En esta “primavera cultural” que se ha presentado en Toledo, los visitantes podrán adentrarse en el siglo XIII con la exposición sobre Alfonso X, organizada por el Ayuntamiento. Cuando terminen el recorrido podrán trasladarse a comienzos del siglo XVI para presenciar cómo la nueva pintura, que se estaba haciendo en Flandes y en Italia, llegaba a España a través de Juan de Borgoña. Si después se trasladan al edificio de Santa Fe contemplarán, además de la oferta permanente de CORPO, los trabajos del fotógrafo Juan Ballester sobre la interrelación entre Mondrian y Malevich. Y, por último, podrán culminar el paseo cultural en el “jardín de esculturas” que muestra piezas desde Oteiza a Alberto Corazón. Habrán realizado un viaje desde el XIII hasta el XX sin haber tenido que hacer grandes desplazamientos. Todo está al alcance de la mano. Un espacio solo comparable a Berlín y su isla del arte. La inmersión en el arte del siglo XX es el reto pendiente que tienen los habitantes de Toledo y otros muchos, para saber sí son capaces de incorporar a su acervo cultural el arte contemporáneo y, en consecuencia, la Historia en la que viven. La realidad es que nos resulta más cómodo situarnos en los siglos pasados, donde todo puede ser ficticio, que dedicarnos a entender el arte del siglo XX en el que todo nos resulta cercano.
CORPO ofrece ahora al visitante un acercamiento a Mondrian y Malevich, reinterpretados por la técnica y las imágenes de Juan Ballester. A través de sus composiciones en movimiento va resaltando los procesos creativos de ambos artistas. Contemplamos cómo las líneas y colores de los cuadros se separan, dan vueltas o se funden el uno en el otro en un proceso infinito. Ambos querían hacer una pintura que descubriera al espectador las estructuras esenciales del universo. En el discurso que nos ofrece Juan Ballester asistimos a la estructuración y desestructuración de los cuadros, de los pintores y hasta del propio fotógrafo. Y todo esto sucede en el escenario mágico que integran el edificio de Santa Fe y las obras de la Colección de Roberto Polo, que nos aproxima a las obras liminares del arte contemporáneo. Esa forma de expresión que nos negamos a entender, porque aún seguimos pensando que la pintura debe ser como en los tiempos en los que no existían ni la fotografía, ni el cine, ni los actuales sistemas de tratamiento, combinación y alteración tecnológica de la realidad.
Mondrian, fallecido en 1944, en Nueva York, y Malevich, en Kiev en 1935, desde su peripecia individual, coincidieron en un proceso de depuración de sus pinturas, seleccionando colores primarios y líneas rectas para representar la esencia universa. Siguiendo las teorías de la teósofa Blatvatsky creían que existían otras formas de conocimiento del mundo y de sus objetos, diferente al conocimiento deformado de los sentidos. El universo se podía concentrar en la retícula cósmica que representan los colores no-colores, que son el blanco y el negro. De ellos surgían, como en un “big bang” luminoso, los colores primarios básicos: el rojo, el amarillo y el azul y las figuras, el cuadrado y el rectángulo. El universo, que no captamos con los sentidos, se acerca más a la abstracción geométrica que las figuras volumétricas que contemplamos en la pintura tradicional. Mondrian nunca consideró que la obra de un artista debiera imitar la vida real. A la misma conclusión llegaba, por la vía revolucionaria, Malevich. De la teosofía extrajeron la idea de unificación de lo universal con lo individual, lo exterior con lo interior. Y esos principios conforman el núcleo central del arte contemporáneo, con dos representantes excepcionales que son Mondrian y Malevich. Ahora en Toledo.