiera de la segunda mitad del siglo XVII. Desde la Isla de las Tortugas varias goletas se preparan para su dedicación estacional: atacar las flotas que atraviesan el mar, atestadas de metales preciosos y provisiones o incendiar y saquear los puertos donde se almacenan las mercancías.
Obstruyen los flujos del comercio que se desarrollan entre España y las Indias. Hunden naves, destruyen asentamientos y fortalezas y regresan con el botín a sus refugios en los dédalos de las Antillas. Se les conocerá con el nombre de “filibusteros”. Pueden ser franceses, holandeses o ingleses que han sido empujados al Nuevo Mundo desde sus países de origen para sanearlos de malas gentes. Son los pobres, los presidiarios, los que ensucian las calles de Londres o se amotinan en los barrios de París. Partirán de cero, empezarán otra vida, les han prometido.
Pero cuando llegan descubren las rudezas y peligros de los campos inmensos o de las selvas infectadas. Los más audaces eligen un camino arriesgado, pero más productivo: desarbolar las flotas y las infraestructuras del Imperio español. Nadie les condenará. Al contrario, se estimulará en las cancillerías sus correrías corsarias o piratas. Esta forma de actuar se trasladará a la Política moderna con otras maneras, pero con idénticos objetivos: obstruir.
Por filibusterismo “se entienden las tácticas que se emplean en las asambleas políticas u otros cuerpos deliberantes para impedir o retrasar acuerdos y proyectos, aprovechando cualquier oportunidad”, según algún diccionario. En España, cuando no gobierna la derecha, se dedica al filibusterismo. Pero no solo obstruye en el Parlamento de la Nación, también en otras instituciones. En tiempos recientes se ha ampliado a la Justicia y se ha trasladado a la Unión Europea.
Ahora ya es filibusterismo total. El Sr. Casado admitía haber visitado en el otoño pasado a líderes y países de la Unión para pedir que los fondos destinados a superar la crisis de la pandemia no lleguen a España. Y anunció que lo volverá a hacer. Es su forma de entender el patriotismo. EL Sr. Rafael Arias Salgado llamaba “bendito “hijo de puta” a Mark Rutte por obstaculizar los recursos destinados a España”. La excusa para este comportamiento es que los socialistas quieren controlar la Justicia.
Pero en la misma reunión el locuaz Arias Salgado declaraba de forma más sutil el control de la justicia que ejerce la derecha: “Como saben que no tienen ascendencia sobre la principal asociación de jueces, si se produce una elección directa porque la mayoría son de la conservadora APM, su única manera de introducirse en el poder judicial es de esta manera”. La manera que proponen los socialistas es renovar el Consejo del Poder Judicial, el Tribunal Constitucional y otras instituciones con las leyes de los gobiernos del PP por la que la derecha tiene mayoría en esas instituciones que se niegan a renovar.
Su obstrucción ha creado un estado de bloqueo de las instituciones del país, y los jueces se han sumado al filibusterismo de la política. Emiten sentencias absolutorias sobre corrupciones de políticos de la derecha; interfieren en las medidas del gobierno de lucha contra la epidemia o construyen dictámenes atiborrados de discusiones teóricas en las que se cuestiona al gobierno o se recuperan planteamientos de la dictadura. Obstruir y deteriorar, incendiar los ánimos de los ciudadanos en nombre del monopolio de un patriotismo excluyente. Termina este artículo volviendo a la Historia como comenzó. Esta vez al siglo XVIII, donde encontramos la luminosa frase del inglés, Samuel Johnson, quien enunció “que el patriotismo es el último refugio de un canalla”